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— Así pues… ¿Usted me propone tomar parte en sus sucios negocios?

— El hombre sigue siendo hombre dondequiera que se encuentre, y es deber moral del médico prestar ayuda a los sufrientes. ¿Sucios negocios, dice usted? No me hieren sus injurias. No juzguéis y no seréis juzgados, pues los caminos del hombre también son inescrutables, al igual que los de Nuestro Señor. Si nos ponemos de acuerdo, abrigo la esperanza de convencerle de que nuestros designios están dirigidos, en fin de cuentas, al bien.

Polynov hasta se estremeció de repulsión.

— ¡No!

— Piénselo mejor, recapacite. Esto no corre prisa. Quedaremos en que no he oído su respuesta. Reflexione y, si así lo desea, pruebe cuan agradable es… aguantar la respiración.

Huysmans se levantó y con el puro en la boca hizo una reverencia.

— Le deseo que goce meditando.

Y salió, dejando a Polynov aún más turbado que antes.

Pero esta vez el psicólogo se recobró rápidamente.

A un observador extraño le podría parecer que lo que más preocupaba a Polynov eran las tijeras de manicura a las que daba vueltas en sus manos. Pero no era sino una manera de concentrarse, inherente a éclass="underline" a la mayoría en semejantes ocasiones les ayuda un cigarrillo, pero Polynov se servía para esto de cualquier bagatela.

Los piratas…

Chasqueó con las tijeras.

Bueno, así que son piratas. Es algo estúpido, absurdo, pero es un hecho. Y le necesitan a él, a Polynov. Por consiguiente, existe la posibilidad de conservar la vida. Dispondré de tiempo y, en consecuencia, tendré la oportunidad de entrar con ellos en combate.

Polynov hizo un movimiento de satisfacción con la cabeza. Esta deducción suya era incontrovertible.

Está bien, pero, ¿curar a los bandidos? ¿Ver todas sus atrocidades, y callar? Sí, pero esto será superior a mis fuerzas…

¿Y si es preciso? Un simple problema lógico.

Primera variante: otra vez gritar «¡no!» Cuan sencillo, patético y orgulloso… Y absolutamente inútil.

Segunda variante: «sí». Sin emociones. «Sí», para comenzar el combate. ¿Y si lo pierdo? Será un fin miserable. ¿Pero quién pierde en este caso? Nadie.

También hay una tercera variante: lo mismo, pero al final, la victoria. Entonces, mi proceder estaría justificado.

En el caso de vencer.

En el caso de vencer. Por esta razón, precisamente, el esquema lleva implícito el error. Su derrota afectará a muchos. La humanidad, a la corta o a la larga, se enterará de los piratas. Entonces, su proceder será interpretado de la siguiente manera: un cobarde pusilánime que, tal vez, realmente, quería luchar, pero, quizá, simplemente salvaba su pellejo. Una suposición completamente lógica. ¡Qué júbilo para los huysmans de la Tierra! De esto no hay la menor duda.

Polynov entornó los ojos. Sólo en este instante se le reveló la terrible realidad de la situación.

Miró alrededor buscando, por costumbre, el estante con libros. Pero no los había aquí, y, además, ¿en qué le podían ayudar los libros? No es un problema científico, sino ético, y en este caso los manuales son impotentes.

Sin embargo, Polynov hojeó maquinalmente el único libro que había en el camarote: una biblia que se encontraba en la mesita de noche. «En el día del bien goza del bien, en el día del mal reflexiona» — le saltó a la vista. Con enojo Polynov volvió la página y leyó: «Una cosa de la que dicen: «Mira esto, esto es nuevo», aún ésa fue ya en los siglos anteriores a nosotros».

Polynov arrojó el panzudo volumen. Pareció escuchar la insinuante voz de Huysmans recitando las últimas líneas. La biblia cayó sobre la mesa y el sonido de la caída se confundió con el ruido tras la puerta. «Aquí» — se oyó una tosca voz. La puerta se abrió con violencia y de un empujón en la espalda hicieron caer en el interior de la habitación a una muchacha. Polynov apenas si tuvo tiempo de evitar su caída. La puerta se cerró con fuerza.

3. Cris

— ¿Usted?

— Sí.

Polynov abrió las manos. En los ojos de la muchacha se alternaban la alarma y la alegría. En la barbilla se le cuajó un chorrito de sangre que una hora atrás no tenía.

— ¿A usted… le pegaron? — fue lo único que se le ocurrió preguntar a la muchacha.

— ¿A mí? ¿Y qué…? —tocó con la mano su barbilla—. ¿Sangre? Ah, es porque me mordí el labio. Tenía miedo de prorrumpir en llanto… No es nada. ¿Y usted… a usted…?

Todo en orden, como ve — masculló Polynov, sin tener siquiera una idea de qué hacer en estas circunstancias—. ¿Y qué sucedió con los demás?

Se los llevaron uno a uno. Yo era la última. Ya pensaba…

— La metieron aquí por equivocación — y Polynov dio un paso hacia la puerta para llamar.

— ¡No, no lo haga! — la muchacha le agarró de la mano.

— ¿Por qué?

— ¿Acaso no lo entiende? — su voz sonó con desesperación—. Otra vez el pasillo y estos… No se necesitaban más explicaciones, bastaba con ver su cara, pero Polynov vacilaba: ¿qué objetivo perseguiría Huysmans dejándolos a solas en este camarote? Aquí había gato encerrado.

— Pero a usted le será mejor encontrarse con…

Ella captó su mirada involuntaria.

— ¿Es que hay alguna diferencia? Y usted… — ella frunció el ceño—. Sí, sí hay diferencia… Es mejor estar con usted. Usted no se pondrá a lloriquear como los nuestros… — ella alzó bruscamente la cabeza—. ¿Quiere que me ponga de rodillas?

— ¿Pero qué tonterías dices, criatura? — preguntó atónito Polynov.

— ¡No me llame criatura! Ya soy mayor y, en general… — dio una patada—. Figúrese que soy su hermana. Y nada más…

— «Sí-í —pensó Polynov— esto ya es demasiado; por otra parto, la chiquita tiene razón, ahora no es momento de futilezas, y ella, al parecer, posee carácter; tonta, se lanzó a taparme; bueno, no importa, de una u otra forma todo se arreglará; más quisiera saber, ¿para qué la metieron aquí? Es absurdo… Aunque… cuantas más absurdidades, tanto más difícil es comprender lo que pasa, y en esto también se ve el cálculo… Bueno, veremos quién vencerá…»

— Está bien… — otra vez Polynov no sabía qué decir—. ¿Cómo se llama usted?

— Cris. Y puede hablarme de «tú». Y decir palabrotas, si le da la gana.

— ¿Y por qué eso de decir palabrotas?

— No lo sé —paseó alrededor una mirada distraída—. Por si acaso.

Se quitó los zapatos — ahora ya no llegaba al hombro de Polynov— saltó a la cama, con un brusco movimiento de la cabeza aparto de la frente el flequillo y se arrellanó cómodamente. Una cualidad puramente femenil, en cualesquiera circunstancias saber crear en su torno, de una forma espontánea, una especie de nido confortable.

La muchacha quedó muy calladita. Polynov estaba de plantón en medio del camarote sin saber qué hacer.

— ¿Qué será de nosotros? de pronto preguntó ella con rapidez. En sus muy abiertos ojos volvió a asomar el miedo. Pero ya mitigado, como si hubiera dejado de leer un libro de horror.

— Yo mismo quisiera saberlo — refunfuñó Polynov.

— Nunca pude imaginar que caería prisionera en manos de unos piratas. Y usted, ¿quién es? ¿Un hombre de negocios, un ingeniero?

Polynov le explicó.

— ¡Oh! — los ojos de Cris irradiaron entusiasmo—. Entonces estamos a salvo.

— Pero, ¿por qué?

— Muy simple. Usted sabe hipnotizar, ¿no es cierto? Entra un bandido, digamos el que nos trae la comida, usted lo adormece, el lighting será para usted, y para mí, la pistola (¡yo sé manejarla!), tomamos por asalto la caseta de derrota y…