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Haeften, el ayudante de Stauffenberg, también rechazó la propuesta de llevar a cabo el “trabajo sucio” -el eufemismo con el que se conocía el intento de asesinato-, aduciendo motivos religiosos. En cambio, no eran pocos los oficiales jóvenes que sí que estaban dispuestos a disparar a Hitler, pero no tenían acceso personal al Führer, o bien se hallaban destinados en un puesto desde el que era difícil actuar.

Se estudió incluso la posibilidad de preparar una entrevista personal de Hitler con alguno de los conjurados, para asegurar así el éxito de la acción. En este caso, sólo podía conseguirse esa reunión si el que la solicitaba era un prestigioso jefe militar que tuviera la plena confianza de Hitler, pero no se halló a nadie que encajase en ese perfil.

A la tensión resultante de la falta de resultados esperanzadores en relación al atentado, se unió la que surgía de los distintos planteamientos políticos de los implicados. De manera un tanto surrealista, las discusiones giraban en ocasiones en torno al número de ministerios con el que debía contar el nuevo gobierno, en lugar de sobre la manera más rápida y eficaz de acabar con la vida de Hitler. La tensión se acrecentaba también por la batalla interna que se daba entre el sector “civil” y el “militar”. Por ejemplo, Stauffenberg reclamó para sí una mayor participación en el diseño de la nueva administración, una intención que fue rechazada airadamente por Goerdeler, el futuro canciller, que exigía que fueran los civiles los únicos que se encargasen de las cuestiones políticas. Por otro lado, la figura de Goerdeler también era discutida, puesto que algunos conjurados, como Stauffenberg, no consideraban que tuviera el carisma necesario para presentarse a los alemanes como el nuevo canciller.

Los debates internos entre los conjurados se producían también en otros terrenos. Existía un sector decidido a hacer la paz con los aliados occidentales y a proseguir la guerra contra los soviéticos, y otro a la inversa. Los planteamientos políticos más conservadores tenían a sus partidarios, sobre todo los de más edad, mientras que los oficiales jóvenes, como Stauffenberg, estaban dispuestos a afrontar políticas arriesgadas, incluso de corte revolucionario, para ganarse el apoyo de las masas obreras. Estas discusiones de altura política demostraban que existía una preocupación por diseñar el futuro de Alemania, no sólo por derribar el sistema existente. Pero a la hora de la verdad, estas controversias bizantinas no resolvían los problemas acuciantes a los que tenían que enfrentarse los conjurados, y lo único que lograban era hacer peligrar la solidez del complot.

CONTACTOS CON LOS ALIADOS

Un aspecto importante para los participantes en la conjura era el de las implicaciones exteriores. Era necesario conocer la reacción de británicos y norteamericanos en el caso de que la Alemania surgida del golpe de Estado propusiese el inicio de negociaciones. Stauffenberg consideraba que el gobierno de Londres debía estar inquieto ante el amenazador crecimiento del poder de la Unión Soviética y que, por tanto, no vería con malos ojos alcanzar un acuerdo con una Alemania libre del nazismo, para poner freno así a las ambiciones de Moscú.

Aunque se ha especulado con que Stauffenberg sentía simpatía por los soviéticos, y que era partidario de hacer la paz con Stalin antes que con los aliados occidentales -lo que le supuso posteriormente ser considerado como un héroe en la Alemania Oriental-, las investigaciones de los historiadores han demostrado más bien lo contrario. Stauffenberg era partidario de alcanzar un acuerdo con los ingleses y estadounidenses y, de hecho, rechazó alguna sugerencia de colaboración procedente del comité Alemania Libre, controlado totalmente por Moscú.

A través de Suecia, un enviado de los conspiradores, Adam von Trott, tanteó la actitud de los aliados occidentales ante un nuevo gobierno alemán. Las peticiones fueron modestas, como por ejemplo la detención de los bombardeos sobre Berlín si el golpe triunfaba, pero ingleses y norteamericanos, especialmente los primeros, se negaron a cualquier tipo de concesión. Cuando el mensaje llegó a Berlín, los conjurados no quisieron creer que esa intransigencia fuera cierta, y la achacaron a una táctica de jugador de póker. Por ejemplo, Stauffenberg estaba convencido de que Churchill variaría esa postura al vislumbrar la posibilidad de un armisticio en el frente occidental, lo que permitiría que Alemania se centrase en defender el oriental, convirtiéndose así en un dique al expansionismo ruso.

Stauffenberg creía, de forma un tanto ingenua, que los aliados occidentales aceptarían la propuesta de paz del gobierno salido del golpe de Estado, por lo que preparó un documento en el mes de mayo, junto al capitán Kaiser, que recogía un total once puntos con los que sentarse a dialogar con los representantes de Londres y Washington:

1. Cese inmediato de los bombardeos sobre Alemania.

2. Detención de los planes de invasión.

3. Evitar más víctimas.

4. Mantenimiento de la capacidad militar en el este.

5. Renuncia a toda ocupación.

6. Gobierno libre y constitución independiente.

7. Total cooperación para el cumplimiento del armisticio.

El primer ministro británico, Winston Churchill, rechazó proporcionar cualquier tipo de apoyo a la oposición germana. Los conjurados pidieron ayuda a los ingleses, mediante contactos en la neutral Suecia, pero Londres sólo pensaba en la derrota total de Alemania.

8. Delimitación de las fronteras de 1914 en el este, mantenimiento de Austria y de los Sudetes, autonomía para Alsacia y Lorena.

9. Colaboración en la reconstrucción de Europa.

10. Juicio de los criminales contra el pueblo.

11. Recuperación de la dignidad y el respeto.

No está confirmando que este documento llegase a manos de los Aliados, pero no es aventurado suponer que, si la entrega se produjo, la propuesta no mereciera ninguna atención. Estaba claro que después de casi cinco años de lucha y con el Ejército germano en retirada en casi todos los frentes, no podía ponerse punto y final a la contienda premiando a Alemania con la conservación de los territorios ocupados durante su expansión.

Además, la renuncia a cualquier ocupación por parte de los Aliados equivalía a reincidir en el mismo error que se había cometido al final de la Primera Guerra Mundial. Si Stauffenberg era un iluso idealista o, por el contrario, era un hábil negociador al plantear esa oferta de máximos, es algo que no sabemos. De lo que sí estamos seguros es de que los Aliados negaron todo apoyo y ayuda a un levantamiento contra Hitler llevado a cabo por los propios alemanes, pese a que, con total seguridad, el éxito de esa maniobra hubiera salvado miles de vidas británicas y norteamericanas.

“CUESTE LO QUE CUESTE”

A finales de mayo de 1944, se intensificaron aún más los planes para eliminar a Hitler, bajo el impulso del general Olbricht. Se obtuvo una cantidad de explosivo de procedencia alemana, que fue guardada en la casa de Stauffenberg en Berlín. Pero ese explosivo no llegó a utilizarse; se cree que el general Fromm, pese a no formar parte de la conjura, frenó el atentado al pedir a Olbricht tiempo para conseguir el apoyo de más generales.

Entonces sucedió un hecho providencial. Como si la corriente arrastrara nuevamente a Stauffenberg hacia su ineluctable destino, el conde fue propuesto por el general Heinz Guderian para sustituir al general Heusinger en la jefatura de la Sección de Operaciones. El que Guderian le calificase “como el mejor del Estado Mayor” convenció a Himmler para la idoneidad de su nombramiento.