Выбрать главу

Capítulo 15 La voz del Führer

Cuatro de los principales implicados en el golpe, Olbricht, Von Quirnheim, Haeften y el propio Stauffenberg, además del frustrado suicida Beck, ya habían pagado con la vida su intento de derrocar el criminal régimen nazi. Sus cadáveres fueron a parar al cementerio de Mattäikirche, cargados en un camión conducido por un sargento.

El sargento encontró cerrada la puerta del cementerio. Fue a casa del sacristán, lo despertó y le dijo:

– Cinco cadáveres. Me han ordenado oficialmente que los entierre aquí. No se mencionarán nombres y nadie debe saber dónde está la fosa.

Al poco rato, el sargento, un soldado y tres policías locales estaban cavando un agujero en el suelo del cementerio, a la luz de las linternas. Después, los cadáveres fueron arrojados a la fosa y la sepultura fue tapada a toda prisa. El camión regresó a la Bendlerstrasse.

Sólo dos horas más tarde, llegó al cementerio el general de las SS Rolf Stundt con la orden de desenterrar los cadáveres. El sacristán abrió la puerta del camposanto y los soldados que acompañaban a Stundt comenzaron la exhumación de los cuerpos. Con las primeras luces del alba, tomaron fotografías con flash de cada uno de ellos y después fueron enviados a un crematorio. Himmler había ordenado que los cuerpos de los traidores fueran quemados y sus cenizas esparcidas.

Ese fue el triste destino que tuvieron los cinco conjurados víctimas del general Fromm y su intento desesperado por desligarse del complot. Lo que no podían imaginar los que se libraron de esa primera ola de castigo es que acabarían envidiando la suerte de sus compañeros.

Pero retrocedamos al momento en el que los cadáveres de los cuatro fusilados en el patio del Bendlerblock se encontraban derrumbados, como muñecos rotos, sobre el montón de arena. De inmediato fueron arrastrados a un lado. Sobre ellos arrojaron el cuerpo también sin vida del suicida Beck. El general Fromm, encaramado a un camión, arengó brevemente a los soldados, concluyendo con tres atronadores Sieg Heil.

LAS SS TOMAN EL MANDO

Mientras, a la vuelta de la esquina, el jefe de la Gestapo, Ernst Kaltenbrunner, charlaba con sus subordinados bajo los árboles. Su misión era detener a los participantes en la conjura, pero, inexplicablemente, permaneció imperturbable mientras se oían los disparos de los fusilamientos.

Al poco rato, se presentó Otto Skorzeny, el liberador de Mussolini de su prisión del Gran Sasso tras una brillante operación aerotransportada, y que estaba considerado por los Aliados como “el hombre más peligroso de Europa”. Ambos dejaron que el Ejército resolviese sus asuntos dentro de su propio cuartel. Quizás pensaron que era mejor permitir ese purificador primer baño de sangre antes de que los hombres de las SS irrumpiesen en el Bendlerblock para tomar el mando de la situación.

Albert Speer, el ministro de Armamento, llegó hasta esos dos hombres en un pequeño coche deportivo, acompañado por Remer, a quien Hitler debía el aplastamiento del golpe [22].

– Acabamos de estar con el doctor Goebbels. Venimos a detener el consejo de guerra convocado por el general Fromm.

– Nosotros no queremos mezclarnos en las cosas del Ejército dijeron casi al unísono Kaltenbrunner y Skorzeny-, además, seguramente todo ha terminado ya.

De todos modos, Speer avanzó en la penumbra, dirigiéndose con paso firme hacia la entrada del Bendlerblock. Un visiblemente nervioso Fromm recibió con incomodidad al ministro:

– El levantamiento ha sido aplastado. Acabo de impartir las órdenes necesarias a todos los cuerpos del área de los cuarteles generales… Durante horas me he visto privado de ejercer mi mando sobre el Ejército del Interior, incluso me encerraron en una habitación.

– ¿Y bien? -le interpeló Speer.

– En mi condición de autoridad designada, mi deber era celebrar de inmediato un consejo de guerra sumario a todos los implicados en la sublevación. El general Olbricht y mi jefe de personal, el coronel Stauffenberg, ya han sido ejecutados.

– Hubiera sido más conveniente para usted no haberlo hecho. Hitler le destituyó a las seis de la tarde, para sustituirle por Himmler. Desde ese momento carecía de cualquier autoridad para fusilarlos. La rapidez con la que los ha ajusticiado, Fromm, le deja en una posición sospechosa. Acompáñeme a mi Ministerio y pensaremos cómo puede salir de ésta.

Kaltenbrunner se acercó e intercambió un frío saludo con Fromm, mientras Skorzeny se mantenía alejado, por si debía actuar ante alguna maniobra desesperada de Fromm para escapar a su negro destino. Fromm declinó el ofrecimiento de Speer:

El general de las SS Ernst Kaltenbrunner participó en la represión de los implicados en el golpe.

– No, gracias. Tengo que llamar al Führer y ver al doctor Goebbels. Después me marcharé a casa a descansar, ha sido un día muy duro.

Es probable que en ese momento Fromm ya fuera consciente de que sus prisas por suprimir incómodos testigos no habían servido para nada. Había eliminado a los principales cabecillas del complot, pero ya no tendría tiempo de ajusticiar de forma sumaria a la segunda línea de implicados. En esos momentos, otros compañeros de Stauffenberg, como su propio hermano Berthold, Peter Yorck o Bernardis, permanecían arrestados, a la espera de correr la misma suerte que los que acababan de caer bajo las balas del pelotón de fusilamiento.

ALOCUCIÓN DE HITLER

Sobre la una de la madrugada, Otto Skorzeny se decidió a entrar en el edificio del Bendlerblock, con una potente fuerza de miembros de las SS, que ocuparon todas las oficinas y montaron guardia en todas las salidas. Aunque los conjurados habían hecho lo posible por quemar los documentos comprometedores, no habían podido abrir la gran caja fuerte del despacho de Olbricht, que contenía información que resultaría especialmente suculenta para los sabuesos de la Gestapo.

Skorzeny, conduciéndose con corrección, se dirigió personalmente a los conspiradores arrestados. Les informó de que no serían juzgados sumariamente como sus compañeros. Registró personalmente a cada uno de ellos, y procedió a arrancarles las condecoraciones con las manos, arrojándolas en un casco de acero vuelto del revés.

De fondo, por un receptor de radio, se oía por primera vez desde el atentado la voz del Fürher, al que Fromm pretendía apelar en busca de un más que improbable gesto de perdón. Era la 1.30 de la madrugada.

-Deutsche Volksgenossen und Volksgenossinnen! [23]

Hitler, en tono que ya anunciaba la terrible venganza que se iba a abatir sobre los implicados en el complot, achacó el atentado a “una insignificante camarilla de oficiales ambiciosos, sin honor y de una criminalidad estúpida”. En su alocución explicó algunos detalles del atentado: “Una bomba colocada por el coronel conde Stauffenberg ha estallado a dos metros de mí, a mi derecha, y ha herido gravemente a varios de mis fieles colaboradores. Uno de ellos ha muerto. Yo estoy absolutamente indemne. Sólo he sufrido ligeras erosiones, contusiones y quemaduras”. Y señaló a la Providencia como su salvadora, confirmándose así que se le había confiado una importante misión, que debía seguir adelante [24].

Pero la frase más significativa fue: “Esta vez ajustaremos las cuentas como nosotros, los nacionalsocialistas, tenemos costumbre de hacerlo”. Era el anuncio de una venganza brutal e implacable, como pocas veces se ha dado en la historia.

вернуться

[22] Antes del fin de la guerra, Remer logró los brillantes para su Cruz de Caballero y ascendió a mayor general. Tras la contienda fue el autor del mito del Dolschloss, que sostiene que el derrotismo de los conspiradores impidió a Hitler la victoria. Tal mentira se incorporó al ideario del Partido Socialista Alemán, de carácter neonazi, que fundó Remer en 1950. La justicia alemana le condenó en octubre de 1992 a veintidós meses de cárcel por “incitación al odio, la violencia y el racismo”, al publicar en la revista Remer Depeche que las cámaras de gas de los campos de concentración no existieron, y que fueron un invento de los judíos para “extorsionar al pueblo alemán”.

Otto Remer falleció el 4 de octubre de 1997, a los 84 años de edad, en su casa de Marbella. Postrado en un sillón y conectado a una bombona de oxígeno, Remer pasó allí los tres últimos años de su vida junto a su esposa, tras ser protagonista de una inesperada controversia judicial. Ante la solicitud de extradición por parte de la justicia germana, el juez Baltasar Garzón ordenó el 1 de junio de 1994 la detención del exmilitar nazi en el aeropuerto de Málaga, dictando prisión atenuada. Pero en febrero de 1996 la Audiencia Nacional denegó la extradición de Remer, al no existir ese delito en España. En los últimos años de su vida, Remer guardó silencio ante los medios de comunicación, a los que acusó de “manipular” su comportamiento.

вернуться

[23] ¡Camaradas alemanes y alemanas!

вернуться

[24] Para conocer el texto completo de la alocución radiofónica de Hitler, ver Anexo nº 5.

A continuación se escuchó un mensaje de Goering al personal de la Luftwaffe, reproducido en el Anexo nº 6, y otro de Doenitz al de la Marina de guerra, transcrito en el Anexo nº 7.

Se desconoce la razón por la que Hitler tardó tanto en emitir un mensaje radiofónico. A media tarde preguntó cuándo estaría todo preparado para poder radiarlo, y le dijeron que sobre las seis de la tarde, pues el equipo para la transmisión debía llegar por carretera desde Königsberg. Sin embargo, parece ser que los técnicos de la emisora habían ido a la playa para combatir el calor, y que no regresaron hasta última hora de la tarde. A este retraso se unió después el desinterés de Hitler por efectuar la alocución, por lo que Goebbels insistió telefónicamente ante el dictador para que éste dirigiese unas palabras al pueblo alemán.