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Sirvió unas tazas para Lotty y para mí, me ofreció una espesa crema y levantó una tapadera de plata para descubrir unos pasteles tan jugosos que bordeaban lo erótico.

– Bueno, no será de esas señoras que no comen nada por temor a arruinar su hermosa figura, ¿verdad? Bien; las chicas americanas son demasiado delgadas, ¿verdad, Lottchen? Tendrías que recetar Sachertorte a todas tus pacientes.

Siguió hablando acerca de las propiedades saludables del chocolate durante unos minutos. Bebí una taza del excelente café y me comí un trozo de pastel de avellana, preguntándome cómo cambiar poco a poco de tema. Pero, tras haber servido más café y haberme impulsado a comer más pastel, sacó el tema él mismo de pronto.

– Lotty dice que quiere que hablemos del grabado.

– Sí, señor.

Le conté brevemente los problemas de la tía Rosa. Poseo un centenar de acciones de Acorn, una nueva compañía de ordenadores, que me dieron como pago por un trabajo de espionaje industrial que realicé para ellos. Saqué el certificado de mi bolso y se lo pasé al tío Stefan.

– Supongo que la mayoría de las acciones se imprimen en el mismo tipo de papel. Me pregunto si será muy difícil falsificar una de éstas lo bastante bien como para engañar a alguien que esté acostumbrado a verlas.

La cogió en silencio y se acercó a un escritorio que estaba delante de una ventana. También era antiguo, con patas talladas y tapa de cuero verde. Sacó una lupa de un estrecho cajón que había en el centro, encendió una potente lámpara de escritorio y estudió el certificado durante más de un cuarto de hora.

– Sería difícil -sentenció finalmente-. Quizá no tanto como falsificar con éxito papel moneda -me indicó que me acercara al escritorio; Lotty se acercó también, mirando por encima de su otro hombro. Él empezó a indicarme las características del certificado: el papel, para empezar, era de pergamino grueso, nada fácil de encontrar-. Y tiene el entramado característico. Para engañar a un experto habría que asegurarse de hacer este entramado. Hacen así el papel a propósito, sabe, para hacerle la vida más complicada al pobre falsificador.

Se volvió para hacerle una mueca traviesa a Lotty, que frunció las cejas muy seria.

– Luego, está el logotipo de la compañía emisora y varias firmas, cada una con un sello encima. El sello es lo más difícil; es casi imposible copiarlo sin correr la tinta de la firma. ¿Ha visto esas acciones falsas de su tía? ¿Sabe lo que hicieron mal?

Negué con la cabeza.

– Todo lo que sé es que los números de serie eran unos que la compañía emisora no había usado nunca. No sé nada de las demás características.

Apagó la lámpara del escritorio y me devolvió el certificado.

– Es una lástima que no las haya visto. Además, si supiera para qué quería usarlas el falsificador, podríamos saber lo buenas, lo… convincentes que tendrían que ser.

– Ya he pensado eso. La única utilidad real de una acción falsa es siempre secundaria. En el momento de la venta, los bancos las examinan siempre muy de cerca.

»Sin embargo, en este caso ciertas acciones auténticas fueron robadas. Así que el ladrón necesitaba convencer a unos cuantos curas y a sus auditores de que seguían estando en posesión de sus bienes. De ese modo, no es como un ladrón corriente, con el que sabes cuándo se ha llevado las cosas y quién tuvo acceso a ellas desde la última vez que las viste.

– Bueno, pues siento no poder decirle nada más, jovencita. Pero seguramente tomará otro trozo de pastel antes de marcharse.

Volví a sentarme y cogí un trozo de tarta de almendras y albaricoque. Mis arterias chillaron protestando cuando mordí un pedacito.

– El caso es que hay algo que usted podría saber. Las falsificaciones pudieron ser hechas en cualquier momento de los últimos diez años. Pero supongamos, por suponer, que las hubieran hecho más o menos recientemente. ¿Cómo podría averiguar quién las hizo? Suponiendo que él, o ella, trabajase en la región de Chicago.

Se quedó en silencio durante un largo minuto. Luego habló en voz baja.

– Lottchen le ha hablado de mi pasado, del modo en que fabricaba billetes de veinte dólares. Auténticas obras maestras -dijo, volviendo a unos modales más joviales-. Considerando que yo me había fabricado mi propio material.

»Los falsificadores pueden tener dos orígenes, señorita Warshawski. Artesanos independientes como yo. Y los que trabajan para una organización. Parece que tiene usted aquí a alguien que trabaja para otra persona. A menos que crea que es la misma persona la que creó la nueva remesa y dispuso de la antigua. En realidad, lo que quiere usted no es el… el maestro grabador, sino su cliente. ¿Tengo razón?

Asentí.

– Bien, no puedo ayudarla a encontrar a este grabador. Nosotros, los artesanos independientes, no solemos hacer… público nuestro trabajo, y yo no formo parte de una red de falsificadores. Pero quizá pueda ayudarla a encontrar el cliente.

– ¿Cómo? -preguntó Lotty antes de que pudiera hacerlo yo.

– Haciendo una pieza similar y haciendo correr la voz de que tengo una a la venta.

Lo pensé.

– Podría funcionar. Pero correría usted un enorme riesgo. Incluso con mi más persuasiva intervención, sería difícil convencer a los federales de que sus motivos eran puros. Y recuerde que las personas que han encargado esto pueden ser violentas. Ya me han hecho una llamada telefónica amenazadora. Si descubren que está usted intentando engañarles, su justicia puede ser peor aún que un encierro en Fort Leavenworth.

El tío Stefan se inclinó hacia delante y tomó una de mis manos.

– Jovencita. Soy un anciano. Aunque disfruto de la vida, ya he superado el miedo a la muerte. Y semejante ocupación me serviría de cura de rejuvenecimiento.

Lotty interrumpió con una serie de vigorosos argumentos de su cosecha. Su discusión se volvió bastante acalorada y siguió en alemán, hasta que Lotty dijo enfadada en inglés:

– En tu tumba pondremos una lápida que diga «Murió de obstinación».

Después de aquello, el tío Stefan y yo hablamos de los detalles prácticos. Iba a tener que quedarse con mi certificado de Acorn y conseguir algunos otros. Buscaría los materiales necesarios y me enviaría la cuenta de gastos. Para estar a salvo, en caso de que mi comunicante anónimo estuviera realmente interesado en el negocio, él no me llamaría. Si necesitaba hablar conmigo, pondría un anuncio en el Herald Star. Por desgracia, no podía prometerme resultados muy rápidos.

– Tendrá que hacerse a la idea de que serán semanas, quizá muchas semanas, no días, mi querida señorita Warshawski.

Lotty y yo nos marchamos en medio de mutuos deseos de buena suerte; al menos entre el tío Stefan y yo. Lotty estaba un poco fría. Mientras entrábamos en el coche, dijo:

– Supongo que podría llamarte a la consulta de casos geriátricos. Podrían ocurrírsete empresas criminales que llevasen la aventura y el impulso de la juventud a la gente que se preocupa por hacer llegar a fin de mes la pensión.

Conduje hacia la carretera 41, la vieja autopista que une Chicago con el North Shore. Actualmente por ella se hace un tranquilo y bonito viaje a lo largo de casas señoriales y el lago.

– Lo siento, Lotty. He ido sólo con la esperanza de que tu tío supiese algo del “quién es quién” en las falsificaciones de Chicago. Personalmente, me parece que su idea no irá muy lejos. Si consigue hacer el trabajo y establecer algunos contactos, ¿qué posibilidades tiene de dar con las personas adecuadas? Pero es una buena idea y mejor que cualquiera que se me ocurra a mí. De cualquier modo, preferiría tener como único pariente en Chicago a un delincuente encantador que a una honrada bruja; si estás demasiado preocupada, te cambio a Rosa por Stefan.

Lotty rió ante la idea e hicimos el camino de vuelta hasta Chicago tranquilamente, deteniéndonos en la parte más lejana del North Side para tomar una cena thai. Dejé a Lotty en su casa y seguí a casa a llamar a mi servicio de contestador. Había llamado un tal padre Carroll, así como Murray Ryerson del Star.