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Los hermanos Hans y Sophie Scholl, junto a Christoph Probst, comparecieron ante el tribunal cuatro días más tarde, tras ser sometidos a severos interrogatorios. En ellos, los acusados intentaron minimizar el alcance de su conspiración, para proteger a los otros miembros. Insistieron en que actuaban solos, sin la ayuda de cómplices. Durante el juicio, presidido por Roland Freiser, el Juez Supremo del Tribunal del Pueblo de Alemania, se limitaron a reconocerse autores de los hechos de que se les imputaban. Sophie declaró: “Lo que dijimos y escribimos lo comparten otros muchos. Lo que ocurre es que no se atreven a confesarlo”.

Sophie Scholl, en una imagen tomada durante el juicio al que fue sometida, en el que fue condenada a muerte.

Los tres fueron declarados culpables y condenados a ser ejecutados en la guillotina, una pena que se cumplió ese mismo día. Los otros miembros del grupo también serían juzgados, condenados y decapitados cinco meses después. Todos aquellos de los que se sospechaba alguna relación con el grupo fueron sentenciados a penas de prisión entre seis meses y diez años, incluidos los que habían organizado una colecta para la viuda e hijos pequeños de Probst.

Tras la caída del Tercer Reich, la Rosa Blanca se convirtió súbitamente en un símbolo de la resistencia a la tiranía nazi. Por ejemplo, el compositor Carl Orff aprovechó este repentino reconocimiento para alejar de él cualquier sospecha de colaboración con el régimen; declaró a sus interrogadores aliados que fue un miembro fundador de la Rosa Blanca, siendo por ello liberado, aunque lo único que le unía al grupo era que conocía personalmente al profesor Huber.

La Rosa Blanca fracasó en su voluntarioso intento de minar la dictadura nazi, pero su ejemplo serviría a las generaciones posteriores como testimonio de que, aun bajo las más temibles amenazas y con los medios más limitados, es posible poner en evidencia la fragilidad intrínseca a todo sistema totalitario [2]. Mientras que la mayoría de jóvenes alemanes se mostraron inconscientes, indiferentes o incluso entusiastas hacia el nazismo, los hermanos Scholl y sus compañeros habían adoptado un rechazo frontal hacia el régimen que aplastaba su libertad. La brutal represión de que fueron objeto no hizo más que inmortalizar la llama que entonces encendieron.

Monumento a la Rosa Blanca, en la Universidad de Munich.

La Rosa Blanca se limitó a oponerse de manera simbólica a la dictadura. Su resistencia podría calificarse de pacífica, pero hubo otros que no confiaban en que ese tipo de actuaciones fueran a derribar el régimen de terror impuesto por Hitler. Como veremos a continuación, esos otros alemanes estaban convencidos de que sólo con la muerte del dictador se podía acabar con la pesadilla nazi.

Capítulo 2 Los atentados

Si la resistencia contra el nazismo surgió desde el primer momento en el que los nacionalsocialistas llegaron al poder, los intentos de atentado contra la vida de Hitler también fueron sucediéndose casi sin interrupción desde ese mismo momento. El historiador Richard Overy llegó a contabilizar un total de 42 atentados; de todos modos, es muy difícil realizar un recuento de esos planes de asesinato, pues es complicado delimitar la frontera entre lo que es ya una operación avanzada, con posibilidades reales de pasar a la acción, y lo que no es más que un plan que se encuentra en su fase inicial.

Acabar con Hitler se había convertido en un objetivo ansiado por muchos, incluso cuando éste aún era una figura secundaria en el panorama político alemán. En los primeros tiempos de ascenso del nazismo, Hitler ya contaba con detractores dispuestos a eliminarle. No es de extrañar que esto fuera así, teniendo en cuenta el enfrentamiento encarnizado que el Partido Nacionalsocialista mantenía con los partidos de izquierda.

Pero los planes para acabar con él también partieron de miembros descontentos del propio partido. En esa primera fase, Hitler se vio envuelto en varios tiroteos, como en 1921 en el Hofbräuhaus de Munich y en 1923 en Leipzig. Cuando, al inicio de la década de los treinta, se advertía la posibilidad de que Hitler pudiera alcanzar el poder, los intentos de atentado se hicieron más frecuentes. En marzo de 1932 su coche fue tiroteado en Munich, y en junio de 1932 se colocó un artefacto explosivo por el lugar donde iba a pasar, en las cercanías de Stralsund.

LA SUERTE, CON EL FÜHRER

Hitler protagonizó un par de curiosos incidentes que demostraron que la suerte estaba siempre de su lado. En 1936, Hitler asistió en Wilhelmhaven a una ceremonia fúnebre en honor de varios marinos muertos durante la Guerra Civil española. Para desplazarse allí utilizó su tren especial. Tras el acto, ya de noche, emprendió el regreso a Berlín.

Durante el viaje, Hitler reparó en que el marcador de velocidad situado en el vagón restaurante marcaba 125 kilómetros hora. De inmediato, el Führer dio la orden de que se bajara la velocidad a unos prudentes 80 kilómetros por hora. El maquinista protestó, pues debía cumplir con unas determinadas previsiones de paso, pero no tuvo otro remedio que obedecer. Al cabo de unos pocos minutos, el tren frenó con unas violentas sacudidas, rechinando las ruedas sobre los raíles. La causa de la detención había sido el impacto con un autobús que se había saltado un paso a nivel. El accidente provocó varios muertos y heridos entre los ocupantes del autobús, pero no hubo ningún daño entre los pasajeros del tren. El maquinista confesó más tarde que si se hubiera mantenido la velocidad de 125 kilómetros por hora el tren seguramente habría descarrilado; eso impresionó vivamente a Hitler, que confirmó su intuición de que el destino le proporcionaba algún tipo de protección.

Otro suceso demostraría que Hitler contaba con un sexto sentido que le protegía en los casos en los que su vida corría peligro. En otra ocasión, viajando en automóvil de Berlín a Munich bajo una intensa tormenta, los faros iluminaron a un hombre que, en mitad de la calzada, pedía auxilio con una linterna. El chófer paró a su lado para ofrecerle ayuda y el desconocido aseguró haberse perdido, solicitando que le indicasen la dirección del pueblo a donde se dirigía. En ese momento, Hitler ordenó al chófer que arrancase enseguida y escapase a toda velocidad. Mientras se alejaban, escucharon tres disparos. A la mañana siguiente, el chófer examinó el coche y observó atónito que las tres balas habían rebotado muy cerca de la ventanilla junto a la que se encontraba Hitler. Más tarde hubo una explicación al extraño suceso; un demente armado, que ya había sido detenido por la policía, había atracado a varios vehículos después de escaparse de un manicomio cercano.

La intuición había salvado de nuevo a Hitler, pero éstos no serían los únicos casos. Resultaría muy prolijo describir todos y cada uno de los intentos de atentado que sufrió Hitler, por lo que a continuación se referirán los tres que más cerca estuvieron de conseguir su objetivo.

UN ESTUDIANTE SUIZO

En noviembre de 1938, la vida de Hitler estuvo próxima a ser segada por los disparos de un joven suizo, estudiante de teología, Maurice Bavaud. Nacido en Neuchatel en 1916, Bavaud consideraba a Hitler un peligro para la independencia suiza, el catolicismo en Alemania y la humanidad en general. Decidido a poner remedio a esa amenaza, resolvió acabar él mismo con la vida del dictador. Para ello, aprovechando unas vacaciones en el mes de octubre del seminario francés en el que estudiaba, Maurice fue a Alemania a visitar a unos familiares en Baden Baden, asegurando ser un ardiente admirador del Führer.

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[2] La plaza en la que se encuentra el hall central de la Universidad de Munich, en donde fueron arrojadas las últimas octavillas, fue rebautizada después de la guerra como “Geschwister-Scholl-Platz” (Plaza de los Hermanos Scholl), en recuerdo de Hans y Sophie Scholl, y la plaza contigua recibió el nombre de “Professor-Huber-Platz”, como homenaje al profesor Huber. Hoy día pueden encontrarse por toda la geografía alemana colegios, calles y lugares que llevan el nombre de los miembros de la Rosa Blanca.