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Sin embargo, el destino no quiso que Stauffenberg consiguiese su objetivo. La Historia reservaba seguramente un lugar destacado para él, pero la fatalidad quiso que en un solo día pasase de poder convertirse en el verdugo del régimen nazi a ser asesinado precisamente por ese régimen que deseaba con todas sus fuerzas ver hundido. Su nombre quedaría ya ligado para siempre al fracaso del golpe del 20 de julio de 1944.

Con Stauffenberg muerto, la Gestapo llevó a cabo un meticuloso registro en su vivienda de Berlín y en casa de su familia, en Bamberg. Sus familiares quedaron de inmediato sometidos a una estrecha vigilancia. La policía nazi confiscó todos los documentos que hallaron, sin olvidar el más pequeño papel. Ese material, que hubiera sido de enorme interés para los historiadores, no ha podido ser recuperado; se desconoce por completo su paradero. Es muy posible que esa documentación quedase destruida en cualquier bombardeo, pero no es descartable que los soviéticos se apoderasen del archivo en que debían figurar esos papeles. Las pesquisas realizadas en los archivos occidentales han dado todas resultado negativo; no se conserva ni uno solo de sus papeles. Quizás, las notas de Stauffenberg reposan hoy en una polvorienta caja de un vetusto archivo ruso.

Los únicos testimonios personales de Stauffenberg con los que cuentan los investigadores son algunas cartas postales hoy en poder de sus destinatarios, una orden de la época de la campaña de Francia, un trabajo mecanografiado con algunas notas manuscritas y, por último, el texto editado de una conferencia pronunciada por Stauffenberg. Sin duda, la Gestapo no facilitó el trabajo de los futuros historiadores. Aparte de estas fuentes que proceden directamente de Stauffenberg, sin intermediarios, su rastro puede seguirse en otros documentos menores [1]. Y éstas son todas las fuentes primarias con las que cuentan los investigadores.

Claus Shenck von Stauffenberg, el autor del atentado contra Hitler. Sus biógrafos se han encontrado con muchas dificultades para trazar su recorrido vital, ya que casi toda la documentación relativa a su persona desapareció.

Evidentemente, con estos escasísimos mimbres, la misión de confeccionar una biografía del personaje se antoja casi como imposible. Por lo tanto, los historiadores han debido recurrir al testimonio de todos aquéllos que le conocieron. Afortunadamente, se conserva la transcripción de sus declaraciones, recogidas sobre todo en la década de los sesenta. Ésta es una fuente que resulta de gran utilidad, pese a aparecer mediatizada por apreciaciones personales y subjetivas.

Por tanto, el presente trabajo, cuyo objetivo es trasladar al lector todo lo sucedido aquel 20 de julio de 1944, será necesariamente incompleto. No obstante, considero que con la información que contamos puede tejerse de forma fidedigna el argumento de aquel episodio. Además, mi intención es ofrecerlo de modo que se mantenga el interés a lo largo de todo el relato, pese a que el desenlace sea ya conocido.

Para cumplir con este segundo objetivo, me he visto en la necesidad de descartar información cuya inclusión en la presente obra podía lastrar innecesariamente la narración. Hay que tener en cuenta que en el complot del 20 de julio intervinieron, de un modo u otro, cientos de personas y que al menos varias decenas merecen ser nombradas, pero las referencias a estos implicados habrían desviado la línea del relato, además de que nos habría llevado por las infinitas ramificaciones de los movimientos de resistencia al nazismo.

Mi intención ha sido la de simplificar al máximo el volumen de información, en aras de la agilidad y la amenidad del texto, por lo que creo pertinente ahorrar al lector el abrumador aluvión de datos que suelen proporcionar las obras de corte académico. De todos modos, para proporcionar al menos una referencia a estos personajes secundarios, al final del libro he incluido un capítulo dedicado a los protagonistas más destacados del episodio, en el que aparece un buen número de ellos. Además, ese capítulo puede ser utilizado por el lector como dramatis personae para situar de inmediato cada uno de los nombres que van apareciendo a lo largo del libro.

Espero que esta narración de los antecedentes, el desarrollo y las consecuencias del golpe del 20 de julio de 1944 no acuse los condicionantes aquí referidos y que el lector, además de conocer la historia, pueda disfrutar con el relato de la misma como si de una novela se tratase. El argumento ofrece todos los alicientes para ello; ahora es responsabilidad del autor trasladar al papel la emoción, la inquietud, la frustración, el miedo y la resignación -por este orden- que se vivió en aquella intensa jornada que a punto estuvo de cambiar la historia del siglo XX.

En la guerra, causas triviales producen acontecimientos trascendentales.

julio césar

Al encuentro de la historia

Para comprender un acontecimiento histórico, no hay nada más recomendable que acudir al lugar en el que ese hecho tuvo lugar. Cuando uno conoce un episodio concreto de la historia mediante la lectura, como suele suceder en la inmensa mayoría de ocasiones, ese hecho llega a nosotros a través de un único sentido: la vista. Aunque uno pueda gozar de gran imaginación, y en su mente tomen vida sus protagonistas y se plasmen sus escenarios, es indudable que la capacidad para penetrar en su conocimiento es forzosamente limitada.

En cambio, cuando uno visita el lugar en el que ese suceso se desarrolló, pasan a intervenir los otros sentidos. Llegan a nosotros los sonidos y los olores que seguramente percibieron los que entonces actuaron en ese mismo lugar. Y también interviene un sexto sentido, difícil de definir o clasificar; se trata de una vibración especial, la inquietante sensación física de que allí, en ese mismo sitio, pervive de un modo u otro la emoción, el drama, el miedo o la alegría que unas décadas o unos siglos antes -qué más da- experimentaron los que ocupaban ese mismo espacio. En ese momento, el tiempo pasa a ser una variable irrelevante; lo que realmente importa es que tanto los personajes históricos como el visitante comparten las mismas coordenadas, hay una coincidencia real entre ambas realidades, y esa confluencia provoca un efecto tan poderoso como indescriptible.

Un ejemplo es el lugar actual bajo el que se encuentran las ruinas del búnker de Adolf Hitler, en Berlín. Allí fue donde el Tercer Reich vivió sus últimas jornadas, en las que discurrieron episodios dramáticos como el suicidio de Hitler y Eva Braun, y su inmediata incineración, o el de la familia Goebbels al completo. Tras la guerra, los rusos dinamitaron esa sólida construcción; sus gruesos muros permanecieron incólumes, pero los restos quedaron tapados por toneladas de tierra. La zona del búnker, que estaba situada en el Berlín Oriental muy cerca del Muro, fue reabierta en 1989 para construir unos bloques de viviendas y un aparcamiento de superficie para los vecinos. En la actualidad, eso es lo único que puede verse, un paisaje urbano como el de cualquier barrio residencial de cualquier ciudad. Sin embargo, la afluencia de aficionados a la Historia, y de turistas en general, es ininterrumpida.

Aspecto actual del lugar bajo el cual se encuentra el búnker de Hitler, en Berlín.

La habitación en la que el dictador y Eva Braun se suicidaron el 30 de abril de 1945 se localiza aproximadamente a unos 15 metros bajo el soporte de la barrera de entrada al aparcamiento.

La mayoría de los que acuden al lugar en el que se hallaba el Führer bunker, y que de hecho se encuentra casi intacto a quince metros de profundidad, lo hace por simple curiosidad. Tras un rápido vistazo en derredor, y comprobar que lo único que recuerda la existencia del búnker es un panel de información turística colocado sobre el césped contiguo al aparcamiento, la mayor parte de los turistas, tras un gesto de decepción, despliegan sus mapas de la ciudad y encaminan sus pasos hacia otro objetivo que resulte más agradecido con sus cámaras, como el Checkpoint Charlie, en donde incluso podrán encontrar figurantes disfrazados de soldados norteamericanos de la época, con los que podrán fotografiarse a cambio de una propina.

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[1] En los Archivos Nacionales de Estados Unidos en Virginia se encuentra el diario de guerra de la sección de organización del Estado Mayor, que proporciona información de cierto interés sobre las actividades de Stauffenberg. En unos archivos alemanes, en Freiburg, se hallan algunas órdenes que Stauffenberg elaboró cuando era director del Grupo II de la Sección de Organización.