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– Lo entiendo. Pero también entiendo el punto de vista de Rosa. Es muy conveniente dejarla a ella fuera del convento apechugando con todo. No tiene detrás a una gran organización con montones de conexiones políticas. Ustedes sí.

Pelly me echó una mirada glacial.

– No voy a pretender haber entendido eso, señorita Warshawski. Supongo que se referirá usted a la popular leyenda del poder político de la Iglesia católica, la línea directa del Vaticano que iba a controlar a John Kennedy y a ese tipo de cosas. Está más allá de toda discusión.

– Creo que podemos tener una discusión muy animada acerca de ello -objeté-. Podemos hablar de la política del aborto, por ejemplo. El modo en que los párrocos locales intentan influenciar a sus congregaciones para que voten a candidatos antiabortistas a pesar de que puedan ser unos ineptos. O puede que quiera hablar de las relaciones entre el arzobispo Farber y el superintendente de policía Bellamy. O entre aquél y el alcalde.

Jablonsky se volvió hacia mí.

– Creo que los párrocos relajarían mucho sus deberes morales si no intentasen oponerse al aborto de todos los modos posibles, incluso conminando a sus feligreses a votar a los candidatos pro-vida.

Sentí que la sangre me subía a la cabeza, pero sonreí.

– Nunca nos pondremos de acuerdo acerca de si el aborto es una cuestión moral o una cuestión privada entre una mujer y su médico. Pero una cosa está clara: es una cuestión sumamente política. Mucha gente investiga a fondo la implicación de la Iglesia católica en este asunto.

»Ahora mismo, Hacienda especifica claramente lo alejados de la política que deben mantenerse para seguir exentos de impuestos. Así que cuando los obispos y arzobispos utilizan sus despachos para empujar a candidatos políticos, están cruzando la fina línea de su imparcialidad. Sin embargo, ningún juez ha sido capaz de llevar a la Iglesia católica a los tribunales, lo que ya es un argumento bastante claro de por dónde van los tiros.

Pelly se puso rojo oscuro por debajo de su bronceado.

– No creo que tenga usted la menor idea de lo que está hablando, señorita Warshawski. Quizá sea mejor que se limite usted a discutir los puntos que le indicó el prior.

– Estupendo -dije-. Concentrémonos en el convento. ¿Hay alguien que pueda tener alguna razón para acercarse a cinco millones de dólares?

– Nadie -dijo Pelly brevemente-. Hacemos voto de pobreza.

Uno de los hermanos me ofreció más café. Era tan flojo que casi no se podía beber, pero lo acepté distraída.

– Se hicieron ustedes con las acciones hace diez años. Desde entonces, casi cualquiera que tuviese acceso al convento podía haberse llevado el dinero. Quitando a los extraños que entrasen desde la calle, eso significa alguien que tuviese relación con este lugar. ¿Qué tipo de rotación tienen ustedes con sus monjes?

– Se les llama frailes -dijo Jablonski-. Los monjes permanecen en el mismo lugar; los frailes se desplazan. ¿Qué quiere decir con rotación? Cada año nos dejan algunos estudiantes. Unos se ordenan, otros encuentran que la vida conventual no les conviene por la razón que sea. Y también hay bastante movimiento entre los padres. Personas que enseñan en otras instituciones dominicas vienen aquí, o viceversa. El padre Pelly, por ejemplo, acaba de volver de una estancia de seis meses en Ciudad Isabella. Estudió en Panamá y le gusta pasar allí algunas temporadas.

Eso explicaba su bronceado, pues.

– Seguramente podremos eliminar a las personas que se desplazan entre conventos dominicos. Pero, ¿qué me dice de los jóvenes que han dejado la Orden durante los últimos diez años? ¿Podría averiguar si alguno dijo que acababa de heredar?

Pelly se encogió de hombros con desdén.

– Supongo, pero no me gustaría hacerlo. Cuando Stephen dice que la vida religiosa no les conviene, no se refiere a la falta de lujo. Hacemos una cuidada selección de nuestros aspirantes antes de dejarles convertirse en novicios. Creo que habríamos detectado a un tipo que fuera capaz de robar.

El padre Carroll se unió a nosotros en aquel momento. El refectorio estaba vaciándose. Grupos de hombres se quedaban charlando junto a la puerta, algunos mirándome. El prior se volvió hacia los hombres que permanecían aún en nuestra mesa.

– ¿No tienen exámenes la semana que viene? Puede que debieran ponerse a estudiar.

Se levantaron un poco avergonzados y Carroll se sentó en uno de los asientos vacíos.

– ¿Avanza algo?

Pelly frunció el ceño.

– Hemos avanzado desde unas fuertes acusaciones a la Iglesia en general hasta un ataque concentrado a los jóvenes que abandonaron la Orden durante la pasada década. No es precisamente lo que hubiera esperado de una jovencita católica.

Levanté una mano.

– No, padre Pelly. No soy ninguna jovencita, ni soy católica… Estamos en un punto muerto. Tendré que hablar con Derek Hatfield y ver si comparte las ideas del FBI conmigo. Lo que necesitan es encontrar a alguien con una cuenta bancaria secreta. Quizá uno de sus hermanos, puede que mi tía. Aunque si ella robó el dinero, desde luego no es para gastárselo en sí misma. Vive muy frugalmente. Quizá, sin embargo, sea fanática de alguna causa de la que no sé nada y robó para apoyarla. Lo cual puede ser igualmente posible en el caso de cualquiera de ustedes.

Rosa como una secreta Torquemada era una idea que me atraía, pero no tenía ninguna prueba real de ello. Era difícil imaginársela preocupándose por alguien; menos aún robando por alguien.

– Como procurador, padre Pelly, puede que sepa usted si las acciones fueron autentificadas alguna vez. Si no se hizo cuando llegaron a sus manos, puede que hubieran sido siempre falsas.

Pelly negó con la cabeza.

– Nunca se nos ocurrió. No sé si éramos demasiado ingenuos como para manejar valores, pero no nos pareció que fuera necesario.

– Puede que no -asentí. Les pregunté a él y a Jablonski algunas cosas más, pero ninguno de los dos me sirvió de mucha ayuda. Pelly parecía seguir molesto conmigo por lo de la Iglesia y la política. Como había agravado mi pecado no siendo católica, sus respuestas eran gélidas. Incluso Jablonski lo comentó.

– ¿Por qué estás tan antipático con la señorita Warshawski, Gus? No es católica. Ni tampoco lo es el ochenta y cinco por ciento de la población del mundo. Eso debería hacernos ser más caritativos, no menos.

Pelly volvió su fría mirada hacia él y Carroll señaló:

– Dejemos la crítica de grupo para el capítulo, Stephen.

Pelly dijo:

– Lo siento si parezco antipático, señorita Warshawski. Pero este asunto es muy preocupante, especialmente al haber sido yo el procurador desde hace ocho años. Y me temo que mis experiencias en Centroamérica me hacen muy sensible a las críticas acerca de la Iglesia y la política.

Parpadeé unas cuantas veces.

– ¿Por qué sensible?

Carroll intervino de nuevo.

– Dos de nuestros sacerdotes fueron asesinados a tiros en El Salvador la primavera pasada; el gobierno sospechó que encubrían a unos rebeldes.

No dije nada. Si la Iglesia trabajaba para los pobres, como en El Salvador, o apoyaba al gobierno, como en España, para mí no dejaba de ser meterse en política. Pero no parecía correcto seguir con la discusión.

Jablonski pensaba de otro modo.

– Basura, Gus, y tú lo sabes. Sólo estás molesto porque el gobierno y tú no os podéis ver. Pero si tus amigos se lo montasen bien, sabes perfectamente que la Hermandad de Santo Tomás podría tener aliados muy poderosos. -Se volvió a mí-. Ése es el problema con las personas como usted y como Gus, señorita Warshawski; cuando la Iglesia está de su parte, ya esté luchando contra el racismo o la pobreza, es que es sensible, no política. Cuando se pone en contra de la posición de uno, entonces es política y no lleva a nada bueno.