– Gracias, Maggie -dije desmayadamente-. Aprecio el consejo. De verdad que sí. Lo pensaré.
Busqué el número del restaurante Torfino's. Cuando llamé y pregunté por don Pasquale, la voz al otro lado dijo bruscamente que nunca había oído hablar de semejante hombre y colgó.
Marqué otra vez. Cuando respondió la misma voz, dije:
– No cuelgue. Si alguna vez se encuentra con don Pasquale, me gustaría que le diera un mensaje.
– ¿Sí? -gruñendo.
– Soy V. I. Warshawski. Me gustaría tener la oportunidad de hablar con él -deletreé mi apellido despacio, le di mi número de teléfono y colgué.
Tenía el estómago al revés. No estaba muy segura de poder enfrentarme a Roger ni a la cena, y menos a una combinación de las dos cosas. Para relajarme, fui al salón y me puse a ensayar unas escalas en el viejo piano de mi madre. Respiraciones profundas de diafragma. Escalas en un «Ah» descendente. Trabajé vigorosamente durante cuarenta y cinco minutos, empezando a sentir cierta resonancia en la cabeza cuando aflojaba. Debería practicar con más regularidad. Mi voz era la herencia que me había dejado Gabriela junto con los vasos rojos venecianos.
Me sentía mejor. Cuando Roger llegó a las siete con una botella de Taittinger y un ramo de flores, fui capaz de saludarle alegremente y devolverle su educado beso. Me siguió hasta la cocina mientras acababa de cocinar. Deseé no haber limpiado por la mañana. El lugar estaba hecho ya tal desastre que iba a tener que fregar otra vez al día siguiente.
– Te perdí la pista en el funeral de Agnes -le dije-. Te perdiste una escenita de las de antes con algunos de sus parientes.
– Mejor. No soy persona de escenas.
Aliñé una ensalada, se la tendí y saqué el asado del horno. Entramos en el comedor. Roger descorchó el champán mientras yo servía la cena. Comimos durante un rato sin hablar; Roger miraba su plato. Finalmente, dije:
– Dijiste que había algo de lo que querías hablar; me imagino que será de algo no muy agradable.
Levantó la vista.
– Ya te he dicho que no me interesan las escenas. Y me temo que de lo que quiero hablar va a traer una serie de ellas.
Dejé mi vaso.
– Espero que no vayas a pedirme que deje la investigación. Eso nos llevaría a una pelea de primera.
– No. No voy a decir que me vuelva loco. Es la forma en que lo haces, eso es todo. Me has negado cualquier discusión acerca de ello; o de cualquier otra cosa que estés haciendo. Sé que no hemos estado juntos mucho tiempo, así que quizá no tenga derecho a hacerme ilusiones sobre ti, pero has estado condenadamente fría y antipática los últimos días. Desde que mataron a Agnes, has estado odiosa.
– Ya… Me parece que me he metido con gente que es mucho más poderosa que yo. Estoy asustada y no me gusta. No sé de quién puedo fiarme y me resulta difícil ser abierta y amigable, incluso con los buenos amigos.
Su rostro se torció enfadado.
– ¿Qué demonios he hecho para merecer eso?
Me encogí de hombros.
– Nada. Pero no te conozco muy bien, Roger, y no sé qué gente puede hablar contigo. Escucha. Creo que estoy siendo odiosa. No te culpo por enfadarte. Me meto en un problema que parecía confuso pero no tan peligroso, lo de mi tía con las acciones falsas, y de pronto me encuentro con alguien que me echa ácido en los ojos -se sobresaltó-. Sí. En este mismo descansillo. Alguien que quiere que me aleje del convento.
»No es que crea que hayas sido tú. Pero no sé de dónde procede y eso me hace apartarme de la gente. Sé que es odioso, o que yo soy odiosa, pero no puedo evitarlo. Y luego, que matasen a Agnes… Me siento como responsable, porque estaba trabajando en un asunto tuyo y yo te la mandé. Incluso aunque no la matasen por nada que tuviera que ver con Ajax, como puede ser, sigo sintiéndome responsable. Se había quedado trabajando hasta tarde y probablemente iba a ver a alguien relacionado con la adquisición. Sé que no está muy claro, pero ¿me entiendes?
Se pasó la mano a través del largo flequillo.
– Pero, Vic, ¿por qué no podías hablarme a mí de todo esto? ¿Por qué no hiciste más que desaparecer?
– No sé. Así actúo. No puedo explicarlo. Por eso soy detective privado, no policía ni federal.
– Bueno, ¿podrías al menos contarme lo del ácido?
– Estabas aquí la noche en que recibí la primera llamada amenazadora. Bueno, pues trataron de cumplir la amenaza la semana pasada. Intuí el ataque, le rompí al tipo la mandíbula y recibí el ácido en el cuello en lugar de los ojos. De todas formas fue muy… bueno, traumático. Creí haber oído al hombre que hizo la llamada en el funeral de Agnes. Pero cuando intenté localizarle, no pude -describí la voz y le pregunté a Roger si recordaba haber conocido a alguien que hablase así-. Su voz… era como la de alguien que no ha crecido hablando inglés y disfraza un acento. O alguien cuyo acento natural fuese un arrastrar de palabras o un acento regional tan fuerte que tratase de ocultarlo.
Roger negó con la cabeza.
– No soy capaz de diferenciar bien los acentos americanos, así que… Pero Vic, ¿por qué no me lo dijiste? No pensarías en serio que yo pudiera ser responsable de una cosa así, ¿verdad?
– No. La verdad es que no, claro. Pero es que tengo que ser yo la que resuelva mis propios problemas. No quiero convertirme en una hembra dependiente que corre a buscar un hombre cada vez que algo no funciona.
– ¿Crees que podrías encontrar un término medio entre estos dos extremos? Como, por ejemplo, hablar de tus problemas con alguien y resolverlos tú misma.
Le sonreí.
– ¿Te estás nombrando para el puesto, Roger?
– Es una posibilidad, sí.
– Lo pensaré -bebí un poco más de champán. Me preguntó lo que estaba haciendo en relación con Ajax. No me pareció que debiese sacar a relucir mi aventura nocturna en Tilford & Sutton; una historia así es muy fácil de repetir. Así que sólo le dije que había estado haciendo un poco de trabajo de investigación-. Di con el nombre, de una compañía, WoodSage. No sé si están mezclados en tu problema, pero el contexto era un poco raro. ¿Crees que podría hablar con vuestro especialista y comprobar si él ha oído hablar de ellos? ¿O con alguno de vuestros directivos?
Roger hizo media reverencia por encima de la mesa.
– ¡Oh, caramba! Ayudante de V. I. Warshawski. ¿Cuál es el equivalente masculino de la chica del gánster?
Me reí.
– No lo sé. Te proveeré de un buen pistolón para que puedas hacerlo al mejor estilo de Chicago.
Roger extendió un largo brazo a través de la mesa y apretó mi mano libre.
– Me gustaría. Algo que contar en la oficina de la Lloyd's… No me mantengas apartado, V. I., o al menos cuéntame por qué lo haces. De otro modo, empiezo a imaginar cosas. Me rechazan y me acomplejo y otras cosas freudianas de ésas.
– Vale -me solté la mano y rodeé la mesa para llegar a su silla. No culpo a los hombres porque les guste el pelo de las mujeres; había algo erótico y tranquilizador en el hecho de pasar la mano por el largo mechón que no dejaba de caer sobre los ojos de Ferrant.
A lo largo de los años me he dado cuenta de que los hombres detestan los secretos y las ambigüedades. A veces incluso me siento como si los estuviese mimando a causa de ello. Besé a Roger y le aflojé la corbata y, tras unos minutos de retorcernos incómodos en la silla, le llevé al dormitorio.
Nos pasamos varias horas agradables allí y nos quedamos dormidos hacia las diez. Si no nos hubiéramos ido a la cama tan temprano, mi sueño más profundo hubiera sido alrededor de las tres y media. Habría dormido demasiado profundamente como para que el humo me despertara.