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El hombre que resultaba el más indicado para atentar contra Hitler era el jefe de la sección de organización del Estado Mayor del Ejército, el general Helmuth Stieff. Él era el único de los conjurados que tenía acceso a las reuniones militares en las que participaba Hitler. En octubre, Tresckow entregó material explosivo de origen inglés a Stauffenberg, que a su vez lo pasó a finales de ese mes a Stieff. Sin embargo, el general no tuvo posibilidad de dejar la bomba en la sala de conversaciones, o al menos eso es lo que comunicó a los participantes en el complot, por lo que ese primer intento se saldó con un fracaso.

Al general Helmut Stieff se le encargó cometer el atentado, pero nunca llegaría a encontrar el momento adecuado para llevarlo a cabo.

Posteriormente, tras el atentado del 20 de julio, Stieff diría a sus interrogadores de la Gestapo que en realidad ni siquiera llegó a intentar depositar la bomba, pues no estaba dispuesto a realizar la acción. No sabemos si Stieff tuvo en algún momento intención real de acabar con Hitler, y si un hipotético intento se abortó por falta de valor o de oportunidad, pero la única verdad es que el atentado previsto no llegó a producirse.

El siguiente que se ofreció a intentar eliminar a Hitler fue el capitán Axel von dem Bussche. Este oficial estaba dispuesto a emprender una misión suicida; con motivo de una visita de Hitler prevista a una exposición en Berlín del nuevo uniforme militar de invierno, Von dem Bussche planeó acercarse al dictador y saltar sobre él encendiendo sus propias ropas, que debían estar previamente cargadas con material explosivo. Sin embargo, la ceremonia de la aprobación del nuevo uniforme a la que debía asistir el Führer fue aplazada en varias ocasiones. Cuando finalmente, en noviembre de 1943, parecía que iba a celebrarse, la línea ferroviaria que debía trasladar a Hitler a Berlín desde Prusia Oriental fue destruida por un bombardeo y la ceremonia se suspendió. Antes de que se fijara una nueva fecha, Von dem Bussche fue trasladado al frente.

Durante las Navidades de 1943 se produjo supuestamente un nuevo intento de atentado, aunque no conocemos ningún detalle del mismo. Al parecer, Stauffenberg avisó al doctor Goerdeler de que todo estuviera dispuesto los días 25, 26 y 27 de diciembre para poner en marcha el golpe de Estado, puesto que la acción se produciría uno de esos días. Algún historiador, aunque sin citar fuentes, ha afirmado que en esa ocasión Stauffenberg acudió con una bomba a la Guarida del Lobo en sustitución de Olbricht, que se fingió enfermo, pero que en el último momento se suspendió la reunión. Este episodio es improbable, aunque lo que es incontrovertible es que nada sucedió. Goerdeler amonestó gravemente a Stauffenberg, pues se había alertado a todo el aparato opositor sin que nada hubiera ocurrido, corriendo el enorme riesgo de que la Gestapo hubiera reparado en esos movimientos.

El resuelto capitán Axel von dem Bussche estaba dispuesto a emprender una misión suicida para asesinar a Hitler.

En enero de 1944, los conspiradores se reunieron para hacer balance de lo conseguido hasta la fecha. Los planes para el golpe de Estado estaban plenamente desarrollados y listos para entrar en acción, pero lo más importante, acabar con Hitler, parecía cada vez más un objetivo irrealizable. Era necesario obtener nuevos explosivos; el coronel Wessel Freytag von Loringhoven afirmó que se esforzaría en conseguirlos [4]. También se habló de que en la próxima visita de Hitler al frente algún oficial le disparase, pero el dictador no tenía intención de efectuar más visitas, quizás temiendo una reacción de este tipo.

Un sonriente Stauffenberg junto a Mertz von Quirnheim, en un momento distendido. Los días tensos llegarían más tarde.

El siguiente plan para atentar contra Hitler se produciría con ocasión de otra ceremonia de presentación de un nuevo uniforme. En este caso el que se encargaría de la acción iba a ser el mariscal Ewald von Kleist. El 11 de febrero de 1944 debía celebrarse el acto, pero fue suspendido.

Ante ese nuevo fracaso, el turno le correspondería a otro oficial, el capitán Von Breitenbuch. Como ayudante del mariscal Busch, le acompañó a una conferencia en el Cuartel General de Rastenburg a la que debía asistir Hitler. Breitenbuch estaba dispuesto a disparar a quemarropa al Führer en mitad de la reunión, pero cuando estaba a punto de entrar en la sala le fue prohibido el paso, pues en el último momento se había decidido celebrarla sin la asistencia de los subalternos.

Naturalmente, la tensión entre los conjurados ya era máxima. Desde hacía varios meses, la orden “Valkiria” parecía inminente, pero aún no había sido posible lanzarla. Como era de prever, tantos preparativos no habían pasado desapercibidos a la Gestapo. Himmler estaba convencido de que había un complot en marcha, pero desconocía el alcance de ese círculo. La prueba es que comunicó sus sospechas al almirante Canaris, creyéndole leal al régimen nazi. Canaris advirtió de inmediato al general Olbricht que la Gestapo ya estaba tras la pista de los conjurados, y Olbricht comunicó la inquietante noticia a Stauffenberg y los demás. Había que actuar de inmediato, ya no se podía perder más tiempo.

Capítulo 5 Los preparativos

En los primeros meses de 1944, la preocupación y el desánimo fueron cundiendo entre los conjurados. Los sucesivos intentos de acabar con la vida de Hitler habían acabado en sendos fracasos; cuando no había fallado el valor del hombre que estaba decidido a atentar contra él, se había producido alguna imprevisible contingencia que había desbaratado el plan. Daba la sensación de que el dictador germano era un coloso indestructible, cuyo aura aniquilaba cualquier intento de destruirle. El convencimiento inconsciente de los conspiradores de que la Providencia estaba de su parte hacía que cada vez fuera más difícil reunir los ánimos suficientes para organizar un nuevo atentado.

Por otro lado, el cerco de la Gestapo se estaba cerrando cada vez más sobre los participantes en el complot. En enero de 1944, la policía de Himmler había detenido a varios miembros de un círculo de opositores cercano a la conjura de Stauffenberg. Afortunadamente para ellos, la Gestapo no logró descubrir los lazos que unían a ambos círculos, pero se extendió la impresión de que en cualquier momento el complot podía ser descubierto. Esta situación llevó a que se extremasen las medidas de seguridad y que se restringiese el flujo de información. Se impartieron consignas para que, en caso de que alguien cayese en manos de la Gestapo, no facilitase información alguna que pudiera dañar a los implicados en el asunto.

Por último, la situación militar de Alemania iba cada día de mal en peor. El frente oriental amenazaba con quedar roto en cualquier momento y en el frente occidental se esperaba el más que anunciado desembarco aliado en el continente. En la península italiana los alemanes se limitaban a resistir las acometidas anglonorteamericanas, sin la más mínima esperanza de pasar a la ofensiva. En cuanto a la guerra aérea, los aviones aliados encontraban todavía menos oposición en los cielos alemanes y la población civil pagaba las consecuencias padeciendo atroces bombardeos. Esto hacía que los conjurados tuvieran cada vez más difícil obtener algún tipo de apoyo entre los Aliados y, en el caso de que el gol pe triunfase, conseguir una paz negociada.

EL “TRABAJO SUCIO”

Así pues, era urgente efectuar el atentado contra Hitler. Stauffenberg llevó a cabo una ingente labor de búsqueda de todo aquél que estuviera en condiciones de poder acercarse al Führer, y que pudiera ser receptivo al planteamiento de asesinar al dictador. Uno de los contactados fue el mayor Meichssner, que tenía acceso al Cuartel General en Rastenburg. Stauffenberg intentó convencerle, pues sabía que Meichssner veía con buenos ojos el derrocar violentamente el régimen nazi, pero el mayor no se encontraba en buenas condiciones, al haber comenzado a abusar del alcohol, por lo que declinó la proposición del conde.

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[4] El coronel barón Von Freytagh-Loringhoven había sido jefe del Abwehr en el Grupo de Ejércitos Centro, del frente oriental, donde el general Von Tresckow era el cerebro de la oposición. A finales de 1943, Von Freytagh-Loringhoven accedió a la jefatura de la sección de sabotaje del servicio central del Abwehr en Berlín, bajo las órdenes del almirante Canaris. Gracias a su cargo, es de suponer que pudo interesarse sin despertar sospechas por los explosivos que solían lanzar los ingleses desde el aire con destino a los saboteadores de los territorios ocupados.