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– Nada. Sé cuáles de los brokers de Chicago estaban al corriente de las ventas de Ajax durante las últimas seis o siete semanas. Puedes preguntarle los nombres al señor Ferrant. Eso es todo lo que sé.

Frunció los ojos.

– ¿Conoces la firma Tilford & Sutton?

– ¿Agentes de bolsa? Sí. Están en la lista del señor Ferrant.

– ¿Has estado alguna vez en sus oficinas?

– No tengo nada que invertir.

– No habrás estado allí hace dos noches, ¿verdad?, investigando sus negocios con Ajax.

– ¿De noche? Los agentes trabajan de día. Hasta yo sé eso…

– Sí, hazte el payaso. Alguien asaltó sus oficinas. Quiero saber si fuiste tú.

– Hay ocho o nueve agentes en la lista del señor Ferrant. ¿Asaltaron a todos?

Dio un puñetazo en la mesa para no soltar un juramento.

– Fuiste tú, ¿verdad?

– ¿Por qué, Bobby? No haces más que decirme que no hay nada que averiguar por ese camino. Así que ¿por qué iba a asaltar un sitio para investigar algo que no existe?

– Porque eres una orgullosa, arrogante y maleducada. Siempre dije a Tony y a Gabriela que deberían tener más hijos…, te maleducaron completamente.

– Bueno, es demasiado tarde ya para lamentarse por eso… Mira, hemos pasado muy mala noche. Quiero encontrar un sitio en el que quedarme y poder volver a poner mi vida en marcha. ¿Puedo volver a mi apartamento a ver si algo de mi ropa es aprovechable?

Assuevo negó con la cabeza.

– Tenemos mucho que hablar aquí aún, señorita Warshawski. Necesito saber en qué está trabajando ahora.

– ¡Ah, sí! -intervino Bobby-. Ferrant empezó a preguntar si habría sido la misma persona que tiró algo y tú le cortaste. ¿Quién tiró qué?

– Oh, unos niños de Halsted tiraron una piedra al coche la otra noche; violencia urbana corriente. No creo que pegaran fuego a mi apartamento sólo porque le fallaron al coche.

– ¿Les persiguió usted? -preguntó Assuevo-. ¿Les hizo daño de un modo u otro?

– Olvídelo -dijo Bobby-. Es mentira. Ella no persigue niños. Cree que es Paladín o el Llanero Solitario. Se ha metido en algo lo bastante gordo como para que contraten a un incendiario profesional y ahora va a ser una heroína y no va a contar nada de nada -me miró con sus grises ojos serios y la boca convertida en una línea-. ¿Sabes? Tony Warshawski fue uno de mis mejores amigos. Si te ocurre algo, su fantasma y el de Gabriela me perseguirán hasta el fin de mis días. Pero no hay nadie que pueda hablar contigo. Desde que murió Gabriela, no hay persona en este mundo que pueda hacerte hacer lo que no quieres hacer.

Yo no dije nada. No había nada que pudiera decir.

– Vamos, Dominic. Vámonos. Voy a hacer seguir a la Juana de Arco ésta; es lo mejor que podemos hacer en este momento.

Cuando se marchó, el cansancio me invadió de nuevo. Sentí que si no me marchaba en ese momento, me dormiría en la silla. Envuelta aún en la manta, me obligué a ponerme de pie, aceptando agradecida la mano que Roger me tendía. En el pasillo, Assuevo se rezagó un momento para hablarme.

– Señorita Warshawski; si sabe usted cualquier cosa acerca de este incendio premeditado y no nos lo dice, puede ser perseguida judicialmente -me empujaba con el dedo mientras hablaba. Yo estaba demasiado cansada hasta para enfadarme. Me quedé allí con mis vasos y le vi correr para alcanzar a Bobby.

Roger me rodeó con el brazo.

– Estás agotada, chiquilla. Ven conmigo al Hancock y date un baño caliente.

Cuando nos acercábamos a la puerta de fuera, se palpó los bolsillos.

– Me dejé la cartera en tu dormitorio. No tengo dinero para un taxi. ¿Tienes tú?

Negué con la cabeza. Corrió a través del aparcamiento hasta donde Bobby y Assuevo subían al coche de policía de Bobby. Le seguí tambaleándome como una borracha. Roger les pidió que nos acercaran hasta mi apartamento para que pudiéramos buscar algo de dinero. Y quizá algo de ropa.

El paseo hasta Halsted fue tenso y silencioso. Cuando llegamos a los chamuscados restos de mi edificio, Assuevo dijo:

– Quiero que tengan ustedes muy claro que este edificio puede no ser seguro. Son ustedes responsables de cualquier accidente que pueda ocurrirles.

– Gracias -dije débilmente-. Son ustedes una gran ayuda, chicos.

Roger y yo nos abrimos camino a través de montañas de hielo formadas por los helados chorros de agua de los camiones cisterna. Era como caminar por una pesadilla: todo era familiar, pero distinto. La puerta delantera, rota por los bomberos, colgaba absurda de sus goznes. Las escaleras estaban casi inaccesibles, cubiertas de hielo y barro y trozos de muro que habían caído allí.

En el descansillo del segundo piso, decidimos separarnos. Las escaleras y el suelo podrían quizá soportar el peso de una persona, pero no de dos. Empeñada en aferrarme a los vasos de vino de mi madre aún intactos, permití a Roger que fuese delante y me quedé allí agarrada a ellos, temblando con las zapatillas, envuelta en la manta.

El se abrió camino con cuidado hasta el tercer piso. Le oí entrar en mi apartamento, el ocasional golpe de un ladrillo o trozo de madera al caer, pero no ruidos fuertes ni gritos. Tras unos minutos, salió de nuevo al pasillo.

– Creo que puedes subir, Vic.

Me agarré a la pared con una mano y caminé por el hielo. Los últimos escalones tuve que subirlos a gatas, poniendo los vasos en el escalón de arriba cada vez y luego subiendo yo, así hasta que llegué al descansillo.

La parte delantera de mi apartamento había sido prácticamente destruida. De pie en el vestíbulo se podía ver el salón a través de los agujeros de la pared. La parte que rodeaba a la puerta principal estaba quemada, pero metiéndose por un agujero que había en la pared del salón, podía uno ponerse de pie sobre unas vigas.

Todo el mobiliario que poseía estaba destruido. Ennegrecido por las llamas y empapado de agua, era irrecuperable. Intenté sacar una nota del piano y conseguí un sonido mortecino. Me mordí el labio y me dirigí resueltamente hacia el dormitorio. Como el dormitorio y el comedor estaban a los lados del vestíbulo principal, los daños eran menores. Nunca volvería a dormir en aquella cama, pero era posible, escogiéndolas cuidadosamente, seleccionar unas cuantas prendas válidas. Saqué un par de botas, pesqué un jersey que olía a humo y conseguí hacerme con un conjunto que me permitiría seguir durante toda la mañana.

Roger me ayudó a guardar lo que parecía recuperable en dos maletas, forzando las cerraduras congeladas.

– Ya me puedo despedir de lo que no nos llevemos ahora. El vecindario estará rebuscando entre los restos antes de que pase mucho tiempo.

Esperé hasta que estuvimos listos para irnos antes de mirar en el compartimento trasero de mi armario. Tenía demasiado miedo de lo que pudiera encontrar. Con dedos temblorosos, saqué la puerta de las bisagras que se caían. Los vasos estaban cuidadosamente envueltos en trozos de sábana vieja. Los desenvolví despacio. El primero que saqué tenía un trozo roto. Me volví a morder el labio y desenvolví los otros cuatro. Parecían estar en perfecto estado. Los sujeté a la tenue luz de la mañana y les di una vuelta. Ni roturas ni burbujas.

Roger no decía nada. Se abrió camino por entre los destrozos.

– ¿Todo bien?

– Uno está roto. Pero quizá se pueda pegar; es un trozo grande. -Las demás cosas de valor que había en el compartimento eran los pendientes de diamantes de Gabriela y un collar. Me los puse en el bolsillo, envolví de nuevo los vasos, los metí en una de las maletas y me puse la sobaquera con la Smith & Wesson dentro. No se me ocurría nada más que necesitase desesperadamente. Contrariamente a Peter Wimsey, no colecciono primeras ediciones. Los aparatos de cocina que poseía podrían ser reemplazados sin muchos problemas.

Cuando comenzaba a meter las maletas por el agujero del salón, sonó el teléfono. Roger y yo nos miramos, sobresaltados. No se nos hubiera ocurrido nunca que la compañía pudiera mantener los cables en marcha tras un incendio. Conseguí encontrar el aparato del salón enterrado bajo un montón de escayola.