Derek Hatfield fue aún menos cooperador. La sugerencia de que al menos retuviese a O'Faolin durante cuarenta y ocho horas se encontró con un rechazo gélido. Como solía ocurrir en mis encuentros con Derek, terminé la discusión con una observación grosera. Es decir, yo hice una observación grosera y él colgó. Que es lo mismo, la verdad.
Una conversación con Freeman Cárter, mi abogado, fue más aprovechable. Era tan escéptico como Bobby o Derek, pero al menos trabajaba para mí y me prometió conseguir unos cuantos nombres… a cambio de ciento veinticinco dólares la hora.
– Estaré en el convento -prometió Murray.
– No es que quiera faltarte al respeto, pero preferiría una docena de hombres con revólveres.
– Recuerde, señorita Warshawski: la pluma es más poderosa que el lápiz -dijo Murray siniestramente.
Me reí sin ganas.
– Lo grabaremos -prometió Murray-. Y llevaré a alguien con una cámara.
– Será útil… ¿Y te llevarás al tío Stefan a casa contigo?
Murray hizo una mueca.
– Sólo si pagas mi funeral cuando Lotty descubra lo que he hecho -conocía a Lotty lo bastante como para saber el genio que tenía.
Miré el reloj y me excusé. Eran casi las seis, la hora a la que tenía que llamar a Freeman a su club antes de que se marchase a una cita para cenar.
Sal me dejó usar el teléfono del cubículo que ella llama su oficina, una habitación sin ventanas que está detrás de la barra con un espejo que mira hacia el suelo. Freeman fue tajante y breve. Me dio dos nombres, el del abogado de la señora Paciorek y el de su broker. Y, en efecto, el broker había llevado a cabo una transacción de doce millones de dólares para que Corpus Christi comprase acciones de Ajax.
Silbé para mis adentros cuando Freeman colgó. Valían la pena los ciento veinticinco dólares. Volví a mirar el reloj. Tenía tiempo para hacer una llamada más, esta vez a Ferrant, que estaba aún en las oficinas de Ajax.
Parecía más cansado que nunca.
– Hablé hoy con la directiva y traté de convencerles de que me encontrasen un sustituto. Necesitan a alguien que domine las operaciones aseguradoras, o todo esto se irá al infierno y no quedará nada que adquirir. Toda mi energía se va en reuniones con águilas legales y brujos financieros y no tengo tiempo de hacer lo único que sé hacer bien: operaciones bursátiles de compañías de seguros.
– Roger, creo que tengo una salida para el problema. No quiero decirte lo que es, porque tendrías que decírselo a tu socio y a la directiva. Puede que no funcione, pero si lo sabe demasiada gente, no funcionará seguro.
Roger se quedó pensándolo. Cuando volvió a hablar, su voz tenía más energía.
– Sí. Tienes razón. No te presionaré… ¿Podría verte esta noche? ¿Para cenar quizá?
– Una cena muy tardía. ¿Hacia las diez?
Le venía muy bien; iba a estar encerrado con águilas y brujos durante unas cuantas horas más.
– ¿Puedo decirles que quizá tengamos una solución cerca?
– Mientras no les digas quién te lo ha dicho…
Cuando volví a la mesa, Murray me había dejado una breve nota arrancada de su cuaderno, informándome de que se iba a hablar con Gil para intentar meter aquello en la última edición.
La única ventaja que tenía el Toyota alquilado sobre mi pequeño Omega era que la calefacción funcionaba. Enero se deslizaba hacia febrero sin ningún cambio visible en el tiempo. El termómetro había caído a bajo cero el día de Año Nuevo y no había vuelto a subir desde entonces. Mientras salía del garaje subterráneo y giraba hacia Lake Shore Drive, el coche se calentó lo bastante como para que pudiera quitarme la chaqueta.
Al salir a Half Day Road, me preguntaba si sería prudente ir en el coche hasta la puerta delantera de la casa de los Paciorek. ¿Y si el doctor Paciorek estaba compinchado con O'Faolin para acabar conmigo? Eso podría salvar la reputación de su esposa. ¿Y si O'Faolin le golpeaba con un crucifijo y me disparaba?
El doctor me recibió a la puerta con el rostro grave y arrugado. Parecía como si no hubiese dormido desde que le dejé la noche anterior.
– Catherine y Xavier están en el cuarto de estar. No saben que estás aquí. Pensé que Xavier no se quedaría si sabía que ibas a venir.
– Seguramente.
– Le seguí por el familiar pasillo hasta el cálido cuarto de estar.
La señora Paciorek estaba sentada, como de costumbre, junto al fuego. O'Faolin había acercado una silla de respaldo recto al sofá en el que ella se sentaba. Cuando el doctor Paciorek y yo entramos, miraron hacia la puerta y dieron sendos respingos.
O'Faolin se puso de pie y se acercó a la puerta. Paciorek extendió un brazo, fuerte por haber abierto a tanta gente a lo largo de los años, y le empujó otra vez hacia el interior de la habitación.
– Tenemos que hablar -su voz había recobrado su firmeza-. Tú y Catherine no me habéis aclarado nada; Victoria podrá ayudarnos.
O'Faolin me lanzó una mirada que me encogió el estómago. Odio y destrucción. Intenté dominar la furia que me embargó al verle: el hombre que había tratado de dejarme ciega, que quemó mi casa. No era el momento de estrangularle, pero me dieron verdaderas ganas.
– Buenas noches, arzobispo. Buenas noches, señora Paciorek -me gustó oír mi voz saliendo sin vacilaciones-. Hablemos de Ajax, de Corpus Christi y de Agnes.
O'Faolin también se había dominado.
– Temas de los que sé muy poco, señorita Warshawski.
La voz sin acentos era altanera.
– Xavier, espero que tenga usted un confesor con mucha influencia.
Entrecerró los ojos un poco, no sé si por mi uso de su nombre de pila o por la acusación.
– ¿Cómo te atreves a hablar así al arzobispo? -escupió la señora Paciorek.
– Me conoces, Catherine; lo bastante valiente como para intentar cualquier cosa. Todo se consigue con la práctica.
El doctor Paciorek levantó las manos conciliador.
– Ahora que ya se han insultado todos, ¿podemos ponernos a hablar en serio? Victoria, la noche pasada hablaste de la conexión entre Corpus Christi y Ajax. ¿Qué pruebas tienes?
Rebusqué en mi bolso y saqué la grasienta fotocopia de la carta de Raúl Díaz Figueredo a O'Faolin.
– Creo que lo que tengo en realidad es la prueba de la participación de O'Faolin en la adquisición encubierta de Ajax. Lee usted en español, ¿verdad?
El doctor asintió en silencio y le tendí la fotocopia. Él la leyó con atención, varias veces, y luego se la mostró a O'Faolin.
– ¡Así que fue usted! -silbó.
Me encogí de hombros.
– No sé a qué se refiere, pero sé que esta carta demuestra que sabía usted que Ajax era el objetivo mejor, si no el más fácil, para ser adquirido encubiertamente. Cogió usted mil millones de dólares del capital del Banco Ambrosiano colocado en bancos panameños. No puede usted utilizarlo; si retira el dinero y se pone a gastarlo, el Banco de Italia se echaría sobre usted como leones sobre un antiguo cristiano.
»Así que se acordó usted de Michael Sindona y el Francklin National Bank y se dio cuenta de que lo que necesitaba era una institución financiera americana para blanquear el dinero a través de ella. Y una compañía de seguros es mejor que un banco en muchos sentidos porque se pueden disimular mucho más las jugadas. Figueredo consiguió que alguien se enterase del capital disponible de las compañías. Pienso que les gustó Ajax porque está en Chicago. Los chicos de finanzas no ven nada cuando las cosas ocurren fuera de la ciudad de Nueva York. Les lleva demasiado tiempo averiguarlo todo. ¿Me ocurrirá a mí también?
Catherine se había puesto bastante pálida. Su boca se había convertido en una línea delgada. O'Faolin, sin embargo, estaba tan tranquilo, sonriendo con desprecio.