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– Por lo que yo sé, el Fort Dearborn Trust lo descubrió porque los números de serie no habían salido todavía. El FBI se ha puesto muy digno y no abre la boca, pero sé que la falsificación era de muy buena calidad; lo bastante buena como para pasar una revisión superficial por parte de los auditores, en cualquier caso. Me gustaría hablar con alguien que supiese algo de falsificaciones; intentar descubrir quién tiene la habilidad suficiente como para conseguir un producto tan bueno.

Agnes alzó una gruesa ceja.

– ¿Me lo preguntas a mí? Yo no hago más que verderlas; no las imprimo. El problema de Roger es de la clase de los que yo puedo solucionar. Quizá -se volvió hacia Ferrant-. ¿Por qué no me cuentas lo que has sabido hasta este momento?

Él encogió sus delgados hombros.

– Te conté por teléfono lo de la llamada de nuestro especialista en Nueva York, Andy Barrett. Tal vez puedas empezar por decirme qué clase de especialista es. Creo que no trabaja para Ajax.

– No. Los especialistas son miembros de la Bolsa de Nueva York, pero no son agentes públicos. Normalmente, son miembros de una firma que consigue una franquicia de la Bolsa para ser especialistas; gente que organiza las órdenes de compra y venta para que el negocio siga en marcha. Barrett trabaja con vuestros valores. Alguien quiere vender mil acciones de Ajax. Me llaman a mí. Yo no voy por el parqué de la Bolsa de Chicago agitándolas hasta que aparece un comprador; telefoneo a nuestro agente de Nueva York y él va al puesto de Barrett en el parqué. Barrett compra las acciones y hace un trato con alguien que busca mil acciones. Si hay demasiada gente que quiere deshacerse de las acciones de Ajax al mismo tiempo y nadie quiere comprarlas, las compra por su cuenta; tiene la obligación ética de hacerlo. Muy de vez en cuando, si el mercado se desbarajusta totalmente, él pediría a la Bolsa que detuviese las compraventas hasta que las cosas se estabilizasen.

Hizo una pausa para que pudiéramos pedir, lenguado de Dover para mí, filetes poco hechos para ella y Roger. Encendió un cigarrillo y comenzó a puntuar sus comentarios con columnillas de humo.

– Por lo que voy entendiendo, alguien de la competencia ha estado ocupándose de Ajax durante las últimas semanas. Ha habido una gran cantidad de compras. Unas siete veces el volumen normal, lo bastante como para que el precio haya empezado a subir. No mucho; las compañías de seguros no son las inversiones favoritas, así que puede haber mucho movimiento sin que se note gran cosa. ¿Te dio Barrett el nombre de los agentes que dan las órdenes?

– Sí. No me suenan de nada. Me manda una lista por correo… Me pregunto, si no fuera mucho pedir, señorita Paciorek, si no podría usted echar un vistazo a los nombres cuando me lleguen. A ver si le dicen algo. Así que ¿qué debo hacer ahora?

Para mi disgusto, Agnes encendió un segundo cigarrillo.

– No, no es mucho pedir. Y por favor, llámame Agnes. Señorita Paciorek suena muy empingorotado… Supongo que estamos imaginando, para decirlo con palabras, que alguien puede estar pretendiendo hacer un intento de adquisición encubierta. Si es así, no puede haber ido muy lejos; cualquiera que tenga el cinco por ciento o más de las acciones tiene que rendir cuentas al SEC y explicar lo que está haciendo con sus acciones. Él… o ella -me sonrió.

– ¿Qué cantidad de acciones necesitaría alguien para hacerse con Ajax? -pregunté. Llegó la comida y, gracias a Dios, Agnes apagó su cigarrillo.

– Depende. ¿Quién, de los de tu compañía, posee cantidades jugosas?

Ferrant sacudió la cabeza.

– La verdad es que no lo sé. Gordon Firth, el presidente. Alguno de los directores. Poseemos el tres por ciento, y Edelweiss, los reaseguradores suizos, tienen el cuatro por ciento. Creo que ellos son los mayores accionistas. Firth puede que posea el dos. Alguno de los otros directores puede tener un uno o un dos por ciento.

– Así que la dirección actual posee alrededor del quince por ciento. Cualquiera puede tener mucha importancia si tiene un dieciséis. No es que esté garantizado, pero sería un buen punto de partida, especialmente si vuestra dirección no sabía lo que estaba ocurriendo.

Hice un poco de cálculo mental. Cincuenta millones de acciones a la venta. Dieciséis por ciento serían ocho millones.

– Se necesitarían unos quinientos millones para hacerse con la compañía, entonces.

Ella se quedó pensando un instante.

– Más o menos. Pero no olvides que no necesitas tener en el acto tanto capital. Una vez que hayas comprado una buena cantidad, puedes comerciar con el resto: puedes utilizar las acciones que tienes como garantía para comprar más acciones. Luego pones ésas como garantía, y así sucesivamente. Esto es una simplificación, naturalmente, pero es la idea básica.

Comimos en silencio durante un minuto. Luego dijo Ferrant:

– ¿Qué puedo hacer para averiguarlo con seguridad?

Agnes frunció su rostro cuadrado mientras lo pensaba.

– Puedes llamar al SEC y pedir una investigación en regla. Entonces tendrás que asegurarte de conseguir los nombres de las personas que están haciendo la compra. Éste es un paso extremo, sin embargo. Una vez que los hayas llamado, examinarán con lupa cada transacción y a cada agente. Puede que quieras hablar con tu gente antes de hacerlo. Puede que a alguno de tus directores no les encante que sus transacciones salgan a la cruda luz del día.

– Bueno, ¿entonces?

– Cada firma de agentes tiene lo que llamamos un funcionario de conformidad. Cuando consigas la lista de nombres de Barrett, puedes intentar llamarles y descubrir para quién trabajan. Pero no hay razón para que te lo digan; y no hay nada ilegal en intentar comprar una compañía.

Los camareros se arremolinaban alrededor de nuestra mesa. ¿Postre? ¿Café? Ferrant escogió distraído un trozo de tarta de manzana.

– ¿Cree que hablarían con usted, señorita… Agnes? Los funcionarios de conformidad, quiero decir. Como le dije a Vic, estoy un poco al margen de todo este mundo de la Bolsa. Incluso si me dijeras lo que tengo que preguntar, no sabría si las respuestas que me dieran serían las correctas.

Agnes puso tres terrones de azúcar en su café y revolvió con vigor.

– No sería algo habitual. Déjame ver la lista de los agentes antes de que te diga en qué sentido debes actuar. Lo que puedes hacer es llamar a Barrett y pedirle que te mande una lista de los nombres a los que se pusieron las acciones cuando las vendió. Si conozco bien a alguno, ya sea a algún agente o a algún cliente, supongo que podría llamarles.

Miró su reloj.

– Voy a tener que volver a la oficina -hizo una seña a un camarero y firmó la cuenta-. Vosotros quedaos, por favor.

Ferrant negó con la cabeza.

– Será mejor que llame a Londres. Allí serán más de las ocho. Mi director general debe estar en casa.

Me marché con ellos. Había dejado de nevar. Uno de los termómetros de la costa indicaba diez grados bajo cero. Caminé con Roger hasta Ajax. Mientras nos despedíamos me invitó a ir con él al cine el sábado por la noche. Acepté y seguí por Wabash hasta mi oficina para acabar el informe acerca de los suministros birlados.

Durante el lento camino hacia casa aquella noche, me pregunté cómo encontrar a alguien que entendiese de acciones falsificadas. Los falsificadores son grabadores que han ido por mal camino. Y yo conocía a un grabador. Al menos, conocía a alguien que conocía a un grabador.

La doctora Charlotte Herschel, Lotty para mí, había nacido en Viena, se había educado en Londres, donde se graduó en medicina en la universidad, y vivía a una milla más o menos de mi casa, en Sheffield Avenue. El hermano de su padre, Stefan, un grabador, había emigrado a Chicago en los años veinte. Cuando Lotty decidió ir a los Estados Unidos en 1959, escogió Chicago en parte porque su tío Stefan vivía allí. Yo no le conocía; ella le veía poco, pero decía que le hacía sentirse más enraizada el saber que tenía a alguien de la familia viviendo cerca.