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Además de por la hípica, Stauffenberg mostró un interés especial por el dominio del idioma inglés, buscando especializarse como intérprete militar. Pero sus intereses no se centraban solamente en aquello que hacía referencia al ámbito de su profesión; estudiaba también historia, literatura, arte, filosofía, política, y asistía con frecuencia a conferencias y conciertos, además de mantener un amplio círculo de amistades.

STAUFFENBERG Y EL NAZISMO

En cuanto a sus posiciones políticas en esa época, todo son suposiciones. Se ha especulado con que pudo participar en una manifestación callejera de apoyo a Hitler cuando éste alcanzó el poder, pero las investigaciones de los historiadores no han podido concederle a ese extremo ninguna veracidad. Los testimonios más creíbles apuntan, eso sí, a que Stauffenberg aceptó de buen grado el nacionalsocialismo. Seguramente compartió el sentimiento del resto de oficiales, que su jefe de escuadrón, Hanz Walzer, describió así: “Quedamos sorprendidos por el nombramiento de Hitler como canciller del Reich, y no puede hablarse en absoluto de entusiasmo. Pero esperábamos que terminara con eso la disputa entre partidos y se diera paso a una política recta y estable bajo la influencia del noble mariscal y presidente del Reich (Paul von Hindenburg)”.

Pero disponemos de un testimonio, el del profesor Rudolf Fahrner, que concreta la actitud de Stauffenberg ante la toma del poder por Hitler: “Toda información despreciativa sobre Hitler era recibida escépticamente por Claus von Stauffenberg, que tenía gran interés en conseguir un juicio objetivo. Stauffenberg comprendía que Hitler, pese a todas las bajezas de su carácter, también tenía cualidades excepcionales para una renovación y para conseguir una influencia indirecta sobre hombres de ideales y altos fines”.

De aquí se desprende que en 1933 el joven Stauffenberg albergara esperanzas de que el liderazgo de Hitler fuera positivo para la nación alemana. Pero la llamada “Noche de los cuchillos largos”, por la que las SA de Ernst Röhm fueron decapitadas por orden de Hitler en un sangriento ajuste de cuentas entre los propios nazis, supuso seguramente un aldabonazo en la conciencia de Stauffenberg. Existen testimonios que aseguran que poco después de esos hechos ya comenzó a discutir la posibilidad de una eliminación violenta del régimen nazi. Su jefe de escuadrón afirmaría que Stauffenberg, durante una conversación, se mostró partidario de que esa eliminación se desarrollase “desde arriba, pues una revolución desde abajo, que partiera del pueblo, no podría preverse dada la influencia y los medios de poder del partido”.

Sería muy arriesgado situar en esa charla el origen de la acción que llevaría a cabo diez años más tarde. Otras conversaciones posteriores de Stauffenberg denotarían que su confianza en el nacionalsocialismo no se había borrado de repente. Un compañero de academia aseguraría que a finales de 1936 Stauffenberg “no rechazaba el nuevo espíritu”, y el profesor Fahrner afirmaría que “veía en Hitler el tipo del moderno dirigente de masas, con un asombroso poder de resonancia, que tomaba las ideas que la época le brindaba y era capaz de simplificarlas y convertirlas en eficaces políticamente y, por consiguiente, lograba entusiasmar, provocando entrega y sacrificio”.

Es difícil extraer conclusiones de estos testimonios, puesto que no hay que olvidar que fueron posteriores a la Segunda Guerra Mundial y que, por tanto, estuvieron influidos por el conocimiento de la posterior evolución del personaje, pero podría aventurarse que Stauffenberg se debatía en esa época entre apoyar o no a un régimen que proporcionaba estabilidad, en comparación con la agitada vida política y social de la República de Weimar, pero cuyos valores no correspondían a los suyos propios. Por un lado, debía sentirse disgustado porque el poder estuviera en manos de unos dirigentes que, en ocasiones hacían gala de su incultura, pero por otro debía simpatizar con el movimiento nacional proclamado por ellos.

UN OFICIAL PROMETEDOR

En septiembre de 1936, Stauffenberg viajó dos semanas a Inglaterra, gracias a sus excelentes calificaciones como intérprete. Allí visitó la célebre escuela militar de Sandhurst, en donde pudo mantener una discusión con los cadetes que estudiaban alemán. En octubre de ese año, fue enviado a la Academia de la Guerra, para prepararse a entrar en el Estado Mayor. En enero de 1937 recibió su ascenso a capitán de caballería.

En la Academia de la Guerra conocería a otro oficial que también participaría en el complot del 20 de julio, Albrecht Ritter Mertz von Quirnheim, al que el conde llamaba Ali, que estaría junto a él en los momentos más comprometidos del golpe de Estado.

Stauffenberg destacó a todos los niveles, pero sobre todo por su tratamiento científico de los problemas militares. Fruto de ello fue un trabajo teórico que regiría como obra básica durante la guerra: “La defensa contra las unidades paracaidistas” [3].

Además de este trabajo escrito sobre tropas aerotransportadas, impartió conferencias sobre el mismo tema, y confeccionó otro sobre el papel de la caballería. Sin embargo, este segundo trabajo no tendría el éxito del primero; sus planteamientos eran demasiado avanzados para esa época, pues consideraba a la caballería como un arma anacrónica, que debía ceder ante el empuje de los carros de combate. Durante su estancia en la Academia de la Guerra mostró interés complementario por la geopolítica y la economía, así como por la historia de Inglaterra y de Estados Unidos.

En el verano de 1938, después de terminar sus estudios en la Academia de la Guerra, fue trasladado a la 1ª División, en Wuppertal, en donde se pondría a las órdenes del teniente general Hoepner, que también tendría un papel destacado en la conjura del 20 de julio. Allí obtuvo el cargo de oficial segundo del Estado Mayor, cuya misión era organizar el aprovisionamiento de las tropas. Desde que ocupó ese puesto, Stauffenberg dio muestras de su particular manera de trabajar; la puerta de su sala de trabajo estaba siempre abierta y todos podían entrar en ella sin anunciarse. Aunque estuviera muy ocupado, Stauffenberg siempre tenía un momento para atender a todo aquél que acudiera a él para pedir consejo o discutir cualquier asunto.

Aparentemente, su método de trabajo era caótico, puesto que su mesa estaba siempre ocupada por montañas de documentos, caminaba por el despacho con un cigarrillo en la mano mientras dictaba una carta o mantenía una conversación, y era interrumpido continuamente por las visitas o las llamadas telefónicas. Pero después de esas pausas reemprendía el trabajo en el mismo punto en el que lo había dejado, y llevaba un control escrupuloso de todo lo que hacía, pues siempre estaba tomando anotaciones.

La presión inherente a las complejas tareas con las que debía lidiar a diario no hacía ninguna mella en él. Un ordenanza aseguró después que Stauffenberg “nunca se dejaba arrastrar por el malhumor, sino que siempre mantenía un tono cordial y afectuoso”.

Stauffenberg, retratado como oficial del 17º Regimiento de Caballería de Bamberg, en 1934.

LAS PRIMERAS MISIONES

La entrada en acción de Stauffenberg tuvo lugar en octubre de 1938, cuando las tropas alemanas penetraron en la región checoslovaca de los Sudetes, tras los acuerdos del Pacto de Munich. Su unidad fue recibida con euforia en las ciudades de población alemana, pero con frialdad en las que predominaba la población checa. Stauffenberg estaba encargado del avituallamiento de las tropas y del aprovisionamiento de la población. Este segundo objetivo no era nada fácil, puesto que la región, al quedar desgajada del resto de Checoslovaquia, debía comenzar a recibir inmediatamente los productos básicos desde Alemania, sin una fase de transición.

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[3] Ver Anexo 1.