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Hitler advirtió la potencial peligrosidad de esa muestra de rebeldía juvenil, que podía transformarse en cualquier momento en un movimiento de rebeldía política. El aparato represivo nazi cayó sobre ellos, lo que les obligó a desarrollar sus actividades en la clandestinidad. El 18 de abril de 1941, unos trescientos swingjugend fueron arrestados por la Gestapo. Los castigos oscilaron entre un corte de pelo al cero, el envío a una escuela controlada o, en el caso de los líderes, el internamiento en un campo de concentración. Paradójicamente, el incremento de la presión policial, así como el cansancio con el orden y la disciplina que imponían las Juventudes Hitlerianas, generó nuevos movimientos contestatarios, integrados sobre todo por muchachos procedentes de las clases bajas, como los Piratas Edelweiss (Edelweisspiraten), aunque la dinámica de estos grupos podía asimilarse al de las bandas juveniles.

La represión también provocó que algunos chicos del swing tomasen conciencia política, llegando a repartir propaganda antinazi. Heinrich Himmler decidió acabar de raíz con el movimiento, por lo que en enero de 1942 impartió órdenes precisas para el arresto y el envío a campos de concentración de todos sus miembros. En una carta dirigida al jefe de la Seguridad del Estado, Reinhard Heydrich, Himmler lamentaba que hasta ese momento sólo se hubieran tomado medias medidas y que era necesario que el movimiento fuera exterminado radicalmente, estableciendo para ello que sus líderes fueran internados durante dos o tres años en régimen de trabajos forzados. Según Himmler decía en la misiva, “sólo mediante la brutalidad seremos capaces de impedir la peligrosa extensión de las tendencias anglófilas, en estos tiempos en los que Alemania lucha por su supervivencia”.

A partir de esa orden de Himmler, la Gestapo llevó a cabo redadas en los locales en los que se reunían los swingjugend, procediendo a la detención de sus miembros enviándolos a los campos de concentración. Los nazis consiguieron su propósito de fulminar ese movimiento opositor, pero el ejemplo de esos rebeldes quedaría como la prueba palpable de que no toda la juventud alemana siguió a Hitler, tal como el Tercer Reich pretendía hacer ver.

Aunque los swingjugend no habían llegado a involucrarse formalmente en la oposición política al régimen, habían existido contactos en Hamburgo con un movimiento juvenil de resistencia que sí estaba dispuesto a luchar contra el nazismo: la Rosa Blanca.

LA ROSA BLANCA

Cinco estudiantes de la Universidad de Munich, Hans Scholl y su hermana Sophie, Christoph Probst, Alexander Schmorell y Willi Graf, a los que se les unió un profesor, Kurt Huber, decidieron unirse para combatir, en la medida de sus escasas posibilidades, el sistema totalitario en el que se veían obligados a vivir. El impulsor del grupo era Hans Scholl; un estudiante de medicina desengañado con el nazismo. Él, al igual que todos los muchachos de su edad, había formado parte de las Juventudes Hitlerianas. Allí descubrió el sentido de la camaradería, la emoción de las marchas entonando cantos marciales o la aventura de las excursiones, pero conforme fue creciendo fue comprendiendo la gran mentira en la que se basaba todo ese adoctrinamiento. Ya en la Universidad, un día recibió una carta anónima en su buzón que contenía un sermón del obispo Galen, quien había condenado públicamente el asesinato sistemático de enfermos mentales. Hans, animado al ver que otros compartían sus ideas, decidió buscar a otros compañeros de estudios que pensasen como él. El fruto de esos encuentros sería la formación de un grupo que sería bautizado como la Rosa Blanca (Weisse Rose), un nombre que quería evocar el concepto de pureza.

Los integrantes masculinos de este grupo conocían la vida en el frente, al haber estado en Francia y en Rusia destinados en los cuerpos sanitarios. No era necesario que nadie les explicase el drama que suponía la continuación de la contienda. Habían sido testigos de las atrocidades nazis contra la población civil rusa y lo eran también de la persecución lanzada contra los judíos, tanto en Alemania como en los países que estaban bajo su dominio. A ellos se uniría más tarde la hermana de Hans, Sophie.

Las líneas ideológicas de la Rosa Blanca eran los principios cristianos y el rechazo al militarismo prusiano. Su ideal era una Europa federada, unida por la libertad, la tolerancia y la justicia. En sus escritos citaban, además de la Biblia, a pensadores como Lao Tse y Aristóteles, y a escritores alemanes como Goethe y Schiller.

En una primera fase, a principios de 1942, las actividades de la Rosa Blanca fueron muy limitadas, reduciéndose al reparto de octavillas mediante envíos masivos por correo en diferentes ciudades de Baviera y Austria, al considerar que el sur de Alemania sería más receptivo a su mensaje antimilitarista. En la segunda mitad del año estas actividades cesaron, puesto que los estudiantes de medicina tenían que pasar sus vacaciones semestrales en distintos puntos del frente oriental. Pero la noticia de la capitulación alemana en Stalingrado el 2 de febrero de 1943 fue la espoleta que puso en acción el grupo, ya reunido de nuevo tras ese paréntesis, al comprender que tarde o temprano toda Alemania sería víctima de un desastre similar al que la Wehrmacht había sufrido a orillas del Volga.

Hans Scholl, uno de los jóvenes líderes de la Rosa Blanca, hermano de Sophie.

La primera acción, casi suicida, fue realizar pintadas antinazis en las calles de Munich. Una mañana, las paredes de la Ludwigstrasse amanecieron mostrando, hasta setenta veces, la consigna “Abajo Hitler”. La Gestapo inició sus pesquisas y, pese a que no consiguió descubrir quién estaba detrás, comenzó a sospechar que el núcleo resistente podía proceder de la Universidad.

Los integrantes de la Rosa Blanca celebraron el éxito de su acción. Animados por éste, decidieron dar otro sonoro golpe, como era llevar a cabo un reparto masivo de octavillas en la Universidad. En ellas se hacía referencia a la reciente tragedia de Stalingrado, cuyos dramáticos detalles habían dejado a la población alemana en estado de shock:

“Trescientos treinta mil alemanes han sido condenados a muerte y a la perdición por la genial estrategia, irresponsable y sin sentido, del cabo de la Primera Guerra Mundial. Führer, te damos las gracias”.

Más abajo podía leerse: “El día del ajuste de cuentas ha llegado. ¡Libertad y honor! Durante diez años, Hitler y sus camaradas han exprimido, estrangulado y falseado las dos grandiosas palabras alemanas como sólo pueden hacer los advenedizos que arrojan a los cerdos los más sacrosantos valores de una nación.” El 18 de febrero de 1943, el ministro de Propaganda del Reich, Joseph Goebbels, proclamaría la guerra total ante un auditorio enfervorizado, con el objetivo de superar el trauma provocado por el revés sufrido en Stalingrado. Pero ese mismo día, en la Universidad de Munich tendría lugar el gran acto de resistencia de la Rosa Blanca. Aprovechando el momento en el que no había nadie en los pasillos, al encontrarse todos los alumnos y profesores en clase, Hans y Sophie Scholl comenzaron a colocar montones de octavillas en el suelo y sobre las balaustradas. Con la mayoría de los folletos ya repartidos por todo el recinto, Sophie decidió subir las escaleras hasta el piso superior del hall central y lanzar los últimos en forma de lluvia sobre los estudiantes, que en ese momento salían de clase.

Pero en el momento el que Sophie realizaba su arriesgada acción fue vista por un conserje, miembro del partido Nazi, que ordenó cerrar de inmediato todas las puertas y ventanas. La policía secreta del Estado, alertada por una llamada telefónica del conserje, acudió rápidamente y arrestó a los dos hermanos. Seguidamente se produjo una amplia redada, en la que caerían los otros miembros del grupo, así como otras personas que habían colaborado en distinto grado con ellos.