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Hitler se encontraba de pie junto a la gran mesa cubierta de mapas, detrás de la puerta y de espaldas a ella. A su derecha se hallaba Heusinger, que interrumpió su exposición al prestar atención a los recién llegados. A la izquierda de Hitler se encontraba el mariscal Keitel, que tenía al lado al general Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht.

La intervención de Heusinger quedó así momentáneamente en suspenso. Keitel taladró con su mirada a los rezagados que acababan de entrar en la sala e informó a Hitler que había llegado el coronel conde Von Stauffenberg, intercambiándose ambos un breve saludo:

– Tendrá que esperar, Stauffenberg -le dijo el dictador-, quiero que antes termine Heusinger.

Mientras, Freyend estaba ocupado en pedir en voz baja al almirante Voss, que se encontraba inmediatamente a la derecha del general Heusinger, que cediese su lugar al coronel. El almirante cedió amablemente y se trasladó al otro lado de la mesa, exactamente enfrente de Hitler, mientras el coronel ocupaba su puesto, dándole las gracias por la atención que había tenido con él. En ese momento, Freyend entregó la cartera a Stauffenberg y éste la colocó a su lado.

– Continúe, Heusinger -dijo Hitler.

Estaba previsto que cuando Heusinger terminase con su intervención le correspondiese a Stauffenberg tomar la palabra. Pero el coronel no tenía ninguna intención de esperar su turno, pues sabía que el mecanismo de la bomba seguía su curso imparable y que en cualquier momento el ácido podía acabar de corroer el fino alambre, por lo que no se podía predecir el momento exacto en el que el artefacto haría explosión.

Así pues, Stauffenberg empujó la cartera hasta situarla en el punto en que el efecto letal de la deflagración sería mayor; la detonación alcanzaría de lleno a Heusinger y Hitler, y después a los que se encontrasen en los dos lugares más cercanos a ellos. La onda expansiva se dirigiría hacia la posición de Hitler, pues hacia el otro lado ésta chocaría con la gruesa pata de la mesa. La posición que ocupaba la bomba en ese momento era la idónea para conseguir el objetivo deseado por los conjurados.

STAUFFENBERG ABANDONA LA SALA

Stauffenberg había conseguido lo más difícil. Ahora sólo le quedaba desaparecer lo más rápidamente posible de aquel barracón que en unos pocos minutos iba a convertirse en un infierno en llamas. Tenía que marcharse de allí si no quería morir víctima de su propia bomba.

Probablemente, antes de salir, advirtió que las ventanas estaban abiertas de par en par, para que corriese algo de aire en esa calurosa mañana. Esa circunstancia no ayudaba a que los efectos de la bomba que estaba a punto de estallar fueran más letales, al permitir el escape libre de la onda expansiva, pero su única preocupación en ese momento debía ser salir de la sala de inmediato.

Con suma discreción, Stauffenberg se dirigió a Von Freyend para decirle que debía efectuar una llamada urgente en relación al informe que debía presentar, y éste le indicó con un gesto que le acompañase a la centralita. Stauffenberg murmuró entonces al oficial que se encontraba a su derecha, el coronel Heinz Brandt [12], que le vigilase la cartera durante su breve ausencia, pues ésta contenía documentos secretos, a lo que el coronel Brandt accedió solícito.

Stauffenberg abrió despacio la puerta mientras todas las miradas estaban centradas en el mapa que ilustraba el diálogo entre Heisenger y Hitler, y salió discretamente al pasillo acompañado por Von Freyend. Si alguien advirtió la salida del coronel tampoco pudo extrañarse de ese repentino abandono de la sala, puesto que las conferencias presididas por Hitler eran más desordenadas de lo que cabría pensar; era frecuente que los participantes entrasen y saliesen continuamente, que hubiera diálogos paralelos o que se impartiesen órdenes a los ayudantes. Tan sólo de vez en cuando alguien reconvenía a los presentes para que mantuvieran el orden.

Una vez en el pasillo, Stauffenberg dijo a Freyend que debía devolverle la llamada a Fellgiebel, la llamada sobre la que el sargento mayor Vogel le había informado de forma inoportuna mientras estaba montando las bombas junto a Haeften. Freyend se asomó al pequeño cuarto en el que se encontraba la centralita y pidió al oficial de guardia, el sargento Adam, que llamase a Fellgiebel. Mientras se establecía la comunicación, Freyend dijo a Stauffenberg que debía regresar a la sala y se marchó, es de suponer con gran alivio para el coronel, pues así podría escapar sin tener que ofrecer explicaciones.

El sargento Adam localizó a Fellgiebel e indicó a Stauffenberg que pasase a la cabina contigua para tomar el auricular. Stauffenberg entró, tomó el auricular y lo dejó descolgado, marchándose a toda prisa, pues no había tiempo que perder. La bomba podía estallar en cualquier momento. Avanzó por el pasillo a largas zancadas y, sin tan siquiera detenerse a recoger la gorra y el cinturón, salió en dirección al barracón de los ayudantes de la Wehrmacht, para reunirse de nuevo con Haeften y emprender la huida hacia el aeródromo.

Mientras tanto, la reunión seguía desarrollándose con normalidad. Durante el informe de Heusinger, Hitler había planteado una cuestión que, según el general Buhle, caía perfectamente en el campo que le correspondía a Stauffenberg, en calidad de jefe del Estado Mayor del Ejército territorial, quien podría dar respuesta exacta a la consulta. En ese momento se echó en falta al coronel. El coronel Brandt comunicó entonces que Stauffenberg había tenido que ausentarse para efectuar una llamada telefónica urgente.

Visiblemente molesto, el mariscal Keitel salió al pasillo y se dirigió a la centralita, mientras el general de la Luftwaffe Korten daba a conocer las últimas novedades en lo que se refería a la aviación. En la central de teléfonos, el oficial de guardia informó a Keitel que, efectivamente, “el coronel de un solo brazo y un parche en el ojo” había pedido una conferencia con Berlín, pero que se había marchado enseguida. Keitel, enojado y desconcertado a partes iguales, regresó a la sala de reuniones y envió al general Buhle a localizar por teléfono al coronel.

Cuando Buhle regresó sin haber podido tampoco encontrar a Stauffenberg, el coronel Brandt se acercó a su jefe, Heusinger, con la intención de observar más de cerca un detalle en el mapa que se encontraba en ese momento extendido sobre la mesa. Al intentarlo, dio involuntariamente un golpe con el pie a la cartera dejada por Stauffenberg. Como le estorbaba para moverse, la tomó y la colocó al otro lado de la gruesa pata de la mesa.

Hitler interrumpía con frecuencia a Heusinger durante su intervención:

– ¿Cómo está la situación en el Centro?

– Un ligero alivio en el sector Sur. La llegada de refuerzos se deja sentir. Llegaremos quizás a detener a los rusos en la frontera polaca.

– Se conseguirá -afirmó Hitler, optimista-, y después podremos eliminar la cabeza de puente de Lemberg.

– Los rusos se acercan a Prusia Oriental -sentenció Heusinger.

– No entrarán -le tranquilizó Hitler-, Model y Koch me lo garantizan.

Heusinger prosiguió con su explicación, insistiendo en que el Grupo de Ejércitos del Norte debía retirarse urgentemente del lago Peipus:

– Las fuerzas rusas, en número abrumador, están efectuando un movimiento envolvente hacia el norte, al oeste del Dvina. Las vanguardias están ya al sudoeste de Dvinsk…

Hitler se interesó por el punto concreto del mapa al que hacía referencia el general, en el extremo superior del plano; el Führer se echó sobre la mesa, apoyando todo el tronco sobre ella para estudiarlo con su lupa.

– Si nuestro Grupo de Ejércitos no se retira del lago -explicaba Heusinger-, nos enfrentaremos a una catástrofe…

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[12] Brandt había participado el año anterior en el atentado de las botellas, ayudando a introducir la bomba en el avión de Hitler. Tras ese fracaso, se había desligado de los conspiradores, por lo que desconocía que estaba a punto de realizarse el atentado.