Выбрать главу

Pero las consecuencias de esta información en el departamento de transmisiones de la Bendlerstrasse resultarían devastadoras. Este departamento, instalado en los sótanos del edificio como protección ante los ataques aéreos, era el encargado de transmitir las comunicaciones de los conjurados a los distintos jefes militares.

Allí se encontraba de servicio el subteniente Röhring, ajeno al complot; su trabajo era puramente mecánico, pues tenía que limitarse a transmitir las órdenes y mensajes que le iban entregando y comunicar los que recibía. A lo largo de la tarde había estado cumpliendo con su cometido, sin que sus crecientes sospechas de que hubiera en marcha una conspiración le disuadiesen de cumplir con las órdenes recibidas.

Pero Röhring, al escuchar el comunicado difundido por la radio, vio confirmados sus temores, por lo que confió su inquietud a uno de sus suboficiales adjuntos. Éste, que había seguido también con cierto recelo el inusual tráfico de mensajes, estaba igualmente convencido del carácter anormal de las órdenes transmitidas. Röhring y su ayudante dieron parte de sus sospechas a otros oficiales, extendiéndose así la defección entre el personal del Bendlerblock. No tardarían en acudir a Stauffenberg y sus compañeros en demanda de explicaciones.

Pese a este inesperado y amargo contratiempo, que enfrió de forma apreciable los ánimos en la Bendlerstrasse, en ese momento los conspiradores no eran conscientes aún del giro inevitable que habían dado los acontecimientos. La noticia de la supervivencia de Hitler al atentado no era más que el preludio de los terribles sucesos que estaban a punto de suceder. La cuenta atrás para el aplastamiento completo de la rebelión había comenzado…

Capítulo 11 París se une al golpe

Al mediodía de ese 20 de julio de 1944, en París, el coronel Finckh, maestre general del Oeste, estaba atendiendo llamadas rutinarias procedentes de todo el frente occidental. Peticiones de munición, carburante, piezas de recambio o apoyo aéreo iban llegando una tras otra a su receptor telefónico. Pero de repente llegó una llamada preferente desde el cuartel de Zossen, cerca de Berlín. El mensaje fue lacónico, tan sólo una palabra: Ubung (ejercicio).

Seguramente, después de escuchar esa palabra a Finckh comenzó a latirle más rápido el corazón. En dos días anteriores había recibido una llamada idéntica, y en ambas ocasiones había esperado inútilmente la siguiente palabra: Abgelaufen (terminado). Pero esta vez estaba convencido de que escucharía por el auricular ese “terminado” que significaba que el atentado contra Hitler no sólo estaba a punto de intentarse -que ése era el significado en clave de “ejercicio”-, sino que se había consumado.

Hasta que llegase esa confirmación tan sólo tenía la certeza de que estaba previsto que el atentado se produjese en las próximas horas. La insoportable espera acabó a las dos y media de la tarde. Desde Berlín llegó el ansiado Abgelaufen, pero seguidamente, por motivos de seguridad, se puso fin abruptamente a la comunicación.

Así, en el aire quedaron varias preguntas sin respuesta: ¿Cuál había sido el resultado del atentado? ¿Hitler estaba muerto o herido? ¿Cuáles habían sido las reacciones? Sobre los conjurados de París recaía entonces la enorme y arriesgada responsabilidad de tener que actuar casi a ciegas.

Aunque el coronel Finckh no poseía ninguna información sobre lo ocurrido, más allá de la confirmación de que se había producido el atentado, decidió jugar de farol ante los generales ajenos al complot. Al general Blumentritt le aseguró que Hitler había muerto víctima de una agresión de las SS y que se acababa de formar un nuevo gobierno.

Blumentritt, a la vista de los acontecimientos, decidió ponerse del lado de los nuevos gobernantes y se dirigió al castillo de La Roche-Guyon, el Cuartel General del mariscal Von Kluge, pero éste había salido a girar una visita al frente. Cuando Von Kluge regresó, a las cinco y media de la tarde, encajó sin mover un músculo de su cara la noticia de la muerte del Führer.

Es imposible saber lo que pasó en esos momentos por la mente de Von Kluge. Pero el veterano militar, superviviente en cien batallas, demostró que no estaba dispuesto a dar un paso del que después tuviera que arrepentirse. Consideró que lo mejor era dejar pasar el tiempo para contar así con mayor información, por lo que se limitó a convocar una reunión para las ocho de la tarde, a la que debía acudir el general Stülpnagel, además del mariscal Sperrle, comandante de la Tercera Flota Aérea.

Stülpnagel no había conocido la secuencia de los dos mensajes en clave por mediación del coronel Finckh, sino a través de Caesar Von Hofacker, primo de Stauffenberg, que la había recibido directamente desde la Bendlerstrasse berlinesa. Después de mantener un encuentro con otros implicados, Stülpnagel decidió actuar sin pérdida de tiempo; no esperaría a conocer la reacción de su jefe, Von Kluge.

El general Carl Heinrich von Stülpnagel hizo todo lo que estuvo en su mano para que el golpe triunfase.

En la capital francesa estaba todo preparado para secundar el golpe. Así que de inmediato se sacaron de los cajones los planos de la ciudad en los que se indicaban los puntos vitales a ocupar, así como las listas de los jefes de las SS a detener.

STÜLPNAGEL SIGUE ADELANTE

Entonces llegó el requerimiento de Von Kluge para que Stülpnagel se presentase en La Roche-Guyon a las ocho. Desde las seis ya estaban circulando rumores en París de que el atentado había fracasado y que Hitler seguía con vida. A las siete menos cuarto, el comunicado oficial difundido por radio desde Berlín confirmaba esos rumores; Hitler estaba sano y salvo.

Media hora después, Stülpnagel recibió una llamada desde Berlín; el general Beck admitía que el golpe no discurría como se había planeado, pero aun así le ordenaba que actuase según lo previsto:

– Llegados a este punto -le dijo Beck-, ya no podemos retroceder. El general Stülpnagel, en una decisión que demostraba su compromiso total con el movimiento de oposición, decidió seguir adelante pese a la evidencia de que el golpe estaba en vías de fracasar. Prometió a Beck -que seguramente en ese momento ya era consciente de que nunca juraría el cargo de Jefe del Estado- proceder a la detención del personal de las SS y de los servicios de Seguridad en Francia.

Beck le preguntó:

– ¿Qué dice Von Kluge? ¿Está con nosotros?

– Bueno… -respondió dubitativo Stülpnagel-, creo que lo mejor es que le llame usted mismo al castillo de La Roche-Guyon.

– Así lo haré -concluyó Beck.

Al cabo de unos minutos, Von Kluge recibió la llamada procedente de la Bendlerstrasse:

– Mariscal Von Kluge, Hitler ha muerto -afirmó rotundamente Beck-. Le ruego que mantenga los compromisos adquiridos y ponga fin a las hostilidades en el Oeste, para salvar al país del desastre.

– General Beck, usted sabe que apruebo la acción contra Hitler, pero ¿ha muerto?. Los informes los contradictorios. En el comunicado de la radio se afirma que el atentado no ha tenido éxito. Para mí, la condición sine qua non para el levantamiento es que el Führer esté muerto. Si no es así, me considero desligado de toda promesa anterior -le contestó Von Kluge.

El mariscal Günther von Kluge, pese a sentir simpatías por los conjurados, se desdijo de sus compromisos cuando supo que Hitler no había muerto.

– Verá, mariscal, reconozco que no puedo dar una respuesta concluyente a su pregunta de si ha muerto el Führer. Es verdad que los mensajes son contradictorios, pero Stauffenberg está seguro de que Hitler ha muerto, el camino está libre.