Выбрать главу

El ministro encargó a Hagen que fuera a llamar a Remer, esperando poder retenerlo para la causa del régimen nazi, pues le constaba que era fanáticamente fiel a Hitler. Si Goebbels no lograba ganarse al jefe del Batallón de Guardia, nada podría impedir ya que los sublevados tomasen el control de la capital del Reich.

Hagen, convertido en improvisado apagafuegos del golpe, acudió a toda prisa ante Remer e intentó convencerle para que revocase las órdenes que acababa de dar. El comandante le contestó:

– Soy un militar y cumplo órdenes de mis superiores, por lo que no me complico la vida -dijo Remer.

Finalmente Hagen logró sembrar la duda en Remer y éste comenzó a temer que estuviera siendo utilizado por sus superiores para ejecutar una acción ilegal. Remer se avino a acudir al domicilio de Goebbels aunque, temiendo que le hubieran tendido allí una trampa, dijo al oficial Buck que tuviera dispuesta fuera de la casa una fuerza de choque y que, si en veinte minutos no salía de ella, entrase y detuviera a Goebbels.

Cuando Remer entró en el despacho de Goebbels, el ministro le recordó su juramento de lealtad al Führer. El comandante replicó:

– Soy leal a Hitler, pero como ha muerto debo obedecer al general Hase y detenerle a usted.

– ¡Pero si el Führer vive! ¡He hablado con él! -exclamó el ministro-. Ha de saber, Remer, que una camarilla de generales ambiciosos ha puesto en marcha una rebelión. Y usted está obedeciendo órdenes de unos oficiales desleales.

Remer vaciló y, a medida que el genio de la propaganda le hablaba, el ministro de Armamento, Albert Speer, presente en la reunión, pudo ver la transformación de Remer.

– Una gigantesca responsabilidad histórica pesa sobre usted -dijo Goebbels, viendo a su interlocutor a punto de ceder-. Raras veces el destino reservó tal oportunidad a un ser humano. De usted, Remer, depende aprovecharla.

Goebbels dio paso entonces a su gran golpe de efecto. Tomó el auricular del Führerblitz y telefoneó a Hitler a la Guarida del Lobo -¡Heil, mi Führer! A mi lado se encuentra el jefe del Batallón de la Guardia Grossdeutschland, el comandante Remer. Ha recibido de los golpistas la orden de sitiar el barrio del Gobierno.

El ministro escuchó un momento a Hitler y de pronto extendió a Remer el auricular del teléfono:

– El Führer desea hablar con usted personalmente -dijo el ministro. Remer, quizás pensando que todo era un montaje o una broma macabra, dudó antes de tomar el auricular de manos de Goebbels:

– ¿Reconoce usted mi voz? -se oyó a través de la línea.

– ¡Sí, mi Führer! -contestó Remer, poniéndose instintivamente en posición de firmes, entrechocando los talones. Unas semanas antes, Remer había conocido a Hitler en persona, por lo que aún tenía reciente el recuerdo del timbre de su voz.

– ¡Comandante Remer, le hablo como jefe supremo de la Wehrmacht de la Gran Alemania y como Führer suyo!. Como puede comprobar, el atentado contra mí ha fracasado. Le transmito una orden: aplaste toda resistencia con rigor absoluto. Comandante Remer, queda a mis órdenes directas en tanto no llegue a Berlín el jefe de las SS del Reich, Heinrich Himmler. Óigame, Remer, con efecto inmediato le asciendo a coronel. ¡Actúe implacablemente! ¡Tiene plenos poderes para aplastar el levantamiento!

Remer quedó así al cargo de la seguridad en Berlín en lugar de Von Hase. Esa conversación entre Hitler y Remer marcaría el punto de inflexión del golpe de Estado. El complot se había iniciado de modo titubeante, pero la llegada de Stauffenberg lo había revitalizado. Cuando Remer se disponía a obedecer las órdenes de Von Hase de ocupar los puntos estratégicos de la ciudad, el éxito del golpe parecía a punto de fraguarse. Sin embargo, la aparición del doctor Hagen fue el factor que quebró esa dinámica favorable a la sublevación. La consiguiente intervención de Goebbels, adelantándose a la acción de los conjurados, dio como resultado esa conversación telefónica que supondría el inicio de la cuenta atrás del fracaso final del golpe. La disponibilidad de Remer con sus superiores había cesado de repente y el jefe del Batallón de la Guardia pasaba a obedecer las órdenes directas del dictador germano.

Como se ha apuntado, el flamante coronel Remer era eminentemente un hombre de acción. Impulsivo y dispuesto a enfrentarse a cualquier peligro, los conspiradores no podían haber encontrado un adversario peor. Remer era la antítesis de los oficiales conjurados, puesto que, con la excepción de Stauffenberg, la mayoría de ellos eran más bien remisos a emplear la fuerza, y esperaban ganar con argumentos y una actitud caballerosa lo que otros, como Remer, preferían conseguir por la vía de la imposición.

Así pues, el barrio del Gobierno, que debía haber quedado ocupado por tropas leales a los conspiradores, se había convertido en una fortaleza bajo el poder del Batallón de la Guardia. Ahora, el objetivo para Remer era tomar la Bendlerstrasse, el centro neurálgico del complot que el Führer le había ordenado aplastar sin piedad.

CONFUSIÓN ENTRE LOS CONJURADOS

Al cuartel de los conjurados comenzaron a llegar evidencias de que algo había fallado. A las 18.30, se interrumpió la música que hasta ese momento emitía Radio Berlín, y que se podía escuchar a través de los aparatos de radio del Bendlerblock que permanecían encendidos a la espera de noticias. De repente, se escuchó la voz del comentarista jefe de la emisora berlinesa, el doctor Fritzsche:

El mayor Otto Remer no tuvo dudas de que el Führer había sobrevivido al atentado, tras escuchar su voz al teléfono.

Hoy se ha cometido un atentado, por medio de una bomba, contra el Führer. De las personas que le rodeaban han resultado heridas de gravedad el general Schmundt, el coronel Brandt y el asistente de Estado Mayor Berger.

Han sufrido heridas menos graves los generales Jodl, Korten, Buhle, Bodenschatz, Heusinger y Scherff, los almirantes Voss y Von Puttkamer, el capitán de navío Assman y el teniente coronel Borgmann.

El Führer sólo ha sufrido ligeras quemaduras y contusiones. Inmediatamente ha vuelto a su trabajo y, como estaba previsto, ha recibido al Duce para una larga conferencia. Poco después del suceso, el Reichsmarshall Goering visitó al Führer.

Todos los presentes se quedaron de piedra al escuchar esas palabras. Se formaron grupos, se entablaron discusiones en las que no faltaban los reproches. Pronto empezó a extenderse la inquietud y la desconfianza, pues se consideraba muy improbable que la radio oficial emitiese una noticia errónea.

Otto Remer vivió sus últimos años en España. Aquí, Remer en una imagen tomada poco antes de su muerte, ocurrida en 1997.

Stauffenberg intentó contrarrestar el demoledor efecto del mensaje afirmando con contundencia que la información era totalmente falsa, insistiendo en que Hitler estaba muerto y que la emisión no era más que una maniobra desesperada. Pero, aunque se le pudiera conceder a Stauffenberg la posibilidad de que eso fuera así, el mensaje radiado demostraba que el Batallón de la Guardia no se había apoderado de la emisora, tal como se había previsto. Algo tan importante para los conjurados como era la radio había escapado a su control. El que el golpe no marchaba del mejor modo para los conjurados era algo que ahora estaba fuera de toda duda.