A través de la celosía veía a los sacerdotes formando un gran semicírculo alrededor del altar. Pelly y O'Faolin estaban juntos; Pelly bajito y atento y O'Faolin alto y seguro de sí mismo: el ejecutivo jefe en una excursión de la oficina. O'Faolin llevaba una sotana negra en lugar del hábito blanco de los dominicos. No formaba parte de la Orden.
La comunidad en fila pasaba junto a nosotros para recibir la comunión. Cuando la tiesa espalda y el pelo acerado de Rosa pasaron a nuestro lado, empujé suavemente al tío Stefan. Nos levantamos al mismo tiempo y nos unimos a la procesión.
Una media docena de curas distribuía las hostias. En el altar la procesión se dividía cuando la gente se dirigía al cura con menos comulgantes ante él. El tío Stefan y yo nos colocamos detrás de Rosa para ir hacia el arzobispo O'Faolin.
El arzobispo no miraba los rostros de la gente. Había ejecutado ese ritual tantas veces que su mente estaba lejos de la benevolente superioridad de su cara. Rosa se volvió para ir de nuevo hacia su asiento. Me vio cerrándole el camino y dio un grito ahogado. Eso trajo bruscamente a O'Faolin al presente. Su mirada de asombro se trasladó de mí al tío Stefan. El grabador me agarró la manga y dijo en voz alta:
– ¡Victoria! Ése fue el cómplice del que me apuñaló.
El arzobispo dejó caer el copón. Sus ojos relucieron.
– Está usted muerto. Que Dios me ayude, ¡si está usted muerto!
Brilló un flash. Cordelia Hull trabajando. Murray, sonriendo, nos tendió un micrófono.
– ¿Algún otro comentario para la posteridad, arzobispo?
Para entonces, la misa se había detenido completamente. Uno de los jóvenes hermanos más espabilados se precipitó a recuperar las hostias caídas por el suelo antes de que las pisaran. Los pocos comulgantes que quedaban estaban con la boca abierta. Carroll se encontraba junto a mí.
– ¿Qué significa esto, señorita Warshawski? Esto es una iglesia, no un circo romano. Saque a estos periodistas para que podamos terminar la misa. Luego me gustaría verla en mi oficina.
– Desde luego, padre prior -sentía la cara roja pero hablé con calma-. Me gustaría que trajese también al padre Pelly. Y Rosa estará allí. -Mi tía, inmóvil a mi lado, comenzó entonces a moverse hacia la puerta. Sujeté su brazo delgado como un alambre lo bastante fuerte como para hacerle dar un respingo-. Vamos a hablar, Rosa, así que no intentes marcharte.
O'Faolin empezó a justificarse con Carroll.
– Está loca, padre prior. Ha sacado de no sé dónde a un anciano para acusarme. Cree que he intentado matarla y me ha estado persiguiendo desde que llegué al convento.
– Eso es mentira -saltó el tío Stefan-. No sé si este hombre es un arzobispo o no. Pero que robó mis acciones y vino con un canalla que intentó matarme, de eso estoy seguro. ¡Escúchenle ahora!
El prior levantó los brazos.
– ¡Ya es suficiente! -No hubiera imaginado que una voz tan suave pudiese tener tanta autoridad-. Estamos aquí para honrar al Señor. Esas acusaciones son una burla a la Eucaristía. Arzobispo, tendrá oportunidad de hablar. Más tarde.
Llamó a la congregación al orden y pronunció una concisa homilía acerca de cómo el demonio puede estar a nuestro lado para tentarnos incluso a las mismas puertas del cielo. Sujetando aún a Rosa, me trasladé del centro de la capilla hacia un lateral. Mientras la congregación oraba, vi cómo O'Faolin se dirigía hacia una salida que estaba tras el altar. Pelly, de pie junto a él, parecía hecho polvo. Si se marchaba ahora con O'Faolin, hacía una declaración pública de su complicidad. Si se quedaba atrás, el arzobispo nunca le perdonaría. Su rostro móvil e intenso dejaba traslucir las contradicciones que pasaban por su mente con una claridad de pantalla electrónica mostrando las cotizaciones en bolsa. Al final, con las mejillas llenas de rubor, se unió a sus hermanos en el rezo final y salió en silencio junto a ellos de la capilla.
Tan pronto como Carroll estuvo fuera de la vista, la congregación estalló en una serie de comentarios en voz alta. Por encima del jaleo, escuché para oír un sonido diferente. Éste no llegó.
Rosa empezó a murmurar invectivas contra mí en tono bajo.
– Aquí no, tiíta querida. Ahórratelo para el despacho del padre prior. -Con Stefan y Murray pisándome los talones, guié con firmeza a mi tía por entre la multitud bulliciosa hacia la puerta. Cordelia se quedó atrás para hacer unas cuantas fotos de grupo.
Pelly estaba sentado con Carroll y Jablonski. Rosa empezó a decir algo cuando le vio, pero él hizo un movimiento negativo con la cabeza y ella se calló. Qué poder. Si seguíamos todos vivos al final de la sesión, le contrataría para que cuidara de ella.
Tan pronto como estuvimos sentados, Carroll quiso saber por qué el tío Stefan y Murray estaban allí. Le dijo a Murray que podía quedarse con la única condición de que nada de lo que se dijese fuese grabado ni escrito. Murray se encogió de hombros.
– Entonces no tiene sentido que me quede.
– Traté de que Xavier se uniese a nosotros, pero se está preparando para marcharse al aeropuerto y se niega a decir nada. Quiero una explicación ordenada por parte del resto de ustedes. Empezando por la señorita Warshawski.
Hice una respiración profunda. Rosa dijo:
– No la escuche, padre. No es más que una rencorosa…
– Espere su turno, señora Vignelli -Carroll hablaba con una autoridad tal que Rosa se sorprendió a sí misma callándose.
– Esta historia tiene sus raíces hace treinta y cinco años en Panamá -dije a Carroll-. En aquel tiempo, Xavier O'Faolin era un sacerdote que trabajaba en los arrabales. Era miembro de Corpus Christi y un hombre de enorme ambición. Catherine Savage, una joven idealista con una vasta fortuna, se unió a Corpus Christi persuadida por él y donó la mayor parte de su dinero a un trust para provecho de Corpus Christi.
«Conoció y se casó con Thomas Paciorek, un joven doctor que hacía el servicio militar. Pasó cuatro años más en Panamá y se preocupó por crear un seminario donde los dominicos pudieran continuar el trabajo que ella y O'Faolin habían empezado a favor de los pobres.
Al ir adentrándome en mi historia, comencé a sentirme relajada al fin. Mi voz salía sin un temblor y la respiración volvía a ser normal. No quitaba la vista de encima a Rosa.
– Hacia el final de su estancia en Panamá, un joven llegó al convento de Santo Tomás, compartiendo su pasión y su idealismo. Como es evidente, éste era Augustine Pelly. El también se unió a Corpus Christi. Él también cayó bajo la influencia de Xavier O'Faolin. Cuando las ambiciones y la agudeza de O'Faolin le llevaron a conseguir una acomodada posición en Roma, Pelly le acompañó y le sirvió de secretario durante varios años… No fue una actividad muy típica para un fraile dominico.
»Cuando volvió junto a sus hermanos, en Chicago esta vez, conoció a la señora Vignelli, otra alma ardiente, aunque amargada. Ella también se unió a Corpus Christi. Aquello daba cierto sentido a una vida de otro modo estéril.
Rosa hizo un gesto de rabia.
– Y si es estéril, ¿de quién es la culpa?
– Llegamos a eso en seguida -dije fríamente-. El siguiente incidente importante en esta historia tiene lugar tres años antes, cuando Roberto Calvi, empujado por sus propios demonios internos, creó unas cuantas sucursales en Panamá del Banco Ambrosiano, utilizando más de mil millones de dólares del capital del banco. Cuando murió ese dinero había desaparecido completamente. Seguramente no sabremos nunca para qué lo quería utilizar. Pero lo que sí sabemos es dónde está ahora la mayoría.
Mientras hacía una somera descripción de las transacciones entre Figueredo y O'Faolin, y el esfuerzo por adquirir fraudulentamente Ajax, seguía intentando oír determinados ruidos de fondo. Eché un vistazo al reloj. Las seis. Seguramente…
– Esto me lleva hasta las falsificaciones, padre prior. Estoy segura de que jugaron un papel en la adquisición. Pues fue para detener mi investigación por lo que O'Faolin contrató a un siniestro matón llamado Walter Novick. Le mandó echarme ácido encima y quemar el edificio de mi apartamento. La verdad es que fue pura suerte el que siete personas no murieran a causa de la manía por detener la investigación acerca de las falsificaciones.