Выбрать главу

Con Tresckow y con Olbricht, Stauffenberg planeó en detalle el conjunto de medidas militares y civiles que debían tomar en el momento de declarar el estado de excepción tras la desaparición del Führer; detención de ministros y otros altos dirigentes nazis, toma de la radio y las agencias de noticias, así como el control de los ferrocarriles y los puntos estratégicos.

Un decisivo puntal de apoyo para Stauffenberg sería su primo el conde Yorck von Wartenburg, en quien depositó una confianza ciega. Hay quien cree que, sin la influencia de su primo, Stauffenberg no hubiera dado posteriormente el paso radical de realizar él mismo el atentado.

En noviembre de 1943 se incorporaría al complot el teniente coronel Werner von Haeften, ayudante de Stauffenberg en el trabajo militar, y que le acompañaría a la Guarida del Lobo a cometer el atentado. El hermano de Von Haeften, Bernd, que era consejero del departamento de relaciones externas, ayudaría a Stauffenberg a encontrar nuevos y valiosos colaboradores.

Claus y Berthold von Stauffenberg compartían un piso en la Tristanstrasse berlinesa, en donde a veces recibían la visita de su tío, el conde Üxküll. Afortunadamente, contamos con la opinión del tío de Stauffenberg sobre las posibilidades de éxito del complot, por mediación de su hija Olga: “Cuando me habló por primera vez de la conjura, en octubre de 1943, mi padre me dijo: He intentado durante años convencer a los jóvenes de que debe hacerse algo en la propia Alemania contra este régimen. Ahora es el momento. Desgraciadamente, he de confesarte que ahora considero que ya es tarde, puesto que se ha dejado pasar el momento; naturalmente, aunque así lo considere, continuaré esforzándome, puesto que tiene el sentido siquiera de mostrar el camino para cortar el paso a ese criminal”.

El conde Üxküll, en palabras de Olga, estaba convencido del papel fundamental que jugaba su sobrino Claus en la conspiración:

“Si es que toda esa conjura tiene alguna posibilidad de éxito, será debido a lo que Claus aporta. En estos momentos, es la fuerza motriz, la fuerza que ha dado forma a todos los esfuerzos nuestros de tantos años. Sin él, todo el asunto perdería dirección y sentido. Es inimaginable la fuerza que desprende de ese hombre, pese a su estado físico”.

Pese al gran concepto que, sin duda, tenía el conde Üxküll de su sobrino, la realidad era que Stauffenberg no era el personaje central de la trama. Por de pronto, nadie podía aventurar, y él tampoco, que finalmente iba a ser él el que tomase la responsabilidad de acabar con Hitler. Sus condiciones físicas le descartaban para esa misión, y además sus dotes de organización le situaban en el centro director del complot, en Berlín, y no en el brazo ejecutor del atentado.

En los meses posteriores, Stauffenberg se prodigó en encuentros con todos los miembros de la oposición al nazismo. Por desgracia, hasta ese momento las discusiones se centraban en cómo debía configurarse políticamente la nueva Alemania surgida del golpe de Estado, más que en cómo realizarlo. El tiempo iba pasando y, como bien apuntaba el conde Üxküll, el mejor momento para llevarlo a cabo ya había pasado. La situación militar iba empeorando cada vez más, lo que suponía que los Aliados se iban a mostrar cada vez menos interesados en apoyar los esfuerzos para derrocar a Hitler. Era lógico pensar que los Aliados prefiriesen gestionar una Alemania totalmente derrotada y sin un interlocutor político válido, que una Alemania deseosa de buscar una paz negociada y regida por unos gobernantes que habían repudiado la dictadura nazi.

Además, el frente del este amenazaba con derrumbarse en cualquier momento. Von Tresckow apremiaba para que se lanzase el golpe de Estado a la mayor brevedad posible. Pero el ingenuo doctor Carl Goerdeler, que estaba previsto que se convirtiese en el canciller del nuevo gobierno, todavía confiaba en que Hitler aceptara un ultimátum si éste le era presentado por un número apreciable de dirigentes militares. Estas diferencias de criterio en el seno de la oposición redundarían en nuevos retrasos.

El general Henning von Tresckow, aquí con sus dos hijos, participó en el atentado de las botellas y luego se sumó a los conjurados del 20 de julio.

Stauffenberg le llamaba “maestro”.

EL PLAN “VALKIRIA”

Stauffenberg siguió trabajando febrilmente junto a Olbricht en la organización del golpe de Estado. La clave estaba en el plan “Valkiria” (Walküre), cuya preparación databa de principios de 1942, aunque en aquella época no tenía ningún tipo de relación con la resistencia.

El general Friedrich Fromm, como jefe del Equipamiento del Ejército de Tierra, había diseñado por aquellas fechas las medidas necesarias para cubrir los huecos que se iban produciendo en las tropas destinadas al frente oriental. Consistían en utilizar a los trabajadores de la industria y los enfermos y heridos que se iban recuperando para ese fin. Esta llamada a filas en caso de necesidad fue establecida formalmente bajo las palabras en clave “Valkiria 1” y “Valkiria 2”, según el grado de movilización.

Pero en el verano de 1943, “Valkiria” pasó a tener un significado muy diferente. Dejó de ser un plan para cubrir las bajas del Ejército y pasó a convertirse en una operación para reprimir cualquier disturbio interno. En esos momentos existía una gran fuerza de trabajadores extranjeros y prisioneros en el interior de Alemania, y se temía que pudiera organizarse algún tipo de levantamiento. “Valkiria 1” pasó a denominar la disponibilidad inmediata de las tropas para ese cometido y “Valkiria 2” se convirtió en la orden de entrada en acción de esas fuerzas de combate.

Hitler estuvo de acuerdo con ese cambio impulsado por el general Olbricht. Pese a que al Führer no le faltaba astucia para advertir cualquier maniobra encaminada a socavar su poder, en esta ocasión tragó el anzuelo. La entrada en vigor del plan “Valkiria” suponía que el Ejército del Interior podría movilizarse y tomar sus propias decisiones aun en el caso de que la relación entre éstas y Hitler quedaran rotas. De forma sorprendente, Hitler aceptó esta propuesta y autorizó que se hicieran los preparativos. Sin ser consciente de ello, estaba dando luz verde al mecanismo que iban a emplear los conspiradores para intentar derrocarle. El plan “Valkiria” iba a permitir llevar a cabo el golpe de Estado sin quebrar, en apariencia, la legalidad vigente.

Stauffenberg y sus compañeros siguieron trabajando en los detalles del plan “Valkiria”. Era necesario redactar las órdenes que serían radiadas o confeccionar las listas de los objetivos a ocupar. Para ello, con el fin de evitar miradas indiscretas, los conjurados se reunían en el bosque de Grünewald. Allí, las esposas de Tresckow y del barón von Oven acudían con máquinas de escribir portátiles para confeccionar los documentos. Escribían con finos guantes para no dejar sus huellas dactilares. Después de ser utilizadas, las máquinas de escribir eran guardadas en lugares secretos.

Tras una de estas reuniones clandestinas en el bosque, se produjo una escena propia del mejor thriller. Ya de noche, la esposa de von Oven caminaba junto a Tresckow y Stauffenberg de regreso a casa, llevando en una cartera los documentos que habían redactado esa tarde. De pronto, una patrulla motorizada de las SS apareció y se detuvo justo al lado de ellos. Los hombres de las SS descendieron rápidamente del vehículo y los conjurados comprendieron al momento que era inútil escapar; estaban perdidos sin remedio. Pero la patrulla ni siquiera prestó atención a los tres viandantes, sino que entraron a toda prisa en una casa para hacer un registro. La mujer de von Oven recordaría más tarde que sus dos compañeros palidecieron notoriamente.