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Durante esa tarde, Hitler no dejaría de manifestar su cólera contra el Ejército, que consideraba en su conjunto reacio a seguir sus directrices. Pero afirmaría también que ese estado de cosas cambiaría en breve; la primera medida, tomada en esos mismos momentos, fue decidir la sustitución del jefe del Estado Mayor General, el general Zeitzler, cuya cooperación con Hitler no era demasiado entusiasta, por el general Heinz Guderian, que fue reclamado con urgencia con el propósito de meter en cintura al Estado Mayor.

El mariscal Wilhelm Keitel celebró con entusiasmo el que Hitler hubiera sobrevivido al atentado. Creyó que era una señal de la Providencia, que anunciaba la futura victoria de Alemania. En la imagen, diez meses después, firmando la rendición ante los Aliados.

El séquito del Duce había sido casi ignorado por los alemanes, pero los representantes italianos consiguieron al menos que los 700.000 soldados transalpinos desarmados y detenidos tras la caída del fascismo e internados en campos de concentración alemanes fueran considerados y pagados como trabajadores libres. Esta petición había sido rechazada en varias ocasiones por Hitler pero en esta ocasión, quizás por el efecto de la dramática jornada vivida, la aceptó de buen grado; los prisioneros serían liberados en seis semanas.

Hitler acompañó a Mussolini a la estación. Intercambiaron promesas de volver a verse pronto y reafirmaron su voluntad de luchar hasta el fin. Tras despedirse del Duce, Hitler regresó de inmediato a su búnker; debía poner toda su energía en combatir el golpe de Estado que amenazaba su despótico poder.

Capítulo 10 La respuesta

Mientras tanto, en Berlín, con arreglo a lo estipulado en el Plan Valkiria, el comandante Otto-Ernst Remer, jefe del Batallón de la Guardia Grossdeutschland, condecorado con la Cruz de Caballero con hojas de roble, se presentó en el despacho del comandante de la ciudad, el general Von Hase, para recibir instrucciones. Allí se le ordenó ocupar la Casa de la Radio, poner guardia de protección en la Bendlerstrasse, aislar la central de la Gestapo y el Departamento Central de Seguridad del Reich, y tomar el Ministerio de Propaganda, reteniendo al ministro, Joseph Goebbels.

Posiblemente, el comandante Remer tuvo que contemplar con extrañeza estas disposiciones, en especial lo que hacía referencia a las medidas contra la Gestapo y el Ministerio de Propaganda, pero no dudó en comenzar a impartir las órdenes pertinentes para cumplir con los objetivos que se le habían encomendado.

Durante la planificación del golpe, los conjurados no habían previsto que Remer pudiera causarles ninguna dificultad. Estaba considerado como un soldado disciplinado, que cumpliría a rajatabla las órdenes de su superior. Remer, a diferencia de los impulsores del complot, era un hombre de acción; no se le conocía un criterio propio, sino únicamente su disposición férrea a cumplir con la misión encomendada. En cierto modo, Remer era un perro de presa preparado para ejecutar sin contemplaciones las órdenes de su amo.

Los conjurados no se equivocaron lo más mínimo en su análisis de la personalidad de Remer. Pero lo que no pudieron prever es que ese carácter iría precisamente en contra de la suerte del complot, contribuyendo decisivamente a su aplastamiento.

LAS SOSPECHAS DE UN DOCTOR

Un amigo de Remer, un insignificante teniente que se encontraba casualmente en Berlín, imprimiría un vuelco imprevisto a la marcha de los acontecimientos. Era el doctor Hans Hagen, que, debido a las graves heridas recibidas en el frente, había sido liberado del servicio y se dedicaba a escribir una historia del nacionalsocialismo por encargo del Partido. Su cargo era el de oficial de enlace entre el Batallón de la Guardia Grossdeutschland y el Ministerio de Propaganda. Ese mismo día, entre las tres y las cuatro de la tarde, el doctor Hagen había impartido una conferencia sobre cuestiones de mando ante suboficiales del Batallón de la Guardia. Después se trasladó al domicilio del comandante Remer para tomar una copa.

Mientras estaban departiendo amigablemente, entró en el salón el ayudante de Remer, el teniente Siebert, e informó a aquél que el general Von Hase había dado orden de ejecutar “Valkiria”. Remer recabó más información y compartió con Hagen la noticia del atentado sufrido por Hitler y de que la Wehrmacht había asumido el poder.

Hagen cayó entonces en la cuenta de que la noche anterior había creído ver al mariscal Von Brauchitsch en un automóvil que pasó por delante de él. Entonces pensó que se había confundido, pero ahora se confirmaba su primera impresión; el antiguo comandante en jefe del Ejército podía tener algo que ver con la Operación Valkiria. En realidad, Hagen estaba errado en su apreciación, ya que Von Brauchitsch no se encontraba entonces en Berlín, pero por ese camino equivocado había llegado igualmente a una conclusión acertada, pues de él había partido la idea de un golpe de Estado.

Sobre las 17.30, Remer marchó rápidamente a iniciar los movimientos previstos en el Plan Valkiria. A esa hora, Goebbels recibió la llamada del Cuartel General del Führer ya referida, por la que se le pedía que emitiese un comunicado por radio anunciando que Hitler seguía vivo. Sin embargo, pese a la urgencia que requería esa actuación, Goebbels se tomaría su tiempo antes de radiarlo. El motivo esgrimido posteriormente fue que al ministro no le gustó el redactado de sus ayudantes, y que él mismo procedió a confeccionarlo, pero no es aventurado suponer que en realidad Goebbels prefirió esperar acontecimientos.

Goebbels había presidido a última hora de la mañana una conferencia sobre la producción de armamento que había pronunciado Albert Speer en el Ministerio de Propaganda. Tras el acto, Goebbels, que estaba departiendo con Speer, fue avisado de que se había producido el atentado, pocos minutos después de que éste tuviera lugar. Goebbels comentó entonces que lo más probable es que los responsables del atentado fueran los obreros de la Organización Todt que estaban trabajando en la Guarida del Lobo, y reprochó a Speer -el responsable de esa fuerza- que no hubiera tomado medidas de precaución suficientemente rigurosas para impedir que sucediera algo así.

Durante la comida en su domicilio, junto a Speer, el ministro de Propaganda estuvo silencioso y pensativo -algo inusual en él-, y después se retiró a dormir su siesta habitual, algo muy sorprendente teniendo en cuenta las circunstancias. Se despertó entre las dos y las tres y a partir de ese momento estuvo en todo momento en contacto con el Cuartel General del Führer.

GOEBBELS TELEFONEA A HITLER

Mientras Remer llevaba a cabo las instrucciones recogidas en el Plan Valkiria, el doctor Hagen se entrevistaba sobre las 17.45 con Goebbels en el domicilio particular del ministro, para avisarle de la posibilidad de que la puesta en práctica de “Valkiria” encubriese un golpe de Estado. Cuando

El ministro de Propaganda Joseph Goebbels, durante uno de sus encendidos discursos. Su intervención sería decisiva para aplastar el golpe en Berlín, pese a que a primera hora de la tarde se mantuvo prudentemente a la expectativa.

Goebbels, asomándose por la ventana, comprobó que había soldados tomando posiciones tras los setos que separaban su casa de la calle -cumpliendo con las órdenes impartidas por Remer-, concedió veracidad a la hipótesis planteada por el doctor Hagen. Las tropas estaban poniendo cerco al barrio de los ministerios.

Inmediatamente, el ministro de Propaganda levantó el auricular del Führerblitz -una especie de teléfono rojo por el que podía ponerse de forma instantánea en contacto con el Cuartel General de Hitler- y explicó su terrible impresión de que los golpistas tenían el control militar de la ciudad. Desde la Guarida del Lobo le conminaron a que actuase rápidamente para abortar el levantamiento. No obstante, lo primero que hizo Goebbels fue ir a su dormitorio, coger una cajita de pastillas de cianuro y guardarla en su bolsillo. Probablemente, estaba también preocupado por el hecho de que no había podido contactar aún con Himmler; quizás había caído en manos de los golpistas o incluso él podía estar detrás del golpe…