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Tampoco ayudó a los conspiradores el que el mariscal Rommel resultase herido sólo tres días antes de esa jornada, con lo que perdieron un valiosísimo activo. Si el 20 de julio Rommel hubiera dado un paso al frente, poniéndose del lado de los oficiales rebeldes, su prestigio y su ascendente sobre las tropas alemanas, incluso entre las SS, habría dado un impulso, quizás determinante, al éxito del golpe.

Como vemos, la Diosa Fortuna no se vio seducida por los hombres de Stauffenberg, que vieron cómo ésta se les mostró desafiantemente esquiva, cuando más la necesitaban.

¿UN GOLPE CONDENADO AL FRACASO?

Con todo lo expuesto anteriormente, puede llegarse a la conclusión de que el golpe no tenía posibilidades de triunfar. Los graves errores de planificación y de ejecución despojaron a los conjurados de cualquier opción de conseguir sus objetivos. La prueba es que durante esas doce horas que duró la sublevación, el grupo de Stauffenberg no logró imponer su voluntad en ningún sitio y en ningún momento.

De todos modos, la Historia no está nunca escrita de antemano, y habría que imaginar lo que hubiera ocurrido si Hitler hubiera resultado muerto en el atentado. Entonces, ¿el golpe hubiera fracasado?

Es muy posible que eso hubiera sucedido igualmente, pero es indudable que la desaparición del dictador habría abierto múltiples interrogantes. En ese caso, la confusión generalizada en las filas nazis habría hecho crecer de modo apreciable las posibilidades de éxito del complot. No sería aventurado creer que, tras la desaparición de Hitler, muchos alemanes, tanto civiles como militares, habrían mirado a los oficiales conjurados como una referencia sólida en esos momentos de desconcierto, lo que les habría proporcionado la legitimidad buscada.

HISTORIA ALTERNATIVA

Aventurar lo que hubiera ocurrido en el caso de que el golpe hubiera triunfado es algo que no deja de ser un ejercicio lúdico. Pero, aun así, puede ser útil plantear esa historia alternativa, con el fin de comprender mejor las circunstancias en las que se desarrolló el golpe del 20 de julio.

Lo primero que hay que tener presente es que, si bien los participantes estaban de acuerdo en acabar con el poder de Hitler, a partir de aquí las posiciones sobre cómo debía organizarse la nueva situación eran discrepantes. Como hemos visto, las diferencias ya habían comenzado en el momento de decidir el modo de neutralizar al autócrata nazi, puesto que no eran pocos los que desaprobaban el recurso al asesinato, aunque finalmente se vieron obligados a aceptarlo a regañadientes.

Si el golpe hubiera triunfado y se hubiera consolidado esa nueva dirección del país, el criterio para abordar los problemas sociales, políticos y económicos de Alemania no estaba concretado en absoluto. Es muy probable que se hubiera producido un choque entre los planteamientos revolucionarios de los jóvenes y los más conservadores, defendidos por los más veteranos. También había que contar con la oposición socialista y comunista que, presumiblemente, irrumpiría para reclamar su cuota de poder en ese nuevo gobierno antinazi. Estas profundas divergencias en la oposición al régimen hacen imprevisible el camino que finalmente hubieran podido tomar los acontecimientos.

Por otra parte, habría que considerar el efecto que ese terremoto en la cúspide política del Reich hubiera tenido en la marcha de la guerra. No hay que descartar que algunos jefes leales a los principios nazis utilizasen sus tropas contra el nuevo gobierno, dando lugar a una guerra civil. Pero la consecuencia más temida habría sido la desmoralización, el hundimiento de los frentes y el caos, una situación equiparable a la sufrida por Rusia en 1917, en plena Primera Guerra Mundial. La indiferencia que los conjurados encontraron entre las potencias enemigas hacen pensar que el establecimiento de ese nuevo gobierno no habría modificado esos planteamientos, por lo que lo más probable es que la exigencia de la capitulación incondicional, sumada a la férrea unión entre la Unión Soviética y los aliados occidentales, no habría librado a Alemania de la misma derrota total y absoluta que se daría diez meses más tarde. Pero lo que es prácticamente seguro es que esa capitulación se habría producido mucho antes, evitándose así la destrucción del país y la pérdida de miles de vidas.

Del mismo modo, en el caso de que Hitler hubiera muerto en el atentado pero el golpe no hubiera triunfado, una posibilidad con más visos de ser cierta, los acontecimientos también habrían sido muy diferentes a como se desarrollaron. Es impensable que el enroque suicida del Tercer Reich ante los avances aliados en ambos frentes, alentado por un Hitler más fanatizado que nunca, se hubiera producido con otro dirigente nazi, sea cual fuera, en el poder. El hecho de que tanto Himmler como Goering tanteasen a los Aliados en las últimas boqueadas de la contienda para alcanzar un acuerdo con las potencias enemigas hace pensar que ambos, de haber alcanzado el poder sustituyendo a Hitler, habrían hecho lo posible por poner lo más pronto posible fin a la guerra, presumiblemente a cambio de mantener su poder político en la Alemania de la posguerra. La respuesta de los Aliados ante esta hipotética oferta es previsible, la exigencia de la rendición incondicional, pero no hay duda de que el desarrollo de la conflagración hubiera sido muy distinto sin Hitler, y es altamente improbable que los alemanes hubieran continuado luchando desesperadamente hasta mayo de 1945.

Para algunos historiadores, como Ian Kershaw, de haber tenido éxito el atentado posiblemente hubieran disminuido, en lugar de aumentar, las probabilidades de una rápida instauración de la democracia. Según esta paradójica conclusión, se habría creado sin duda una nueva leyenda de la puñalada por la espalda, como sucedió tras la Primera Guerra Mundial, lo que habría ido en detrimento de los que hubieran apostado por una salida democrática, como sucedió después de la Gran Guerra con la fracasada República de Weimar. Tampoco hay que olvidar que las figuras destacadas de la conspiración contra Hitler no eran demócratas, y que algunos pretendían incluso mantener los territorios conquistados por los nazis, lo que vendría a apoyar esta hipótesis. Según este planteamiento, fue mejor que Alemania sufriera una derrota total, infligida por fuerzas del exterior, para que los alemanes también pudieran ver toda la dimensión del desastre que el nazismo supuso para su país y para el mundo entero.

La estatua de Stauffenberg aparece desamparada en el patio del Bendlerblock. Él hizo todo lo que estuvo en su mano, pero la deficiente planificación del golpe lo condenó al fracaso.

Dejando de lado las especulaciones, de lo que no hay duda es que el atentado del 20 de julio de 1944 marcó un momento crucial en la historia, no sólo de la Segunda Guerra Mundial, sino de toda Europa y del mundo. Si los acontecimientos hubieran discurrido de diferente modo, si aquella cartera no se hubiera movido unos centímetros, cabe pensar que la historia del siglo XX habría podido ser muy distinta. No sabemos lo que pudo haber pasado, por lo que debemos centrarnos en lo que, efectivamente, ocurrió. Y lo que sucedió es que un grupo de alemanes actuaron según les dictaba la conciencia y dejaron constancia de su repulsa al régimen nazi intentando acabar con él.