– ¿Corpus Christi? -repitió dudosa.
– Eso es.
Pasaron cinco minutos. Leí en el Times la historia de Ajax: más palabras para decir menos que lo que ponía en los periódicos de Chicago. Eché un vistazo a un poco más de palabrería acerca de AT & T. Miré los anuncios de trabajo doméstico. Quizá pudiese encontrar un trabajo menor. «Profesional curtido al que no asusten los retos.» Eso quería decir mucho trabajo y poca paga. ¿Con qué si no se curten los profesionales?
Finalmente la señora Paciorek se puso al aparato.
– Bárbara me ha dado un mensaje confuso -su voz era tirante.
– La cosa es como sigue, señora Paciorek: el SEC sabe, naturalmente, que Wood-Sage ha comprado el cinco por ciento de Ajax. Lo que no saben es que la mayor parte del dinero lo ha puesto Corpus Christi. Y que la mayor parte del dinero de Corpus Christi viene de usted, la fortuna Savage que les ha entregado. La ley sobre compra-venta de acciones no es mi fuerte, pero si Corpus Christi es la que está poniendo el dinero para que Wood-Sage compre su participación en Ajax, al SEC no le va a gustar que no se mencionase en la operación.
– No sé de qué estás hablando.
– Va a tener que ensayar mejor sus respuestas. Cuando los periódicos vayan a por usted, no se van a creer ésa.
– Si alguien llamado Corpus Christi ha comprado Ajax, yo no sé nada en absoluto.
– Eso es ligeramente mejor -concedí-. El problema es que cuando Agnes, su hija, ya sabe, murió, dejó unas cuantas notas que muestran una conexión entre Corpus Christi y Wood-Sage. Si vuelvo la atención del FBI hacia los abogados de usted, estoy segura de que podrán conseguir el nombre del broker que maneja el dossier de Corpus Christi. Es de suponer que es de ahí de donde Agnes sacó la información. Además, en menor escala, se sentirán interesados en las transferencias de las que Preston Tilford se ocupó.
Hubo un silencio al otro lado mientras la señora Paciorek ponía en orden sus defensas. No debía haber esperado poder forzar a una mujer tan controlada a que soltase alguna indiscreción. Al final dijo:
– Mis abogados sabrán sin duda cómo manejar la investigación, por muy acuciante que sea. Eso no es mi problema.
– Ya veremos. Pero puede que la policía quiera hacerle también algunas preguntas. Quizá quieran saber hasta dónde habría llegado usted para impedirle a Agnes que publicara el intento de adquisición de Ajax por parte de Corpus Christi.
Tras una larga pausa, contestó:
– Victoria, es evidente que estás histérica. Si crees saber algo acerca de la muerte de mi hija, es posible que te permita que vengas a verme.
Empecé a decir algo y luego me lo pensé mejor. Iba a hablar conmigo. ¿Qué más necesitaba en ese momento? Ese día no podía, pero me vería en su casa al día siguiente a las ocho de la noche.
Con mis nervios en el tirante estado en que se encontraban, no me sentía con ánimos de irme al Bellerophon. Le conté a Phyllis lo del incendio y mi apuro, y ella al instante me ofreció su dormitorio de invitados. Me acompañó a visitar al tío Stefan, que ya se sentía lo bastante bien como para aburrirse en el hospital. Para alivio mío, los médicos querían que se quedase unos días más; una vez que estuviese en casa, iba a ser imposible poder vigilarle.
Robert Streeter, el más joven de los hermanos, estaba con él cuando llegué. Al parecer alguien había intentado meterse en la habitación hacia la media noche. Jim, que estaba de guardia en ese momento, tuvo el acierto de no perseguirle, ya que eso habría dejado la habitación sin vigilancia. Cuando pudo despertar al personal de seguridad del hospital, el intruso se había marchado.
Sacudí la cabeza impotente. Un problema más que no podía manejar. Lotty llegó cuando nos íbamos. Al ver a Phyllis, sus espesas cejas negras se alzaron.
– ¡Vaya! ¿Así que Victoria te está mezclando también a ti en su mascarada?
– ¡Lotty! Tú y yo tenemos que hablar -dije vivamente.
Me echó una mirada de arriba abajo.
– Sí. Creo que eso estaría bien… Los tipejos esos que están con Stefan… ¿Han sido idea tuya o suya?
– ¡Llámame cuando te hayas bajado del pedestal! -le solté marchándome.
Phyllis era demasiado educada como para hacerme preguntas acerca del incidente. No hablamos mucho, pero hicimos una comida agradable en un pequeño restaurante de Irving Park Road antes de volver a la calle Chestnut.
El humo de los cigarrillos había impregnado las ropas de cama del cuarto de invitados. El olor, junto con mi tensión nerviosa, me impidieron dormir bien. A las tres me levanté para leer y me encontré a Phyllis sentada en el salón con una biografía de Margaret Fuller. Charlamos amigablemente durante varias horas. Después conseguí dormir hasta que Phyllis entró para despedirse antes de marcharse a su clase de las ocho y media. Me invitó a volver aquella noche. A pesar del aire rancio, acepté agradecida.
Pensé que estaría más a salvo en un coche de alquiler que en el mío, que ya era bastante conocido por todos los malhechores de Chicago que andaban detrás de mí. De camino a la comisaría de policía, me detuve en una agencia de alquiler y me llevé un Toyota cuyo volante debía de haber sido utilizado por el equipo estadounidense de levantamiento de pesas cuando se entrenaban para las Olimpiadas. Me dijeron que no tenían otra cosa de aquel tamaño y que lo cogiese o lo dejase. Lo cogí a regañadientes. No tenía tiempo de andar escogiendo coches.
El teniente Mallory no estaba cuando llegué a Roosvelt Road. Hice mi declaración al detective Finchley. Como no sabía la historia que le conté a Bobby, aceptó lo que le conté y me devolvió la Smith & Wesson. Freeman Cárter, que me había acompañado, me dijo que tendríamos una audiencia por la mañana, pero que mi persona seguía sin tacha: ni siquiera una conmovedora violación en los últimos tres años.
Ya era por la tarde cuando llegué a la tienda del viejo sastre en Montrose. Me había terminado la túnica, que me quedaba perfectamente: el largo adecuado, las mangas también. Le di las gracias efusivamente, pero él me contestó con más palabras acerca de las jovencitas que no son capaces de planificarse; había tenido que trabajar todo el domingo por mi culpa.
Tuve que hacer una parada en el Bellerophon para recoger el resto de mi disfraz. La señora Climzak salió sin aliento tras de mí del mostrador con mis zapatos. Nunca se hubiera hecho cargo de ellos si hubiera sabido que iba a tener que ser responsable de ellos durante dos días. Si iba a resultar que yo era del tipo de inquilino irresponsable, no sabía si podría seguir alojándome. Y sobre todo, si me dedicaba a traer hombres en plena noche.
Me estaba volviendo para subir por las escaleras, pero aquello me pareció algo concreto, no una acusación general.
– ¿Qué hombres en plena noche?
– Oh, no se haga la inocente, señorita Warshawski. Los vecinos le oyeron y llamaron al portero de noche. El llamó a la policía y su amigo se marchó. No haga como que no lo recuerda.
La dejé a mitad de la frase y subí al galope por las escaleras hasta el cuarto piso. No había tenido tiempo aún de desordenar mi pequeña habitación. Pero alguien lo había hecho por mí. Afortunadamente, no había mucho que revolver: ni libros, excepto una Biblia, ni comida. Sólo mi ropa, el colchón de la cama empotrada y los cacharros de la cocina. Contuve el aliento mientras miraba los vasos venecianos. Fuera quien fuese quien había venido, no era del todo vengativo; permanecían intactos sobre la mesita.
– ¡Maldita sea! -grité-. ¡Dejadme en paz! -Recogí las cosas como pude, pero no tenía tiempo de hacer orden como es debido. No me apetecía ponerme a hacer limpieza, la verdad. Lo que me apetecía era meterme en la cama durante una semana. Pero es que ya no tenía cama, una cama mía.
Transporté el pesado colchón hasta la cama y me tumbé encima. Los desconchones del techo formaban un auténtico revoltijo. Me recordaban a mis propios pensamientos incoherentes. Me quedé mirándolos perezosa durante un cuarto de hora antes de obligarme a abandonar la autocompasión y ponerme a pensar. La razón más plausible para que alguien registrase mi habitación era que quisiesen encontrar la prueba que le había dicho a Catherine Paciorek la noche anterior. No me extrañaba que no hubiera querido verme la noche anterior: estaba buscando a alguien que fuese a por mí y encontrara cualquier documento que Agnes hubiese podido dejar. Muy bien. Así sería más fácil conseguir que hablase cuando la viera aquella noche.