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– ¿Dónde se han ido sus amigos religiosos?

– Dice que se marcharon antes de que tú aparecieras.

– ¿Sabe usted algo de esa sociedad de Corpus Christi a la que ella pertenece?

Se quedó mirando su coñac; luego se lo acabó de un trago y se sirvió otra copa. Le tendí mi copa; él la llenó en abundancia.

– ¿Corpus Christi? -dijo al fin-. Cuando me casé con Catherine, su familia me acusó de ser un cazador de fortunas. Era hija única y sus bienes se acercaban a los cincuenta millones. No me importaba gran cosa el dinero. Un poco, bueno, pero no mucho. La conocí en Panamá; su padre era el embajador y yo estaba cumpliendo mis obligaciones con el tío Sam Ella era muy idealista y trabajaba mucho por la comunidad de pobres que había allí. Xavier O'Faolin era sacerdote en uno de aquellos arrabales. La interesó por Corpus Christi. Yo la conocí porque intentaba mantener la disentería y una serie de enfermedades desagradables bajo control en el arrabal. Una batalla perdida.

Tomó un poco más de coñac.

– Luego volvimos a Chicago. Su padre construyó esta casa. Cuando murió nosotros nos mudamos aquí. Catherine entregó la mayoría de la fortuna de los Savage a Corpus Christi. Comencé a tener éxito como cirujano del corazón. O'Faolin se trasladó al Vaticano.

»Catherine era una auténtica idealista, pero O'Faolin es un charlatán. Sabía cómo ser y parecer al mismo tiempo. Fue Juan XXIII el que le llevó al Vaticano; el que pensó que era un sacerdote de la gente auténtica. Cuando Juan murió, O'Faolin se desplazó rápidamente a donde estaban el poder y el dinero.

Bebimos en silencio durante unos minutos. Pocas cosas pasan tan fácilmente como el Cordón Bleu.

– Tenía que haber pasado más tiempo en casa -sonrió sin alegría-. El lamento del padre que vive en las afueras. Al principio a Catherine le gustaba verme pasar veinte horas diarias en el hospital. Después de todo, aquello demostraba que compartía con ella sus elevados ideales. Pero después de un tiempo, se aburrió de su vida suburbana. Tenía que haber tenido su propia carrera. Pero era una cosa que no cuadraba con sus ideales de madre católica. Cuando me di cuenta de la persona amargada en la que se había convertido, Agnes iba a la universidad y era demasiado tarde para que yo hiciera algo. Pasé con Phil y Bárbara el tiempo que debí haber pasado con Cecilia y Agnes, pero no pude ayudar a Catherine.

Sujetó la botella al contraluz de la lámpara de su escritorio.

– Suficiente para dos más -lo repartió entre los dos y tiró la botella a la papelera de cuero que estaba a sus pies.

– Sé que te echaba la culpa del… tipo de vida de Agnes. Tengo que saberlo. ¿Estaba tan furiosa contigo que intentó que alguien te matase?

Le había costado un cuarto de botella de coñac de buena calidad el poder sacar aquello fuera.

– No -dije-. Me temo que no es tan sencillo. Tengo pruebas que demuestran que Corpus Christi intenta adquirir una compañía local de seguros. La señora Paciorek está más que ansiosa porque esa información no salga a la luz. Me temo que tenía razones para suponer que alguien me esperaba fuera, así que rompí una ventana de su invernadero. La policía no ha investigado la parte posterior, o no se habrían marchado.

– Ya -de pronto pareció muy viejo y encogido en su elegante traje marino-. ¿Qué vas a hacer con todo esto?

– Voy a tener que contarles al FBI y al SEC lo que sé acerca de Corpus Christi. No tengo intenciones de hablarles de la emboscada de esta noche, si le sirve de consuelo -tampoco me decidí a hablarle de la nota de Agnes. Si la mataron a causa de su investigación acerca de la adquisición de Ajax, entonces de un modo u otro su madre tenía cierta responsabilidad sobre su muerte. El doctor Paciorek no necesitaba saberlo aquella misma noche.

Se quedó mirando con amargura la parte superior de su escritorio durante mucho rato. Cuando levantó la mirada, se quedó casi sorprendido de verme allí sentada. Donde fuera que hubiese estado, era un lugar muy lejano.

– Gracias, Victoria. Has sido más generosa de lo que tenía derecho a esperar.

Me acabé mi propio coñac, incómoda.

– No me dé las gracias. Sea cual sea el modo en que esto acabe, será malo para usted y para sus hijos. Aunque por quien más me intereso es por Xavier O'Faolin, su mujer está muy involucrada con Corpus Christi. Su dinero se ha utilizado en un intento de adquisición encubierta de los seguros Ajax. Cuando los hechos salgan a la luz, va a estar en primera línea de fuego.

– Pero ¿no será posible demostrar que ha estado engañada por O'Faolin? -sonrió amargamente-. Lo ha estado desde que le conoció en Panamá.

Le miré con auténtica piedad.

– Doctor Paciorek, déjeme explicarle la situación tal como yo la entiendo. El Banco Ambrosiano tiene una deuda de mil millones de dólares, que desaparecieron en compañías panameñas desconocidas. Según una carta de un panameño llamado Figueredo al arzobispo O'Faolin, parece como si O'Faolin supiese dónde está el dinero. Es una especie de conexión. Mientras no lo utilice, nadie sabrá dónde está. Cuando empiece a moverlo, el juego habrá terminado.

»O’Faolin no es tonto. Si puede poner una gran compañía financiera, como una compañía aseguradora, por ejemplo, bajo su control, puede colocar el dinero y utilizarlo como quiera. Michael Sindona lo intentó para beneficio de la Mafia con el Franklin National Bank, pero fue lo bastante estúpido como para acabar con el capital del banco. Así que ahora languidece en una prisión federal. Corpus Christi tiene en Chicago un gran ascendiente gracias a la señora Paciorek. O'Faolin es miembro y reclutó a su esposa. Muy bien. Crean juntos una compañía títere llamada Wood-Sage y la utilizan para comprar acciones de Ajax. Una vez que la conexión entre Corpus Christi y la adquisición de Ajax se descubre -como así va a ser; los del SEC están investigando como locos- la participación de su esposa estará en la primera página de todos los periódicos. Sobre todo aquí en Chicago.

– Pero eso no es un delito -señaló el doctor.

Fruncí el ceño con tristeza. Finalmente dije:

– Mire, no quería decirle esto. Sobre todo esta noche, cuando ha sufrido un susto semejante. Pero está también la muerte de Agnes, ¿sabe?

– ¿Sí? -su voz era áspera.

– Investigaba la adquisición por encargo de uno de los ejecutivos de Ajax… Descubrió la participación de Corpus Christi. La mataron aquella noche, mientras esperaba a alguien para hablar sobre ello.

Su rostro blanco y tenso parecía una herida abierta en la habitación. No se me ocurría nada que decirle para aliviar su dolor. Finalmente levantó la vista y sonrió de manera desagradable.

– Sí, ya veo. Incluso aunque Xavier sea el culpable principal, Catherine no puede evitar su propia responsabilidad en la muerte de su hija. No me extraña que haya estado tan… -su voz se quebró.

Me levanté.

– Me gustaría encontrar algún consuelo para usted, pero no puedo. Pero si necesita mi ayuda, llámeme. Mi servicio de contestador coge mensajes las veinticuatro horas del día -coloqué mi tarjeta sobre el escritorio ante él y me marché.

Estaba agotada y rígida. Me hubiera tendido encantada ante el fuego del cuarto familiar y me habría dormido, pero saqué mi dolorido cuerpo por la puerta y bajé las escaleras hasta llegar a la calle. Yendo por la carretera, mi coche no estaba más que a cinco minutos en lugar de la media hora que me había llevado campo a través.

Mi reloj indicaba las tres cuando conduje el rígido Toyota de vuelta a la autopista. Encontré un motel en la primera salida hacia el sur, me inscribí y caí dormida sin desnudarme siquiera.

Capítulo 24. Cebando la trampa

Eran más de las doce cuando me desperté. Me dolían todos los músculos. Recordaba haber puesto a un lado la Smith & Wesson cuando me dormí, pero no la cartuchera. Me dolía el costado izquierdo, donde el cuero me había presionado el pecho durante toda la noche. Me apestaba la ropa. Me había peleado con Walter Novick con aquella camisa, había hecho un largo recorrido campo a través y había dormido con ella puesta. El olor era un agudo testigo de aquellas actividades.