Выбрать главу

Cuando Kortzfleisch acudió al Bendlerblock, fue conducido no ante Fromm, que estaba detenido, sino ante su sustituto, el general Hoepner. Kortzfleisch no reconoció su autoridad y se negó a decretar el estado de excepción en la región que tenía a su cargo. Para él, no había ninguna prueba de que Hitler estuviera muerto, tal como aseguraban los conjurados, y por lo tanto seguía vigente el juramento de fidelidad hecho a su persona. Olbricht y Beck intentaron hacerle entrar en razón; replicaron que, en todo caso, Hitler había traicionado cien veces el juramento hecho al pueblo alemán, y que por lo tanto no podía invocar un juramento de fidelidad hecho a un hombre semejante. Pero esta argumentación no minó lo más mínimo la inconmovible resolución de Kortzfleisch de negarse a obedecer a los conjurados, lo que no dejó otro remedio que proceder a su detención.

De todos modos, la obstinada resistencia de Kortzfleisch, pese a ser un importante contratiempo, no había supuesto una sorpresa para los conspiradores, por lo que ya tenían en la recámara un sustituto, el general Von Thüngen, que enseguida tomó el mando de la región militar.

A las cuatro y media ya se había transmitido la primera orden fundamental [19], que llevaba la firma del nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el mariscal de campo Erwin von Witzleben -pese a que aún no se había presentado en la Bendlerstrasse-. Esta orden se envió a una veintena de destinatarios, incluyendo los jefes superiores de las tropas combatientes de las regiones militares de Alemania y los territorios ocupados.

Una hora más tarde, el coronel Mertz von Quirnheim envió la segunda orden básica [20], destinada a los jefes de las regiones militares, en este caso con la firma del general Fromm.

En el Cuartel General de Hitler no se disponía aún de noticias concretas sobre lo que estaba ocurriendo en Berlín, pero en la capital del Reich el golpe iba tomando cuerpo. Al fin las cosas se ponían en marcha y un aire de optimismo comenzaba a respirarse entre los conjurados, cuando no una cierta euforia.

Stauffenberg había logrado transmitir su ánimo y su autoconfianza a sus compañeros. Con las decisiones que habían tomado, ya no había vuelta atrás posible, y tenían la sensación de que ya nada podría pararles. Sin embargo, estaban muy equivocados.

Capítulo 9 Hitler reacciona

El golpe de Estado no había comenzado con la fluidez que habían previsto los conjurados. El retraso había sido importante y se había perdido la oportunidad de actuar con el factor sorpresa a favor pero, gracias sobre todo a la fuerza de voluntad de Stauffenberg, se estaba recuperando el tiempo perdido a marchas forzadas y los implicados vislumbraban ya la posibilidad cierta de que su acción pudiera verse culminada con el éxito.

Pero, mientras tanto, ¿qué sucedía en la Guarida del Lobo?

Tras el atentado, Hitler había expresado a todos los que le rodeaban que él ya sabía, desde hacía mucho tiempo, que se estaba preparando un atentado contra él. Rabiosamente, aseguraba una y otra vez que ahora podría descubrir a los traidores y hablaba de los terribles castigos que les esperaban. También agradecía, en cierto modo, el intento de asesinato porque había reforzado su convencimiento de que la Providencia estaba de su parte. Mostraba a todos sus pantalones desgarrados, así como su guerrera con un gran agujero en la espalda, como si se tratasen de la prueba palpable de que se había “salvado milagrosamente” y que, por lo tanto, era un elegido.

Hay que reconocer que el dictador germano conservaba todavía algo de aquella intuición genial que le había ayudado a ascender de forma irresistible hasta la cúspide del poder. Ante la contrariedad del atentado, por el que se evidenciaba tanto la debilidad del régimen al no haber descubierto la conjura, como la fuerza de la resistencia al haber logrado llegar hasta él, Hitler detectó de manera instantánea las dos grandes oportunidades que se le abrían. Por un lado, podría transmitir a la población germana que su supervivencia era la prueba de su indestructibilidad, y por otro, el atentado era la excusa perfecta para aplastar brutalmente cualquier intento de oponerse al régimen.

Por lo tanto, esa acción que, pese a su fracaso en el objetivo de acabar con la vida del dictador, denotaba que el régimen nazi tenía enfrente enemigos con la capacidad de derribarlo, pasaba a ser un elemento que en realidad iba a ayudar, de forma involuntaria, a apuntalarlo. A la luz de los acontecimientos posteriores, no hay duda de que Hitler acertó en su planteamiento de primera hora, puesto que la resistencia antinazi quedaría prácticamente borrada del mapa y el régimen nazi quedaría firmemente asentado, desplomándose sólo cuando fue derrotado militarmente.

LA VISITA DEMUSSOLINI

El atentado no alteró la agenda de Hitler para ese día. La visita de Mussolini se llevaría a cabo tal como estaba previsto. Hacía exactamente un año que los dos dictadores se habían reunido por última vez, el 20 de julio de 1943 en Feltre, cerca de Bellune, en el norte de Italia. Ahora volvían a verse, pero Mussolini no era ya el Duce de toda Italia, sino de una fantasmal república creada en el norte de la península, la República Social Italiana, controlada por los alemanes.

El intérprete del Führer, Paul Schmidt, relató en sus memorias como se desarrolló la entrevista en la Guarida del Lobo. Curiosamente, Schmidt pudo comprobar, muy a su pesar, el reforzamiento de las medidas de seguridad que enseguida se desplegaron en la Wolfsschanze; cuando acudió allí en coche, sin saber que se había producido el atentado, fue detenido en la primera barrera:

– Aunque el mismo emperador de la China le hubiese dado un salvoconducto, no podría dejarle pasar -le dijo el centinela.

– Pero ustedes ya me conocen -protestó Schmidt-, soy el intérprete del Ministerio y tengo orden de presentarme en el apeadero a las tres de la tarde, hora en que llegará una visita. ¿Por qué no puedo pasar?

– Por el acontecimiento -respondió el soldado de forma lacónica.

El intérprete insistió en que tenía que entrar, hasta que el centinela se decidió a telefonear al oficial de guardia. Luego le dejó pasar.

Schmidt no se enteraría del acontecimiento al que hacía referencia el soldado hasta que, ya en el apeadero, habló personalmente con el médico de Hitler, quien le relató los pormenores del suceso.

– Parece que ni siquiera se ha alarmado -le explicó el doctor-. Cuando lo examiné para ver si tenía alguna lesión interior, su pulso estaba completamente tranquilo, y tan normal como los días anteriores.

Cuando el médico iba a proporcionarle más detalles, Hitler se presentó en la estación. Según Schmidt, nada en su aspecto exterior denotaba lo ocurrido tan sólo dos horas antes. Unos minutos más tarde, cuando llegó Mussolini, sí que advirtió las secuelas, pues dio al Duce la mano izquierda para saludarle, y luego se fijó en que se movía con mucha lentitud y que le costaba trabajo levantar el brazo derecho. Mussolini no sabía tampoco absolutamente nada sobre el atentado, y se enteró por boca de Hitler, quedándose lívido al momento.

Hitler y Mussolini cubrieron a pie los escasos centenares de metros que separaban la estación de los barracones y búnkers del Cuartel General. Durante el paseo el dictador germano refirió al italiano lo sucedido. Al intérprete le sorprendió el monótono tono de voz empleado por Hitler, mientras en el rostro de Mussolini se dibujaba el terror que le producía el que hubiera sido posible sufrir un intento de asesinato en un lugar tan aparentemente seguro como ése. Quizás estaba pensando en que eso mismo le podía ocurrir a él.

вернуться

[19] Ver Anexo 3.

вернуться

[20] Ver Anexo 4.