»Lo que me confunde es el papel de Rosa y el que jugó su hijo, Albert. Sólo me queda pensar que Rosa no supo que las falsificaciones las había puesto en la caja fuerte alguien de Corpus Christi hasta después de llamarme a mí para que investigara. De repente, y con una humildad muy poco característica en ella, intentó apartarme del caso.
Rosa no se pudo contener más.
– ¿Por qué te pediría ayuda? ¿No sufrí ya bastante en manos de esa puta que se llamaba a sí misma tu madre?
– Rosa -era Pelly-. Rosa, cálmese. No hace ningún favor a la Iglesia con esas acusaciones.
Rosa ya estaba más allá de su influencia. El demonio que había amenazado su cordura dos semanas antes volvía a estar junto a ella.
– Yo la acogí. ¡Oh, qué traicionada me sentí! La dulce Gabriela. La hermosa Gabriela. La inteligente Gabriela -su rostro se contrajo en una amarga mueca-. Oh, sí, el encanto de la familia. ¿Sabes lo que hizo la maravillosa Gabriela? ¿Tuvo alguna vez la valentía de decírtelo? Claro que no, la puta asquerosa.
»Vino a mí. La acogí con todo el cariño. ¿Y cómo me lo agradeció? Mientras trabajaba hasta agotarme para ella, ella sedujo a mi marido. Si yo me hubiera divorciado, él se habría llevado a mi hijo. Me hubiera mantenido. Sólo para que le dejara vivir con su dulce e inteligente Gabriela.
Le caía baba de los labios. Todos nos quedamos allí sentados, incapaces de pensar en nada que pudiera detenerla.
– Así que la eché a la calle. ¿Quién no lo hubiera hecho? Le hice prometer que desaparecería sin dejar huella. Sí, al menos tuvo esa vergüenza. ¿Y qué hizo Cari? Se pegó un tiro. Se pegó un tiro por culpa de una puta de la calle. Me dejó sola con Albert. ¡Esa puta sinvergüenza!
Gritaba cada vez más fuerte, repitiéndose. Me precipité al pasillo en busca de un lavabo. Al salir dando traspiés, sentí el brazo de Carroll sosteniéndome, guiándome hacia una minúscula habitación oscura con un fregadero. No podía hablar, no podía pensar. Jadeando, intentando tragar aire, recreando imágenes de Gabriela. Su rostro hermoso y mágico. ¿Cómo pudo pensar que mi padre y yo no la íbamos a perdonar?
Carroll me secó la cara con toallas frías. Desapareció unos minutos y volvió con una taza de té verde. Me lo tragué agradecida.
– Necesito terminar esta conversación -dijo-. Necesito descubrir por qué Augustine hizo lo que hizo. Pues tuvo que ser él el que puso las falsificaciones en la caja fuerte. Su tía no es más que una criatura lamentable. ¿Será usted capaz de ser lo bastante fuerte como para no olvidarse de eso y ayudarme a acabar con esta historia lo más rápido posible?
– Oh, sí -mi voz estaba ronca de vomitar-. Sí. -Me asustó mi propia debilidad. Si alguna vez podía olvidar aquel día… Y cuando antes acabara, antes podría intentar olvidarlo. Me incorporé y me solté del brazo de Carroll. Le seguí al estudio.
Pelly, Murray y Stefan seguían aún allí. Desde el interior del despacho trasero cerrado del prior, los gritos de Rosa salían en un torrente insoportable.
El tío Stefan, pálido y tembloroso, se apresuró a acudir a mi lado y empezó a murmurarme palabras consoladoras en alemán. Creí oír la palabra «chocolate» y sonreí a mi pesar.
Murray le dijo a Carrolclass="underline"
– Jablonski está ahí dentro con ella. Ha llamado a una ambulancia.
– Muy bien. -Carroll nos trasladó a la pequeña habitación en la que me había preparado el té. Pelly apenas podía andar. Su rostro habitualmente moreno estaba pálido y sus labios no dejaban de moverse sin decir nada. El demencial estallido de Rosa había destruido los restos de su autodominio. La historia que contó a Carroll confirmó mis deducciones.
O'Faolin había visto a Pelly en Santo Tomás el invierno anterior y le había dicho que necesitaban que Corpus Christi comenzase a comprar acciones de Ajax. Pelly no supo la razón hasta más tarde; estaba acostumbrado a hacer lo que le decía el arzobispo. En el otoño, O'Faolin le dijo que no estaban comprando lo bastante deprisa y metió en el asunto a la señora Paciorek. Pelly, ansioso por demostrar su celo, pensó en las acciones de la caja fuerte del convento. Escribió a O'Faolin, exagerando la cuantía de su valor y diciendo que necesitaría cierta cobertura para ocultar su desaparición. Unas semanas más tarde, recibió una llamada de un socio de don Pasquale que llegó con las falsificaciones. Pelly las sustituyó por las auténticas. Después de todo, las acciones no se utilizaban desde hacía más de una década. Había bastantes posibilidades de que la compra de Ajax se hubiera realizado antes de que nadie se diese cuenta de la desaparición.
Por desgracia, él estaba fuera de la ciudad cuando el capítulo decidió vender las acciones para construir un tejado nuevo. Cuando volvió de su retiro anual en Panamá, encontró al convento revolucionado y a Rosa expulsada de su puesto de tesorera. Llamó a Rosa y le dijo que me despidiera y que Corpus Christi sabía todo lo de las falsificaciones y que la protegería.
– Xavier vino a Chicago unos días más tarde -murmuró miserable, incapaz de mirarme ni a mí ni a Carroll-. Él… él se hizo cargo de todo en seguida. Estaba furioso porque yo hubiese permitido que surgiese tanta publicidad alrededor de las falsificaciones, sobre todo porque dijo que la cantidad era mínima en comparación con lo que él necesitaba. Además estaba molesto porque… porque Warshawski seguía metiendo las narices en el asunto. Me dijo que iba a realizar la adquisición y que… y que iba a asegurarse de que ella lo dejara. Supuse que sería católica, ya sabe, por lo de Warshawski, y que un arzobispo la convencería. No sabía lo del ácido. Ni lo del incendio. Vamos, no hasta mucho más tarde.
– La investigación del FBI… -grazné-. ¿Cómo pudo poner O'Faolin freno a eso?
Pelly sonrió con maldad.
– Él y Jerome Farber son buenos amigos. Y la señora Paciorek, claro. Entre todos tienen mucha influencia en Chicago.
Nadie habló. Más allá del pesado silencio, oímos las sirenas de la ambulancia de Rosa.
El rostro de Carroll, tenso y apenado, impedía cualquier comentario.
– Augustine; hablaremos más tarde. Vaya a su habitación y medite. Tendrá que hablar con el FBI. Después no sé lo que ocurrirá.
Mientras Pelly se envolvía en toda la dignidad que pudo, oí el sonido que había estado esperando. Un rugido sordo, una explosión sofocada por la distancia y los muros de piedra.
Murray me miró con viveza.
– ¿Qué ha sido eso?
Él y Carroll se levantaron y miraron confundidos hacia la puerta. Yo me quedé donde estaba. Unos minutos más tarde, un hermano joven de cabello rojo llegó jadeando y se precipitó dentro de la habitación. La parte delantera de su hábito blanco estaba manchada de ceniza.
– ¡Padre prior! -gritó precipitadamente-. ¡Padre prior! Será mejor que venga. A la verja de entrada. ¡Rápido!
Murray siguió al prior fuera de la habitación. Una historia que podría contar. No sabía qué habría pasado con Cordelia Hull y su cámara, pero seguro que no andaban muy lejos.
El tío Stefan me miró titubeando.
– ¿Vamos, Victoria?
Negué con la cabeza.
– No a menos que tenga interés por lugares en los que ha explotado una bomba. Alguien acaba de colocar una bomba activada a distancia en el coche de O'Faolin.
Pedí a Dios que estuviera solo y que no fuera con él ningún hermano. Sí, arzobispo. Nadie tiene suerte siempre.
Capítulo 28. El mito de Ifigenia
Ferrant se marchó a Inglaterra el día del deshielo. Se había quedado el tiempo suficiente como para instalar a un vicepresidente adecuado para riesgos especiales en Ajax. El tiempo suficiente como para ayudarme a amueblar mi nuevo apartamento.