Polynov se echó a reír.
— ¿Por qué se ríe usted? ¿He dicho alguna tontería?
Polynov sintió de pronto alivio y desahogo. Aunque raras veces, pero se dan personas cuyas palabras — las más corrientes— siempre son naturales y carentes de trivialidad. Y el secretó no radica en las palabras, ni siquiera en la entonación: se encierra en la espontaneidad de los sentimientos, cuando no hay nada que les impida reflejarse inmediatamente en la mirada, en la mímica del rostro y en los movimientos.
— No, Cris, no es por eso. Sencillamente, tienes una idea hiperbolizada acerca de las aptitudes de un psicólogo común y corriente.
… No se iba a poner a explicarle la teoría del hipnotismo. Es verdad que él había oído hablar sobre ciertos investigadores quienes, al parecer, sabían hipnotizar en un abrir y cerrar de ojos. Ojalá estuvieran aquí… Pero las aptitudes de él, de Polynov, por desgracia son limitadas. ¿Quién hubiera podido siquiera imaginar algo semejante? Por lo demás, ella tiene razón: también tal y como son pueden servirle algún día…
— ¡Qué lástima! De lo contrario ¡qué bien sería!… Pero trataremos de encontrar otra salida, ¿no es cierto?
— No lo dudes, Cris.
Al cabo de media hora Polynov ya conocía todo o casi todo lo referente a la muchacha. Hasta lo que estaba del colegio y de la somnolienta ciudad Santa Clara; cómo instó a su padre para que la invite a Marte donde él residía; cuánto miedo experimentó en el momento del despegue; y que admirable amigo era su perro pastor Nait; por qué no le gustan los transistores y los muchachos y por qué no puede vivir sin dulces; que según la común opinión tiene un genio insoportable; que sueña con hacerse zoólogo; que sus escritores favoritos son Hemingway, Chéjov y Saint-Exupery, y en cuanto a la política la aborrece porque todo en ella es un engaño; que le da lástima de los tontos porque son menesterosos; que odia a las personas que presumen ser el «ombligo encantador de la tierra» (abreviadamente: OET); que todavía no ha leído la última obra de Gordon (¿cómo, usted no ha oído hablar de Gordon?) y no teme a la muerte por cuanto, aunque no sabe la causa, está segura de que no le podrá ocurrir nada semejante…
No se afanaba por desahogar el alma; le preguntaban y ella contaba. A Polynov lo asombraba cada vez más su entereza; parecía que el reciente choque no había dejado rastro en ella, ella seguía fiel a sí misma: natural, decidida, impetuosa. Polynov descansaba escuchándola, sonreía de sus cándidos juicios y pensaba que poseía un carácter feliz. Le empezó a parecer que la conocía desde hacía muchísimo tiempo y sintió lástima de que no fuera su hermana. Y que una cosa era indudable: Cris no podía ser un instrumento de Huysmans, porque era imposible, en un plazo tan breve, convertir a esta criatura en espía.
Muy pronto notó su error: el choque, de ningún modo, pasó sin dejar en Cris su huella. Ella sintió frío, se envolvió en la frazada, todo su cuerpo tiritaba. Su entereza espiritual, a todas luces, era muy superior a sus fuerzas físicas. ¿Qué se podía esperar de Cris si incluso él, Polynov, se sentía demolido?…
— A dormir — la interrumpió—. Tú y yo tenemos que descansar.
— ¡Pero si todavía no hemos formado el plan de nuestra liberación! Además, no estoy cansada, en absoluto — sacó con terquedad su pequeña barbilla.
— En cambio, yo sí estoy fatigado — dijo Polynov.
— Bueno, en este caso… yo también estoy cansada.
Se acurrucó y cerró los ojos.
Durante largo rato Polynov permaneció acostado de espaldas, prestando oído a la soñolienta pero irregular respiración de la muchacha que varias veces gritó en sueños, y pensó que ahora respondía también por la vida de otro ser y que esto era mucho más pesado y, al mismo tiempo, más fácil, porque significaba tener un aliado. Y que de tener aquí por lo menos a Berger, un buen mozo a pesar de su fanfarronería, los bandidos las pasarían duras, por cuanto tres personas inteligentes y unidas por un fin común son más fuertes que una decena de bandidos. Pero no tiene sentido lamentar lo que no se ha realizado, hay que pensar cómo hacer uso de la única arma: los conocimientos, para llegar a ser más fuerte que los rayos fulminadores, más fuerte que Huysmans, quien, de ningún modo, es un tonto y también posee conocimientos psicológicos.
El camarote temblaba ligeramente a causa del zumbido de los motores. Los piratas no forzaban el funcionamiento de los reactores lo que se advertía por el tono del zumbido. Al parecer, no tenían duda de que la búsqueda tardaría en comenzar y que les daría tiempo de esconderse en la zona de asteroides, donde podían rastrear diez años sin encontrar pista alguna. Estos tienen una enorme ventaja frente a los piratas de antaño, porque los vastos espacios de los océanos del planeta Tierra no son nada en comparación con los del Universo. Y su bandolerismo no es tan necio y arriesgado como puede parecer. Podrán cometer impunemente dos o tres abordajes más de esta índole. ¿Y, después, qué? Después deberán retornar inadvertidamente a la Tierra. Existen mil formas de arreglar este asunto. En el Cosmos, por los siglos de los siglos, flotarán en retahíla cadáveres, mientras que los criminales desaparecerán sin dejar rastro. Señores respetables con millones en el bolsillo se tumbarán a la bartola bajo el caluroso sol de los balnearios a orillas del mar y nadie se enterará, nadie gritará que a su lado, en una misma mesa con él toma asiento un asesino.
«Basta, no pierdas el sentido de la medida — se dijo Polynov—. No será así y tú lo sabes bien. No se contentarán con sólo los cadáveres de los pasajeros, habrá más victimas. ¿Será posible que estos imbéciles no se den cuenta de que hace su tictac junto a cada uno de ellos? Los hay que lo entienden y los hay que no, en ello, precisamente, reside el quid de la cuestión… Excelente, hay que saber aprovechar esta circunstancia. Cueste lo que cueste hay que aprovecharla».
Magnífico, y ahora, a dormir. El concentrarse en los recuerdos de la infancia ayuda a dormirse más rápido. Una casita de troncos, la tibieza de la tierra caliente bajo los pies descalzos… El polvo mullido como una almohada. El chirrido del lento carro… Si en aquel tiempo alguien le hubiera susurrado, insinuándole lo que le esperaba en el futuro a él, a Andriusha Polynov de entonces, a aquel moreno zagal lleno de arañazos, simplemente no lo hubiera comprendido… Al diablo, no pienses en eso, piensa en algo agradable. En cómo salían a captar las estrellas fugaces… ¡No se debe! No debe recordar el cielo tal como era en aquellos tiempos. En la tierra no quedan más isbas, no hay carros ni chicos descalzos que no sospechan que su futuro está vinculado a las estrellas. Está interceptado por el tiempo y es algo que no puede volver atrás. Ellos son la primera generación a la que no está dado ya volver al país de su infancia y encontrarlo invariable. Han nacido en un mundo que cambiaba con demasiada celeridad. Ellos mismos, en la medida de sus fuerzas, han contribuido a ello, perdiendo el aliento en su correr, soñando en el futuro y alcanzándolo. Y es una tontería lamentar que su corta vida ha abarcado épocas enteras y unas transformaciones que, anteriormente, caían en el lote de varios siglos que se arrastraban lentamente. Han edificado un nuevo mundo y, además, bastante bueno, y no hay por qué sentir pena, no se debe, no se puede.
Otra vez Cris gritó en sueños… No, no se despertó. La juventud. ¿Cuál es ahora? No siempre comprende a los jóvenes, aunque él mismo no es viejo. Lo extraño es que la juventud de Cris sea comprensible para él. Pero a ellos les separan los años, la educación, la nacionalidad, la concepción del mundo. ¿O tal vez las circunstancias barrieran la cáscara y se haya revelado aquello eterno y constante que aúna las generaciones de todos los confines de la Tierra? Parece que así es.