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Pero, llegados a este punto, ya no estaba en juego sólo el futuro de Alemania, sino la propia supervivencia de los implicados en el complot. Si regresaba de esa reunión con la bomba en su cartera, tan sólo les quedaría esperar a que la Gestapo se presentase para arrestarlos a todos. Sin duda, ésta era la última oportunidad.

Capítulo 6 La Guarida del Lobo

Al amanecer del 20 de julio de 1944, ya se sentía en Berlín el tibio calor que iba a preceder a un día tórrido. La noche no había traído fresco alguno y la jornada se anunciaba a tan temprana hora tan calurosa como la anterior.

Stauffenberg se levantó antes de las seis y se vistió hábilmente con sus tres dedos, ayudándose de sus dientes. Seguramente intercambió unas palabras de ánimo con su hermano Berthold, que había dormido en una habitación contigua, preparándose ambos para la intensa y crucial jornada que iban a vivir, y de la que iba a depender el destino de Alemania y de toda Europa.

Claus y Berthold subieron al vehículo que les conduciría hasta el aeródromo de Rangsdorf, cercano a Berlín. El chófer era el cabo Schweizer, que era ajeno al propósito de los hermanos Stauffenberg. Durante el trayecto tuvieron que pasar por calles en las que se amontonaban las ruinas provocadas por los constantes bombardeos, lo que probablemente les hizo pensar que, de tener éxito el golpe, esa pesadilla podía estar a punto de acabar. Por el camino recogieron al teniente Werner von Haeften y a su hermano Hans Bernd. Haeften tenía la misión de ayudar a Stauffenberg a preparar el atentado.

Un Heinkel 111 despegando. Un aparato como éste fue utilizado por Stauffenberg para volar hasta el Cuartel General de Hitler en Rastenburg y regresar después a Berlín.

En el aeródromo les esperaba un Heinkel 111, un avión correo que había sido puesto a disposición de los golpistas por el general Wagner. Stauffenberg estaba contento de poder contar con ese aparato en lugar de los lentos Junker 52 que solían efectuar ese recorrido. No obstante, esa ventaja se vería anulada; estaba previsto que el avión despegase a las siete en punto, pero la salida se retrasó hasta las ocho. Mientras tanto, apareció el general Stieff, que se incorporó al reducido pasaje.

Finalmente, poco antes de las ocho, Stauffenberg se despidió de su hermano Berthold y subió al aparato acompañado del teniente Haeften, que a su vez se despidió de su hermano. Ya en el avión, el coronel entregó a Haeften su cartera, que contenía las dos bombas, y éste le dejó la suya. El teniente debía encargarse de su custodia hasta que llegase el momento de activarlas. El avión, después de elevarse, puso rumbo a Rastenburg, distante unos seiscientos kilómetros.

EN LA GUARIDA DEL LOBO

A las 10.15, el Heinkel 111 tomó tierra en el aeródromo de Rastenburg. Al bajar del aparato, Stauffenberg, Haeften y Stieff encontraron un vehículo a su disposición para conducirles hasta la Guarida del Lobo. Stieff, acompañado de Haeften, continuaría su camino hacia el Cuartel General del Ejército, el Mauerwald, pues Haeften debía asistir allí a una reunión. El piloto del avión fue avisado de que tenía que estar preparado desde las doce del mediodía para emprender el vuelo de vuelta, pero esta vez sin demoras de ningún tipo.

El trayecto del coche hasta el Cuartel General del Führer, a seis kilómetros del aeródromo, duró unos escasos diez minutos, sin que surgiese ningún obstáculo. Hasta llegar a la residencia de Hitler debían atravesar tres puestos de control, numerados con las cifras romanas III, II y I. Una vez superado este último puesto, Stauffenberg descendió del auto y Haeften continuó junto a Stieff en dirección al Mauerwald. Haeften, que seguía llevando la cartera con las dos bombas, debía regresar en un par de horas, para poder ayudar a Stauffenberg a realizar el atentado, y debía ocuparse de asegurar la disponibilidad del vehículo para el momento en que, una vez consumada la acción, se dispusieran a regresar al aeródromo para tomar el avión de vuelta a Berlín.

Stauffenberg, llevando la cartera de Haeften, se dirigió al casino de oficiales y allí se encontró una mesa situada al aire libre, a la sombra de un frondoso roble, en la que desayunaban copiosamente varios conocidos. Algunos le esperaban allí desde las nueve, la hora prevista para su llegada. Estaban presentes el capitán Pieper, el doctor Walker, el doctor Wagner, el teniente general Von Thadden y el capitán Von Möllendorf. Como veremos más adelante, su amistad con éste último le resultaría providencial en un momento de grave dificultad, durante la huida de la Wolfsschanze. Stauffenberg fue invitado a sentarse y estuvo departiendo con ellos. El café de que disponían en la Guarida del Lobo tenía muy poco que ver con el sucedáneo al que se debía recurrir en Berlín, por lo que es de suponer que el coronel se sintió reconfortado y animado por ese desayuno, que se prolongó hasta las once.

El teniente Werner von Haeften acompañó a Stauffenberg a la Guarida del Lobo para ayudarle en los preparativos del atentado. Haeften se mostraría fiel al conde hasta el final.

Stauffenberg telefoneó al ayudante de Keitel, el mayor Ernst John von Freyend, para confirmar sus reuniones del día. La que contaría con la presencia de Hitler se celebraría a las 13.00 en el barracón de conferencias, como era habitual [8]. Entonces se dirigió a la primera conferencia en la que debía tomar parte, dirigida por el general Buhle, jefe del Estado Mayor del Ejército. En la sofocante cabaña en la que esa reunión tendría lugar, la del Alto Mando del Ejército, se discutió sobre la creación de dos nuevas divisiones para Prusia Oriental, con reservistas de la Guardia del Interior. El balance de una media hora de discusión fueron unas cuantas observaciones generales que no desembocarían en ninguna decisión concreta.

UN ADELANTO IMPREVISTO

Más relevante era la siguiente reunión a la que debía asistir Stauffenberg, en este caso con el mariscal Keitel. Mientras se estaba desarrollando el encuentro, entró un asistente y comunicó a Keitel que la conferencia diaria, en la que tomaría parte Hitler, se había adelantado una hora, como consecuencia de la visita oficial que debía realizar Mussolini, cuya llegada se esperaba hacia las 14.30. Así pues, la reunión, prevista inicialmente para las 13.00, tendría lugar a las 12.30.

Stauffenberg no sabía nada de ese adelanto imprevisto; el atentado se veía entonces amenazado de un nuevo aplazamiento, debido a que los dos artefactos se hallaban en la cartera de su ayudante, que desconocía también el adelanto de la conferencia. Por suerte, poco después de concluir la reunión presidida por Keitel, el teniente Haeften se presentó, llegando así a tiempo de proporcionar las bombas a Stauffenberg, pero había que apresurarse para poder activarlas a tiempo.

El adelanto de la reunión provocó otro inconveniente; al prever que sería corta y de que, por tanto, no se tratarían temas esenciales, tanto Himmler como Goering, que solían asistir a las conferencias diarias, decidieron no presentarse. El objetivo de los conjurados era eliminar también a ambos jerarcas, pero eso ya no sería posible. Las coincidencias y las casualidades comenzaban a conjurarse, irónicamente, contra los conjurados…

Pero ésa era una cuestión menor al lado del problema más perentorio: montar las bombas. Era necesario buscar un lugar adecuado para esa tarea, por lo que Stauffenberg pidió al comandante Von Freyend poder disponer durante unos minutos de una habitación en donde cambiarse de camisa. Éste le ofreció un pequeño dormitorio, en donde entró Stauffenberg acompañado de Haeften, lo que era explicable pues podía necesitar ayuda para vestirse. Una vez en la habitación, procedieron a activar las bombas.

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[8] Aunque es frecuente encontrar fuentes que aseguran que la reunión se celebró en un lugar distinto al habitual, en el Informe Kaltenbrunner se indicaría claramente lo contrario: “El lugar del acto fue la sala en la que siempre se mantenían las conversaciones”. Así pues, no es cierto que Stauffenberg hubiera tenido que realizar el atentado en un lugar imprevisto, tal como suele creerse.