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PRIMERAS DIFICULTADES

La impaciencia de Stauffenberg durante su viaje aéreo a bordo del Heinkel 111 tuvo que ser mortificante, al comprobar que la llegada a Berlín se retrasaba. Posiblemente, el aire turbulento de un día especialmente caluroso obligó al aparato a ascender y descender continuamente. El hecho es que el avión tomó tierra en el aeródromo de Rangsdorf entre las 15.45 y las 16.00, con cerca de media hora de retraso. Stauffenberg esperaba encontrar el mismo vehículo que esa mañana le había llevado hasta allí, esperándole para trasladarlo rápidamente a la Bendlerstrasse.

Sin embargo, sorprendentemente, allí no había nadie; estalló en cólera, al no entender cómo era posible que se hubiera cometido ese error, cuando no había un segundo que perder [17]. En ese momento, es probable que por la mente de Stauffenberg comenzara a abrirse paso la inquietante idea de que en Berlín las cosas estuvieran rodando de un modo muy diferente al que él había previsto.

Su compañero, el teniente Haeften, llamó desde un teléfono del aeródromo al despacho de Olbricht y se puso en comunicación con el jefe del Estado Mayor, el coronel Mertz von Quirnheim. Para desesperación de los recién aterrizados, éste no tenía ni idea del asunto del coche. Pero ése era un incidente menor comparado con la petrificante noticia que Quirnheim les comunicó: pese a que hacía tres horas que se había producido el atentado, el golpe de estado aún no había sido puesto en marcha.

Stauffenberg, enfurecido y fuera de sí, cogió el auricular y exigió a gritos que se pusiera en marcha de manera inmediata la Operación Valkiria:

– ¡Hitler ha muerto! -exclamó a viva voz-, ¡yo mismo lo he visto!

Sin rebajar el tono de su enfado volcánico, espetó a su amigo Ali von Quirnheim que cualquier vacilación suponía un suicidio, y que era perentorio lanzar “Valkiria” al instante si no se quería que todo el esfuerzo hubiera sido en vano.

¿Qué había sucedido para que se hubiera producido esa inexplicable parálisis?

En esos momentos, en la Bendlerstrasse reinaba una total confusión, pues no se sabía con certeza si Hitler estaba vivo o muerto. Habían estado esperando la llamada del general Fellgiebel desde la Guarida del Lobo anunciando la muerte de Hitler. Esa llamada se produjo poco después del atentado; Fellgiebel llamó al general Thiele, jefe de las transmisiones de Berlín, pero con tan mala fortuna que éste se encontraba en ese momento ausente, por lo que dejó un mensaje a su secretaria, pero en unos términos un tanto ambiguos. Cuando Thiele recibió el mensaje, poco después de las 13.00, comprendió que algo había fallado, por lo que a partir de ese momento su pensamiento se centró más en cortar amarras con el resto de conspiradores que en ayudar a que el complot triunfase. Thiele se decidió a avisar de esa llamada a Olbricht, por teléfono pese a encontrarse ambos en el mismo edificio, aunque se limitó a decirle que se esperaba un comunicado del Cuartel General del Führer y que no tenía ninguna noticia más. Las ratas comenzaban a abandonar el barco y Thiele era la primera de ellas [18].

Poco después, Thiele volvió a llamar a Olbricht, en esta ocasión para decirle únicamente que se había perpetrado un atentado en la Wolfsschanze. Olbricht no podía estar más tiempo sin saber si Hitler estaba vivo o muerto, por lo que decidió pedir una conferencia telefónica con la Guarida del Lobo. Cuando comprobó que se establecía la comunicación debió extrañarse, puesto que habían acordado con Fellgiebel que, de tener éxito el atentado, éste cortaría de inmediato todas las comunicaciones telefónicas con el cuartel general.

Olbricht ya tenía al otro lado del hilo a Fellgiebel, quien se limitó a pronunciar una astuta frase:

– Ha ocurrido algo terrible. ¡El Führer vive!. Si había alguien a la escucha, creería que con el adjetivo terrible se calificaba el intento de asesinato, no el inesperado fracaso del atentado. Pero seguramente Olbricht no prestó atención a esos juegos semánticos, sino a lo realmente importante: Hitler seguía con vida. Si el dictador nazi estaba vivo, no era aventurado pensar que ellos estarían muertos más pronto que tarde.

Teniendo en cuenta que el complot estuvo a punto de ser descubierto el 15 de julio, después de que se pusiera en práctica de forma precipitada el Plan Valkiria pese a que no se había producido el atentado contra Hitler, Olbricht optó por no hacer absolutamente nada. Esta actitud puede ser comprensible hasta cierto punto ante las desesperanzadoras noticias que llegaban de Rastenburg pero, aunque parezca increíble, Olbricht y Thiele se fueron a almorzar como si nada estuviera ocurriendo. Más que despreocupación, esa apariencia de normalidad era quizás debida a un intento de borrar su participación en una conjura que comenzaba a tomar aires de fracaso.

El general Fritz Thiele, jefe de las transmisiones de Berlín, fue el primero en darse cuenta de que las cosas no iban según lo previsto. A partir de ahí, se dedicó a torpedear el golpe desde dentro del Bendlerblock.

La afirmación rotunda de Stauffenberg desde el campo de aviación de que Hitler estaba muerto vino a romper esa incomprensible inactividad en la Bendlerstrasse. Pero es casi seguro que Olbricht creyese más en las palabras que había escuchado de Fellgiebel desde la Wolfsschanze que el testimonio del coronel. De hecho, Olbricht se mostró remiso a lanzar la consigna “Valkiria” que debía poner en marcha el golpe. El coronel Mertz von Quirheim tuvo que insistir ante Olbricht para que sacaran de un armario blindado las órdenes cuidadosamente preparadas para que fueran transmitidas de inmediato.

EL PLAN VALKIRIA, EN MARCHA

Antes de lanzar la Operación Valkiria, era necesario para los conjurados saber si contaban o no con el apoyo del general Fromm, sin duda la pieza clave para el éxito o el fracaso del complot.

Con ese propósito, el general Olbricht se presentó en el despacho de Fromm, interrumpiendo una reunión rutinaria que en ese momento se estaba celebrando con algunos subalternos. Los reunidos salieron del despacho y Olbricht dijo que acababa de llegar de Rastenburg una comunicación urgente:

– Mi general -dijo Olbricht-, le comunico por obediencia superior que el Führer ha sido víctima de un atentado. Hitler ha muerto. Al parecer se trata de un golpe de las SS.

Olbricht propuso al general que difundiera la palabra clave “Valkiria”, con el fin de asegurar el mantenimiento del orden. Pero el astuto Fromm debió advertir algún indicio de inseguridad en su interlocutor, porque se mostró dubitativo a aceptar la veracidad de esa extraordinaria información.

– No hay que precipitarse. ¿Está usted completamente seguro de lo que dice? ¿Quién se lo ha dicho?

Olbricht contestó, sin atenerse a la verdad, que había sido el general Fellgiebel, desde la Wolfsschanze, quien le había dado la noticia personalmente. Fromm, antes de dar el paso de unir su suerte a los conjurados, prefería cerciorarse de que la noticia fuera totalmente cierta. Seguramente supuso que, de haberse producido el atentado, el mariscal Keitel, con el que tenía contacto directo, le habría llamado para comunicárselo. Además, aún debía tener presentes los violentos reproches del mariscal Keitel por lanzar “Valkiria” el 15 de julio.

Así pues, Fromm creyó que la mejor solución para clarificar el confuso panorama era hablar personalmente con Keitel, por lo que pidió que le pusieran en comunicación telefónica con la Wolfsschanze.

Olbricht debía sonreír satisfecho, pues estaba convencido de que a esas horas Fellgiebel había logrado bloquear ya todas las comunicaciones. Pero para enorme sorpresa de Olbricht, Fromm consiguió a las 16.10 establecer línea con Keitel sin ningún tipo de problema e invitó al perplejo Olbricht a seguir la conversación desde un segundo aparato:

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[17] El que el avión de Stauffenberg llegase a Rangsdorf es un dato sujeto a controversia. Ian Kershaw cree que el Heinkel 111, por motivos desconocidos, se vio forzado a aterrizar en el aeropuerto de Tempelhof o en cualquier otro aeródromo de Berlín, lo que explicaría el hecho de que Stauffenberg no hallase ningún vehículo a su disposición. Si sucedió así, puede que su chófer, Schweizer, le estuviera esperando en Rangsdorf, al suponer que aterrizaría allí.

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[18] Las versiones sobre cómo se produjeron las llamadas entre los conjurados de la Guarida del Lobo y la Bendlerstrasse son muy divergentes. La aquí referida es una más, sin que tenga más visos de ser cierta que otras. Por ejemplo, algunos apuntan a que la primera llamada desde el Cuartel General de Hitler no la hizo Fellgiebel, tal como estaba previsto, sino su jefe de Estado Mayor, el coronel Hahn. Otras versiones prescinden del capítulo de la secretaria de Thiele y aseguran que éste recibió directamente la llamada desde la Wolfsschanze. Lo único fuera de toda duda es que las informaciones eran lo suficientemente ambiguas como para que los conjurados percibiesen de inmediato que el atentado no había salido según lo previsto.