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Afortunadamente, nadie reparó en ese extraño interés por el destino de las botellas y Schlabrendorff pudo recuperar el artefacto. La Operación Flash había fracasado, pero los conjurados no habían sido descubiertos.

Un Focke Wulf 200 Condor como el utilizado habitualmente para el transporte de Hitler. El 13 de marzo de 1943, unos oficiales lograron colocar una bomba en su avión, camuflado como un paquete con botellas, lo que llevaría a conocer esta acción como el atentado de las botellas.

Estos son sólo algunos de los intentos de asesinar a Hitler previos al que protagonizaría Claus von Stauffenberg. Hubo otros planes, ya fuera individuales o colectivos, cuyo objetivo era acabar con la vida del tirano nazi. Pero de forma tan incomprensible como desesperante, el factor suerte estaría en todo momento a favor del dictador alemán.

Como veremos en los siguientes capítulos, en el intento del 20 de julio de 1944, objeto del presente libro, proseguiría ese particular idilio entre Hitler y la suerte, tan beneficioso para él pero tan perjudicial para la vida de millones de personas inocentes.

Capítulo 3 Stauffenberg

El complot del 20 de julio de 1944 no puede entenderse sin conocer a fondo la personalidad de su máximo impulsor, Claus von Stauffenberg, la auténtica figura clave de este episodio histórico.

El descontento contra Hitler en el seno del Ejército necesitaba de un potente reactivo para manifestarse y él, Von Stauffenberg, sería ese elemento imprescindible para que la mecha de la conspiración prendiese. Eran muchos los que participaban de la necesidad de dar ese vigoroso golpe de timón al destino de Alemania, pero nadie se atrevía a tomar sobre sus hombros esa responsabilidad. El conde Von Stauffenberg se ofrecería a asumir ese papel.

¿Qué llevó a ese aristócrata a poner en riesgo su vida y el porvenir de su familia para intentar derrocar al régimen nazi? Con el fin de encontrar la respuesta a esta cuestión es necesario conocer su biografía, pues ella es la que proporciona las claves para comprender su comportamiento en esos momentos trascendentales para la historia de Alemania.

EL ORIGEN DE LA FAMILIA

Claus Philipp Maria Schenk, conde de Stauffenberg, nació el 15 de noviembre de 1907 en la población bávara de Jettingen. Era el tercer hijo del conde Alfred Schenk von Stauffenberg. Sus hermanos Berthold y Alexander, mellizos, habían nacido dos años antes que él. Claus tuvo también un hermano mellizo, Konrad, pero falleció al nacer.

Su familia procedía de la primitiva nobleza suava. La ascendencia de ese tronco familiar, sin interrupción alguna, comienza en 1382, con Hans Schenk von Stoffenberg (sic). Pero sus orígenes podrían remontarse incluso más atrás, hasta 1262, cuando por primera vez quedó constancia documental del apellido, con Hugo von Stophenberg. El castillo que dio el nombre de Stauffenberg, hoy en ruinas, se encuentra en los alrededores de Hechingen.

Su bisabuelo, el barón Ludwig von Stauffenberg, poseía el título hereditario de consejero de la corona de Baviera. Fue elevado a la categoría de conde en 1874 por el rey Luis II. Según la leyenda familiar, al cumplir el barón setenta años se hizo acreedor de una gracia real; expresó al canciller que aceptaría con gusto cualquier recompensa excepto un título nobiliario. Al parecer, Ludwig se había hecho antipático al monarca por su tenacidad, así que el rey vio la oportunidad de concederle una gracia que le disgustase, por lo que le concedió el nombramiento de conde.

El padre de Claus von Stauffenberg, Alfred, desempeñó durante años un alto puesto estatal, mayordomo mayor del rey de Württemberg, hasta que este cargo fue suprimido tras la caída de la monarquía en 1918. Alfred Schenk von Stauffenberg era un católico convencido, de pensamiento conservador, dotado para las formas estrictas de representación y el ceremonial de la corte.

Pero no hay que tener una imagen presuntuosa de su progenitor, ya que también se desenvolvía a la perfección en las cuestiones más prácticas, como podía ser la reparación de una conducción eléctrica, el tapizado de un mueble o el cuidado de un huerto. Un amigo de la familia, Theodor Pfizer lo recordaba “arrancando la maleza de los caminos, injertando árboles frutales o recogiendo alcachofas”. Esa mezcla entre tradición, dominio de las formas y, a la vez, una actitud eminentemente práctica, pasaría a formar parte de los genes de Claus.

La familia Stauffenberg en 1923. Arriba, el padre, Alfred, y al lado su mujer Caroline. Abajo, de izquierda a derecha: Claus, Berthold y Alexander.

El hecho de que su padre no fuera un aristócrata al uso tuvo quizás su expresión filial en que Stauffenberg mostrara a lo largo de toda su corta vida un carácter indómito. Uno de sus comandantes de división diría de él que el corte de pelo, el arreglo personal y el modo de llevar el uniforme le importaban bien poco. Sus compañeros coincidirían en que prestaba poca atención al aspecto externo. Sin duda, Stauffenberg no pretendía verse reconocido como aristócrata, sino como uno más.

La nobleza también le llegaba a Stauffenberg por vía materna. Su madre era la condesa Caroline Üxküll, bisnieta del mítico general prusiano August Gneisenau (1760-1831). Ella era la antítesis de su padre, pues no compartía con su esposo esa habilidad para afrontar las cosas prácticas de la vida. Podríamos decir que su madre reunía los tópicos que se les suponen a los aristócratas. Criticaba a su marido y a sus hijos que hablasen entre ellos atropelladamente, mediante expresiones sonoras y breves, en lugar de conversar correctamente. Sentía un gran interés por la música y la literatura; era capaz de recitar de memoria largos pasajes de Goethe y Shakespeare.

El rancio origen aristocrático de Stauffenberg no es sólo una necesaria nota biográfica, sino que es un hecho clave para comprender la naturaleza del complot impulsado por él, y su posterior represión. Hay que tener presente que la relación entre los nacionalsocialistas y la nobleza era extraordinariamente tensa. Los aristócratas sentían una mezcla de prevención y desprecio por los nazis; las diferencias de clase eran abrumadoras, puesto que buena parte de los cuadros nacionalsocialistas estaban formados por personas procedentes de sectores obreros o de clase media. El observar cómo gentes con escasa cultura y desconocedores de las buenas maneras accedían a puestos de dirección política que durante siglos habían estado reservados para ellos, produjo sarpullidos en la aristocracia.

A su vez, los nazis estaban convencidos de que no lograrían moldear a su antojo la mentalidad de los nobles, pues ésta estaba ligada a la tradición, al contrario que las masas obreras, a las que era más fácil inculcar nuevos principios. Sabían que nunca se ganarían a los aristócratas para su causa. De hecho, al principio de la guerra, Himmler y Goebbels habían dado a entender que después de la contienda se llevaría a cabo una ejecución en masa de los nobles alemanes en el Lustgarden de Berlín. El propio Himmler confesó en una ocasión a su masajista su convencimiento de que “los príncipes no son mejores que los judíos”. Un informe en poder de Martin Bormann, el secretario de Hitler, fechado el 22 de julio de 1944, dos días después del atentado, calificaba a la nobleza de “sarna y epidemia intelectual de la nación”.