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Pero en el camarote faltaba algo. Algo esencial. Sí, por supuesto, faltaban sillas. Sillas que podían ser utilizadas como porras.

Automáticamente, Polynov le dio al enchufe del televisor. Por muy extraño que parezca, el aparato funcionaba. Del fondo estereoscópico de la pantalla salpicó una ola marina y la cresta espumosa sacó a un niño montado sobre un delfín.

Polynov le miraba como a un foráneo llegado de otros mundos. El niño, entusiasmado, golpeaba el dorso del delfín con los talones y por detrás de sus hombros aparecía el arco iris de las salpicaduras. El camarote se llenó de risa infantil.

Después de lo sufrido esto parecía tan absurdo que Polynov se apresuró a desconectar el televisor. La risa se cortó.

«Calma, y sólo calma — se dijo—. Cualquier pesadilla contiene su lógica, hay que llegar a descifrarla. Por cuanto el televisor funciona, la nave ha salido de la zona de silencio, por consiguiente… ¿Ha salido? No hay que hacerse ilusiones: no hubo ninguna «zona de silencio». Está más claro que el agua, los asaltantes aplicaron el «efecto de Bagrov» para que la nave no pueda comunicarse con la Tierra. Y nada más.

¿Pero con qué fin? ¿Qué objetivo se plantean? ¿Puede haber mayor disparate que la piratería en el espacio cósmico?»

El mayor deseo de Polynov era acostarse y no discurrir en nada. Sus pensamientos se confundían.

La aceleración crecía notablemente. El suelo parecía correr bajo los pies. Está claro que los piratas tienen prisa por alejarse de las rutas habituales. ¿A dónde?

Polynov pasó al otro lado del tabique. Del espejo le miró un rostro totalmente blanco y desconocido. Durante un minuto, más o menos observó inmóvil su reflejo. Luego, cogió en las manos un poco de agua y se mojó la frente y las sienes, se peinó y se arregló la corbata. Los sencillos y ordinarios movimientos le tranquilizaron.

Comenzó a reflexionar si se podría esperar socorro de la Tierra. Por ahora, allí nadie sospecha que pudo haber ocurrido una catástrofe. Bueno… Las estaciones de seguimiento perdieron el radioimpulso del «Antinoo». Esto a veces sucede. Los operadores, echando bocanadas de humo de sus cigarrillos y contando chistes esperan que se restablezca de nuevo. Pero no se restablecerá. Al espacio cósmico se enviarán señales pidiendo información. Pero el espacio guardará silencio. Entonces comenzará el pánico.

No, entonces no. La compañía dará largas al asunto esperando que la alarma sea infundada… Por cuanto sobre el tapete se han puesto el prestigio y la ganancia: ¿cómo es posible? ¡Un accidente en nuestra compañía! El mundo con gran retraso se enterará de la desaparición misteriosa del «Antinoo» Entonces al supuesto lugar del accidente enviarán precipitadamente a los exploradores. Pero ya será tarde.

Pero, ni siquiera entonces la alarmante noticia borrará de las pantallas de los televisores las caritas sonrientes. La información sobre la desaparición de la nave se ofrecerá siguiendo las mejores tradiciones del optimismo oficial. Inmediatamente después de la comunicación unas bonitas muchachas cantarán una bonita canción. Para que se tranquilicen. No se inquieten, señores televidentes, en el mundo, igual que antes, todo sigue de maravilla, ahuyenten los malos pensamientos, el optimismo prolonga la vida, ya se han tomado medidas, en adelante, no se repetirá nada semejante, la catástrofe no les concierne, no son ustedes los que han perecido, ni lo son sus parientes: claro, una avería es algo horrible, pero recuerden cuánta alegría nos espera en la vida que nos rodea…

Y a nadie se le ocurrirá que ha tenido lugar una acción malintencionada. ¿Piratas? ¿En el espacio cósmico? ¡Ja, ja! No nos hagan reír…

He aquí una cosa más con la que cuentan los bandidos.

Desde la Tierra no llegará el socorro.

En este instante Polynov oyó el chirrido de la llave. Cerró apresuradamente el grifo y echó una rápida mirada al espejo para ver su cara: ya parece normal, está preparado.

Aún le dio tiempo de recibir a Huysmans en el umbral con una pregunta violenta como un golpe:

— ¿Envidia los laureles de Flint?

Huysmans frunció el ceño disgustado por el tono tan alto de la voz y cerró fuertemente tras sí la puerta. Un instante más se contemplaron el uno al otro.

— Estoy contento de que le haya vuelto el sentido del humor — dijo por fin Huysmans sentándose en el borde de la cama.

— Sencillamente, me acordé que los piratas solían terminar su vida en la verga. Lástima que una nave cósmica no esté equipada de este aparejo tan útil.

— No todos los piratas, querido Polynov, no todos — Huysmans meneó la cabeza—. Algunos llegaron a ser gobernadores.

— No estamos en el siglo diecisiete.

— Tiene razón. Ahora la escala es otra. Sin embargo, la esencia del hombre no ha cambiado. ¿Más no parece preocuparle su propio destino?

— ¿Es que usted quiere darme la absolución de pecados? No la admitiré, téngalo en cuenta.

Huysmans exhaló un suspiro de resignación.

— ¿A qué viene esta bravata? Yo sé que la amenaza de muerte no es algo nuevo para usted. Pero no puede negar que no será muy agradable morir de manos de su amigo el Cabezudo a quien, con torpeza, ha roto la mandíbula.

«Cuidado — pensó Polynov— no te acalores».

— Usted ha olvidado, Huysmans, que puedo escapar de sus garras en cuanto lo desee. No es tan difícil aguantar la respiración.

Huysmans quedó pensativo cerrando ligeramente sus arrugados párpados.

— Somos personas serias — se enderezó—. Le propongo un negocio mutuamente ventajoso.

— Primero, conteste mis preguntas.

— No soy mezquino. Haga sus preguntas.

— En primer término: ¿qué será de los pasajeros? En segundo término: ¿a dónde nos dirigimos? Tercero: ¿cuál es su objetivo?

Huysmans sacó un puro, lo encendió sin prisas («Absolutamente igual que el Cabezudo» pasó fugaz por la mente de Polynov), exhaló uno tras otro cinco anillos y los atravesó con un chorro de humo.

— Es sorprendente — dijo—. Es sorprendente cómo los nobles sentimientos molestan vivir a los hombres. ¿No le parece que el bien no puede triunfar sobre el mal, porque sus métodos de lucha son impotentes, mientras que impugnar el mal con el arma del mal significa convertir el propio bien en mal? ¿Y que por esta razón el bien, de antemano, está condenado a fracasar? Piénselo. Recuerde la historia, ésta confirma mi conclusión.

— No es una respuesta.

— La respuesta le decepcionará. ¿Quiénes somos? Usted lo ha dicho: somos piratas. ¿Para qué necesitamos esto? La segunda respuesta se deriva de la primera. ¿Qué será de los pasajeros? Todo depende de su sentido común, de ello puede convencerse por su propia experiencia. ¿A dónde nos dirigimos? Al cinturón de asteroides.

— ¿Para qué?

— No me haga dudar de su capacidad analítica. Pero si usted es psicólogo.

Polynov juró para su fuero interno.

— Bueno, entonces, ¿qué quiere de mí?

Se puso de pie con aire del anfitrión que da a comprender al invitado que su ulterior permanencia es indeseable.

— Tiene mucha arrogancia, Polynov, mucha arrogancia — Huysmans suspiró con aflicción, admirando cómo se esfuman, lentamente, en el aire los anillos de humo—. Usted, desde la infancia está convencido de que la verdad está de su lado.

— ¡Sí, estoy convencido y me enorgullezco de ello! — contestó desafiante Polynov.

Huysmans se rió con malicia.

— Una vez más veo cuánta razón tenía su maestro Engels al escribir que cualquier progreso es al mismo tiempo regreso.

«¿Qué me querrá dar a entender este zorro? — se preguntó perplejo Polynov—. ¿A qué vienen estas conversaciones edificantes?»

— Aún tendremos tiempo de filosofar — como contestando a esos pensamientos, dijo Huysmans—. Por supuesto, si admite mi propuesta. Hace poco nos quedamos sin nuestro médico y su ayudante es un estúpido. Usted practicó la medicina durante muchos años. Y esto es todo.