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Capítulo 4 La conjura

A mediados de 1943, en Alemania, la situación militar no movía precisamente al optimismo. En el este, aún resonaban los ecos del gran cataclismo de Stalingrado, en donde el VI Ejército del mariscal Friedrich Paulus había sido derrotado. En África, las últimas tropas del antes temible Afrika Korps estaban reembarcando a toda prisa rumbo a Italia, un aliado en el que la posición de Mussolini era cada vez más precaria. Por otro lado, cada noche cientos de bombarderos aliados sobrevolaban las ciudades alemanas arrojando su carga de bombas sobre la población civil, que veía cómo la guerra que había emprendido Alemania cuatro años antes con la invasión de Polonia llegaba ahora hasta sus propios hogares.

Los militares germanos habían asistido al progresivo derrumbe de las expectativas de una victoria rápida. Desde el fracaso de la ofensiva alemana sobre Moscú, en el invierno de 1941, las dudas sobre la conducción de la guerra habían anidado en los altos mandos del Ejército; de hecho, algunos generales se habían enfrentado a Hitler, poniendo en entredicho sus decisiones militares, lo que les había supuesto la destitución. Pero la oposición a Hitler en el interior del Ejército era muy reducida, pues el juramento de lealtad al Führer tenía un enorme peso en una fuerza que bebía de las fuentes del militarismo prusiano. La disciplina seguía imperando en el seno del Ejército y eran muy pocos los que se atrevían a dar un paso al frente.

El coronel Albrecht Mertz von Quirnheim, gran amigo de Stauffenberg.

Aun así, ya desde el comienzo de la contienda e incluso antes, tal como vimos en el primer capítulo, había elementos de las fuerzas armadas que deseaban apartar a Hitler del poder. Mientras la guerra relámpago iba cosechando éxitos por la geografía europea, estos audaces planteamientos no eran escuchados, pero conforme la contienda fue avanzando, con las consiguientes decepciones y frustraciones, eran cada vez más los que prestaban oídos a estas propuestas. El deterioro de la situación militar en el frente ruso, especialmente tras el desastre de Stalingrado, supuso la alarma que indicaba que había que hacer algo, y lo más pronto posible. Pese a que el Ejército alemán en Rusia era todavía una fuerza temible, no había demasiadas esperanzas de que se pudiera retomar la iniciativa.

LA OPOSICIÓN SE ORGANIZA

Era necesario tomar decisiones inteligentes en ese frente para evitar que los soviéticos, cuyo potencial crecía a ojos vista, lograsen desbordar las líneas germanas y lanzarse sobre el territorio del Reich. Ya no estaba en juego la conquista del vasto territorio ruso sino la supervivencia de Alemania. Y si había que afrontar ese reto tomando las decisiones acertadas, Hitler no era la persona más adecuada. Su absurda táctica de obligar a las tropas a luchar hasta el último hombre y la última bala antes que ordenar una retirada ya había costado muchas vidas, además de demostrarse muy poco eficaz desde el punto de vista militar. Fueron numerosos los generales que intentaron influir sobre Hitler para que cediese el mando del Ejército y se dedicase únicamente a las cuestiones políticas, pero todos estos intentos resultaron inútiles. Mientras Hitler siguiera detentando el poder, las posibilidades de que Alemania sufriera una derrota aplastante aumentaban día a día.

Ante este panorama, en el seno del Ejército comenzó a desarrollarse una oposición organizada, cuyo objetivo ya no era que Hitler reconsiderase su actuación al frente del esfuerzo de guerra, sino proceder directamente a su eliminación física. Sería muy prolijo enumerar los distintos movimientos que se produjeron dentro de las fuerzas armadas, pero el episodio más importante fue el intento de asesinato del Führer del 13 de marzo de 1943, utilizando una bomba oculta en un paquete que simulaba un par de botellas de Cointreau, y que el lector tuvo ocasión de conocer en detalle en el segundo capítulo.

Por lo tanto, mientras Claus von Stauffenberg se encontraba convaleciente en el hospital de Munich, el movimiento de oposición en el Ejército se encontraba en plena ebullición. Es difícil conocer lo que en esos momentos Stauffenberg sabía de la resistencia en las fuerzas armadas, y si albergaba deseos de sumarse a ella. Al parecer, según testimonio posterior del coronel Wilhelm Bürklin, en el hospital recibió la visita de su tío, el conde Von Üxküll, que era un miembro activo de la resistencia, y seguramente le informó de lo que se estaba cociendo, invitándole a participar en la conjura. Su tío conocía al general Olbricht, el futuro jefe de su sobrino, y sabía que formaba parte de la oposición. Es de suponer que Von Üxküll le aleccionó sobre cómo servir a la resistencia desde su próximo destino a Berlín bajo las órdenes de Olbricht.

Pero hay algunos datos que pondrían en duda esta supuesta decisión de Stauffenberg de sumarse a la oposición activa contra el régimen nazi. El general Kurt Zeitzler recordaría más tarde que Stauffenberg le había pedido ser trasladado al frente en cuanto estuviera recuperado de sus heridas, lo que pondría en entredicho su declarado deseo de ponerse bajo el mando de Olbricht en la capital del Reich, sin duda el lugar más adecuado para llevar a cabo un golpe de timón.

El general Friedrich Olbricht impulsó decididamente la organización del golpe, trabajando junto a Stauffenberg.

STAUFFENBERG DA EL PASO

En agosto de 1943, Stauffenberg se trasladó a su nuevo destino, Berlín. Sin duda, Olbricht no tardaría mucho en explicarle los planes conspiratorios. Stauffenberg se puso de inmediato a trabajar por el éxito de la conjura; los médicos le comunicaron que debían realizarse dos intervenciones, pero él las rechazó, al ser advertido de que debería pasar un largo período de reposo. Stauffenberg sabía que el momento de acabar con Hitler estaba muy próximo, y debía estar plenamente disponible.

A partir de aquí, es difícil establecer con claridad la cadena de acontecimientos que desembocaría en el atentado del 20 de julio de 1944. Hay que tener presente, tal como se advertía en el prólogo, que casi todos los protagonistas murieron o fueron ejecutados antes del final de la guerra, y que la documentación fue destruida. Del mismo modo, la existencia de varias tramas paralelas para acabar con Hitler, que coincidían o divergían con el paso de los meses, hace que sea extraordinariamente complejo confeccionar un argumento que englobe la totalidad del movimiento de oposición a Hitler en el Ejército. Por lo tanto, a continuación se ofrecerá una trama necesariamente simplificada, aun a riesgo de dejar fuera a personajes que fueron muy relevantes, pero cuya enumeración y encaje en la línea argumental lastrarían innecesariamente la narración.

Así pues, Stauffenberg, por mediación del general Olbricht, entró de lleno en la oposición. De inmediato convenció a su hermano Berthold para que también se sumase al movimiento. Por entonces, su esposa, Nina, advirtió un cambio en el carácter de su marido; pasó a ser más reservado y no exponía sus opiniones con la misma vehemencia que antes. Nina le preguntó abiertamente si estaba conspirando, pero él le respondió con evasivas. Seguramente, él no deseaba ver a su mujer involucrada en tan arriesgada empresa.

Ya a finales de agosto, Stauffenberg se vio envuelto en un trabajo frenético de contacto con los círculos opositores. Su amigo Henning von Tresckow -participante en el atentado de las botellas- le introdujo entre los resistentes que vivían en Berlín, como el doctor Goerdeler. Von Tresckow era alto, calvo, de carácter serio, frío y reservado, pero poseía a la vez una personalidad fuerte y enérgica, con gran influencia sobre Stauffenberg, quien le llamaba “maestro” (Lehrmeister). Había sido un temprano admirador de Hitler, pero se había convertido pronto en crítico inflexible de los excesos cometidos por el régimen. Tresckow sería descrito más tarde por la Gestapo como “sin duda, una de las fuerzas impulsoras y el espíritu diabólico de los círculos golpistas”.