Выбрать главу

Justo en ese momento, el alambre del temporizador, corroído por el ácido, dejó de sostener el resorte del percutor. Eran exactamente las 12.42.

Capítulo 7 La explosión

Stauffenberg, tras salir a paso rápido del barracón de conferencias, llegó en menos de un minuto al edificio de los ayudantes de la Wehrmacht, distante unos doscientos metros. Allí, además de su ayudante Haeften, le esperaba el jefe de transmisiones de las Fuerzas Armadas, el general Erich Fellgiebel, que también participaba en la conspiración. Como se ha apuntado, la misión de Fellgiebel era trascendental para el desarrollo del golpe; una vez consumado el asesinato de Hitler, debía ponerse en contacto telefónico con los conjurados de la Bendlerstrasse para comunicarles la noticia e inmediatamente cortar todas las comunicaciones de la Guarida del Lobo con el exterior.

Cuando Stauffenberg entró en el barracón, encontró a Fellgiebel departiendo con el teniente Ludolf Gerhard Sander, que no sabía nada del complot. El coronel hizo un gesto a Fellgiebel y éste salió al exterior, a esperar junto a Stauffenberg el momento de la explosión. Por su parte, Haeften se hallaba ultimando una gestión para conseguir un vehículo. Para disimular, Stauffenberg y Fellgieble iniciaron una conversación referida a las fortificaciones en el frente oriental, a la que se sumó Sander, que acababa de salir del edificio.

Posición de los presentes en la sala en el momento del estallido del artefacto dejado por Stauffenberg.

De repente, se escuchó una fuerte explosión. Fellgiebel, pese a saber que la deflagración era inminente, no pudo evitar lanzar una mirada de sorpresa a Stauffenberg y éste se encogió de hombros. Sander no pareció inmutarse, puesto que los animales que habitaban los alrededores solían detonar las minas que rodeaban el recinto y lo achacó a ese motivo. Desde allí era imposible alcanzar a ver el barracón de conferencias, ya que había edificios y árboles que tapaban la vista [13].

Imagen zenital de la placa situada en el punto exacto donde se encontraba el maletín que contenía el artefacto explosivo.

Haeften se presentó casi en ese mismo momento con un vehículo listo para emprender la fuga hacia el aeródromo, en donde debían tomar el avión que les trasladaría a Berlín. Pero Stauffenberg se dio cuenta de que tenían también a su disposición el mismo automóvil que les había llevado hasta allí. Los dos subieron a este último. El chófer dijo a Stauffenberg:

– Coronel, se olvida la gorra y el cinturón.

– Usted limítese a conducir, ¡y arranque el coche de una vez! Al pasar cerca del barracón de conferencias, Stauffenberg pudo comprobar las consecuencias de la reciente explosión. Del edificio, ahora en ruinas, salía una densa humareda y una nube de papeles ardiendo. Los heridos intentaban escapar de los restos de la cabaña; posteriormente aseguraría haber visto a unos enfermeros llevarse a una persona en camilla con la capa de Hitler cubriéndole el rostro, como si estuviera muerta [14].

Así quedó la sala de conferencias después de la explosión.

LA HUIDA

Aprovechando los primeros momentos de confusión en la Wolfsschanze, pudieron cruzar sin ningún contratiempo el puesto de guardia del área de seguridad I. Los documentos personales del coronel fueron suficientes.

Pero el jefe del puesto del área II, al haber escuchado la explosión, había decidido por iniciativa propia cerrar la barrera y no permitir el paso a nadie hasta recibir órdenes. Stauffenberg no logró convencer al guardián para que le dejase pasar; enojado, salió del vehículo y se dirigió a la caseta del cuerpo de guardia y, ante el jefe del puesto, simuló hablar por teléfono con alguien. Volviéndose a él, le dijo:

– Bueno, ya ve usted, puedo pasar. La seguridad aplastante exhibida por el coronel logró romper la resistencia del jefe del puesto; la artimaña funcionó y pudieron así franquear la penúltima barrera.

Pero las dificultades serían mayores en el último puesto de control, el del área III. Poco antes de llegar a él, se dio la alarma en todo el Cuartel General. La guardia de ese puesto, además de mantener cerrada la barrera, había colocado dos obstáculos contracarros interceptando la carretera, con soldados apostados tras ellos. Stauffenberg fue consciente en ese momento de que debía sacar todo el provecho de su acreditado poder de persuasión para poder superar la única barrera que le separaba del campo de aviación.

Tras hacer detener el auto, el jefe del puesto, el sargento Kolbe, del Batallón de la Guardia del Führer, comunicó a sus ocupantes que tenía órdenes tajantes de no dejar salir a nadie del Cuartel General. Stauffenberg intentó convencerle de que debía dejarle pasar, al tener que tomar un avión dentro de pocos minutos, pero chocó con la intransigencia del sargento, decidido a obedecer a rajatabla las órdenes recibidas.

El conde salió del vehículo y, con paso firme, se dirigió a la caseta del puesto, con la intención de repetir el mismo truco empleado en la barrera anterior. Pero el sargento no se dejó impresionar por el impulsivo coronel y fue él mismo el que tomó el auricular, solicitando a Stauffenberg el nombre del oficial con el que deseaba hablar.

Stauffenberg, muy contrariado, le dio el nombre del capitán de caballería Von Mollendorf -con quien había desayunado esa mañana- y el sargento pidió que le pusieran en comunicación con él. Cuando el capitán se puso al aparato, Kolbe pasó el teléfono a Stauffenberg; éste preguntó al capitán el motivo de que se le retuviese en ese puesto de control, pues no podía hacer esperar a su avión. Afortunadamente, Von Mollendorf desconocía en ese momento que se hubiera atentado contra Hitler, por lo que le concedió el permiso para abandonar la Wolfsschanze en dirección al aeródromo. Stauffenberg ya iba a colgar cuando el desconfiado sargento Kolbe le arrebató el auricular y se hizo repetir por Von Mollendorf el permiso. Tras recibir la confirmación del capitán, Kolbe ordenó apartar los obstáculos contracarro y levantar la barrera. Ya nada se interponía entre los conjurados y el avión que debía trasladarles a Berlín.

Stauffenberg ordenó al conductor que acelerase a fondo. A toda velocidad, el coche se dirigió al campo de aviación. Por el camino, Haeften sacó de su cartera la carga explosiva que no había dado tiempo de activar y se deshizo de ella, arrojándola a un lado del camino. Esta acción no pasó desapercibida para el conductor, pues advirtió la acción de Haeften reflejada en el espejo retrovisor; más tarde la referiría a los investigadores del atentado, lo que les permitiría encontrar esa segunda bomba.

Poco después de la una, el automóvil se detuvo a unos cien metros del Heinkel 111 que les estaba aguardando; los dos conspiradores subieron al aparato y en unos minutos, a las 13.15, éste despegaba sin novedad rumbo a la capital del Reich.

A bordo del avión, Stauffenberg y Haeften debieron derrumbarse sobre sus asientos, agotados por la terrible tensión nerviosa que habían acumulado, pero felices y satisfechos, convencidos de que habían cumplido con su arriesgada misión.

UN RELÁMPAGO CEGADOR

Los conjurados creían que habían logrado su propósito de acabar con la vida de Hitler. La bomba dejada por Stauffenberg en la sala de conferencias hizo explosión cuando las agujas de los relojes marcaban las 12.42 [15].

La potente carga estalló tal como estaba previsto. Se produjo un cegador relámpago amarillo y una detonación ensordecedora. Volaron puertas y ventanas, se proyectaron en todas direcciones astillas y cristales, y se alzó una nube de humo. Parte de los restos del barracón estaba en llamas. La explosión derribó a la mayoría de los presentes, lanzando a algunos al exterior de la sala, y había quien tenía el cabello o la ropa ardiendo. Se oían gritos desesperados demandando socorro.

вернуться

[13] Otra versión apunta a que los conspiradores no esperaron el estallido de la bomba, sino que rápidamente subieron al vehículo para emprender el camino del aeropuerto antes de que la alarma impidiese el paso por los puestos de control. Según esta versión, que denotaría un comportamiento más lógico de los implicados, cuando explotó el artefacto Stauffenberg y Haeften ya habían pasado por la barrera del área de seguridad I y se dirigían a la del área II.

вернуться

[14] Esta observación de Stauffenberg tiene pocos visos de ser cierta. Si emprendieron la huida en cuanto estalló la bomba, es improbable que al pasar junto al barracón de conferencias ya estuvieran los equipos sanitarios poniendo a salvo a los heridos. También es poco probable que esperasen en el vehículo a que éstos llegasen, puesto que la prioridad era traspasar los puestos de control antes de que se diese la alarma. Así pues, todo indica que fue una fabulación de Stauffenberg para sostener su afirmación de que Hitler había resultado muerto en el atentado.

вернуться

[15] Aunque está comúnmente establecido que la explosión se produjo a las 12.42, realmente se desconoce la hora exacta en la que ésta se produjo. Joachim Fest (Staatsreich, 1994) y Nicolaus von Below (Als Hitler Adjutant, 1980), entre otros, adelantan dos minutos el momento del estallido, pero lo máximo que se puede concretar es que la deflagración ocurrió entre las 12.40 y las 12.50.