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Mientras tanto, los relojes ya marcaban las 12.30, y Von Freyend, que estaba esperando en el pasillo, se sentía cada vez más inquieto, pues debía conducir a Stauffenberg a la sala a tiempo para la reunión, cuando ésta ya había comenzado.

En ese momento hubo una llamada del general Erich Fellgiebel, jefe de comunicaciones del Alto Mando de la Wehrmacht, que se encontraba en la Guarida del Lobo. Fellgiebel también participaba de la conjura, y tenía la misión de bloquear todas las comunicaciones del Cuartel General de Hitler con el exterior. La llamada fue recibida por Von Freyend; le dijo que tenía que hablar con Stauffenberg y le pidió que le pasara el aviso de que le llamara. No había tiempo para que el coronel le devolviera la llamada, pero Freyend envió al sargento mayor Werner Vogel a comunicar a Stauffenberg el mensaje de Fellgiebel y a decirle que se diera prisa.

El sargento intentó entrar en la habitación sin llamar. Al abrir la puerta de manera impetuosa, ésta impactó en la espalda de Stauffenberg, que se encontraba de pie justo detrás de ella. El sargento se disculpó y dijo que le habían comunicado que no podía hacerse esperar a Hitler, por lo que el coronel debía presentarse de inmediato. Stauffenberg replicó de manera brusca que ya se estaba apresurando y volvió a cerrar la puerta. Más tarde, ese sargento declararía ante los funcionarios de la policía criminal lo que había visto fugazmente al abrir la puerta: dos carteras colocadas encima de la cama, además de algunos papeles y un paquete. El testigo interpretó que ambas carteras habían sido vaciadas.

No sabemos lo que ocurrió en la habitación. Lo que es evidente es que la primera bomba sí fue activada. Para ello es posible que fuera Stauffenberg, ayudado de una tenaza [9], quien rompiese la cápsula de ácido del mecanismo; a partir de ese momento, una pequeña cantidad de ácido quedaba liberada para que pudiera corroer un fino alambre colocado dentro de una ampolla de cristal, que sujetaba el disparador que debía provocar la detonación. El tiempo necesario para la corrosión completa del alambre era de diez minutos; ya era imposible impedir la explosión, así que Stauffenberg no podía volverse atrás.

Es posible que luego intentasen montar el mecanismo de la segunda bomba. Quizás la entrada del sargento se produjo mientras lo estaban intentado y a partir de ahí no lograron concentrarse o, para no entretenerse más, Stauffenberg decidió acudir a la conferencia únicamente con ese kilo de explosivo ya activado, una cantidad más que suficiente para matar a Hitler en condiciones normales. De un modo u otro, sólo una de las dos bombas fue activada [10].

Es comprensible que Stauffenberg, terriblemente presionado por las circunstancias, sólo consiguiese activar una bomba, pero igualmente cometió un error colosal. Introdujo la bomba activada en su cartera y entregó la otra a su ayudante; en ese momento no fue consciente, pero acababa de condenar el atentado al fracaso. Si, en vez de entregársela a Haeften, la hubiera colocado también en su cartera pese a no estar activada, el estallido de la primera hubiera hecho explotar también esa segunda. Está claro que este razonamiento, que a nosotros nos aparece de una forma tan clara, no acudió a su mente, al estar sometido a una gran presión y estar forzado a tomar decisiones transcendentales en décimas de segundo. De este modo, renunciando a la posibilidad de que la explosión fuera doblemente letal, Stauffenberg quedaba en manos de los factores aleatorios que finalmente salvarían la vida al Führer.

COMIENZA LA CONFERENCIA

Mientras Stauffenberg y Haeften estaban montando las bombas, la conferencia de situación había dado ya comienzo, con la presencia de Hitler, quien había llegado directamente desde su búnker.

El dictador germano llevaba en su búnker una vida casi monacal. En su habitación había una espartana cama de campaña y una mesita de noche, sobre la que se podía ver el retrato de su madre, una fotografía que también le acompañaría en sus últimos días en el búnker de Berlín.

Ese 20 de julio se había despertado sobre las diez de la mañana, después de que no pudiera conciliar el sueño hasta las seis o las siete de la mañana. Tras tomar un baño de agua muy caliente, había sido visitado, como era habitual, por el doctor Morell.

Éste le había examinado brevemente, comprobando sobre todo los temblores de sus manos. Siguiendo con la rutina, el galeno procedió a inyectarle un cóctel de sustancias destinadas a mantener la capacidad de trabajo de Hitler [11].

Una vez que el Führer entró en la sala de conferencias, el primero en hablar fue el general Heusinger que, en nombre del general Zeitzler, pasó a exponer la situación en el frente del este.

Heusinger intentó restar dramatismo a la situación por la que atravesaban las tropas alemanas, pero no podía ocultar que la gran ofensiva lanzada por los rusos el 23 de junio contra el Grupo de Ejércitos Centro estaba consiguiendo continuos éxitos.

Hitler preguntó a Heusinger:

– ¿Qué sucede en el frente rumano?

– Nada de particular -respondió el general.

– ¿Dónde están las fuerzas blindadas enemigas?

– Desde hace algún tiempo es imposible localizarlas por radio admitió Heusinger.

– ¿Qué sucede al este de Lemberg? -inquirió Hitler.

– Allí la situación es cada vez más tensa, ya que pronto se unirán los dos frentes de ataque rusos.

Heusinger no podía ocultar a Hitler la situación crítica en la que se encontraba el frente oriental. El empuje ruso era cada vez más intenso en todos los sectores del frente y, si el Ejército Rojo conseguía abrir una brecha en dirección a Lemberg, las consecuencias sobre el conjunto del frente serían un auténtico desastre.

Este monolito recuerda hoy día el emplazamiento del barracón de conferencias en el que Stauffenberg cometió el atentado. La base de hormigón que sirve de soporte a la piedra conmemorativa formaba parte de dicha construcción.

Tras activar la bomba, Stauffenberg y Haeften salieron del cuarto y se encontraron al general Buhle y al comandante Von Freyend, con los que recorrieron el camino hacia el barracón, en el que ya había comenzado la conferencia. Buhle y Freyend trataron de ayudar al coronel mutilado, llevándole la cartera, pero éste rechazó de una manera un tanto áspera el ofrecimiento, aduciendo que prefería llevarla él mismo.

Sin embargo, antes de entrar en el barracón, el coronel entregó la cartera a Freyend y le rogó que, siendo éste ayudante del mariscal Keitel, le acercase lo más posible, a él y a su cartera, al lugar que ocupaba el Führer. La primera razón era que él mismo debía presentar un informe y que por ello debía encontrarse cerca de Hitler y, en segundo lugar, porque así podría seguir mejor sus observaciones, pues dijo ser un poco duro de oído.

Los tres llegaron al barracón. Era una pequeña construcción de una sola planta; las paredes eran de cartón de yeso reforzado con fibra de vidrio y una capa de entablado de madera, todo ello cubierto por un material a prueba de balas. Para el propósito de Stauffenberg hubiera sido más conveniente que la reunión se celebrase en un recinto de hormigón, para que la onda expansiva quedase contenida entre sus paredes y no escapase al exterior, como era previsible que sucediese en ese endeble barracón.

Para llegar a la sala tuvieron que atravesar un vestíbulo en el que había un vestuario, un lavabo y una centralita telefónica. En el vestuario, Stauffenberg dejó su cinturón, su arma y la gorra. Después se dirigieron a la sala. El general Bukle abrió la puerta y, tras él, entraron Stauffenberg y Freyend. Eran las 12.37.

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[9] La tenaza estaba especialmente adaptada para Stauffenberg, teniendo en cuenta que sólo contaba con los tres dedos que le quedaban en la mano izquierda. No se sabe si fue él o bien Haeften el que rompió esa primera cápsula, pero es probable que Stauffenberg, a quien no le gustaba eludir ninguna responsabilidad, asumiese ésta sin dudarlo.

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[10] Existen otras versiones sobre esos instantes. Algunos autores, como Ian Kershaw, apuntan a que Stauffenberg no cerró la puerta tras la irrupción del sargento Vogel, sino que ésta quedó abierta, con Vogel esperando en el umbral, y que Freyend gritó desde el pasillo a Stauffenberg para que se diera prisa. Si sucedió así, está claro que no hubo ninguna opción de montar el segundo detonador.

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[11] El doctor Morell se había convertido en el médico personal de Hitler. Era el especialista de moda en Berlín para enfermedades de la piel y venéreas, y tras obtener la confianza del Führer, desbancó a los otros médicos que se encargaban de su salud, que le acusaban de ser un charlatán. Morell inyectaba a Hitler, casi a diario, una cantidad desmedida de sustancias: sulfonamidas, hormonas, productos glandulares o simple glucosa. Se cree que llegaba a administrarle un total de 28 específicos distintos. Con el paso del tiempo, Morell tuvo que recurrir a medicamentos cada vez más fuertes y frecuentes, lo que le obligaba a inyectarle después sedantes para contrarrestar el efecto de los primeros. Esta medicación contraproducente podría explicar algunas de las, cada vez más frecuentes, reacciones explosivas de Hitler.