Sin embargo, aún con la venta de la casa no pudieron salvar Construcciones O'Connor.
– ¿Dónde conseguiste esto? -preguntó Casey a Philip mirándolo.
– Lo enviaron los arquitectos. Era necesario hacer algunos cambios estructurales -le mostró el plano, pero ella no tuvo necesidad de mirar. El sonrió con aire triunfal-. Lo mejores que tendrás toda la libertad, Casey. Nada de interferencias. Quienquiera que sea el cliente ha visto tu trabajo y le gustó. Quiere que lo hagas para él -rió y se frotó las manos antes de repetir con alegría-: ¡Ninguna interferencia!
Casey mordió su labio inferior. Sería fácil. Los diseños estaban listos y en el cajón de su escritorio. Si jamás iba a vivir allí, sería algo muy especial ver cómo sus ideas cobraban vida; hacer de Annisgarth lo que soñó que sería.
Le demostraría a Gil que él no era el único que sabía de los negocios. Además, en sus circunstancias actuales no podía darse el lujo de ser sentimental.
– ¿Cuál es el precio? -preguntó.
– Generoso -le dijo la suma y ella estuvo de acuerdo.
– Tengo que ira mi oficina, Philip. Vendré mañana temprano para mostrarte mis diseños.
– ¿No quieres ver primero la casa? -preguntó él asombrado.
– La conozco de memoria. Nos veremos mañana.
– No se te olviden las medidas de tus cortinas y los forros.
(Efe hizo un ademán de adiós con la mano, e hizo el esfuerzo de caminar hasta la plaza georgiana donde estaba Construcciones O'connor, oficinas que ahora pertenecían a Gil Blake. Como era la hora del almuerzo, con suerte podría entrar y salir sin encontrar a alguien, incluyendo a su marido; suponiendo que no estaría todavía ocupado en otros asuntos.
– Hola señorita… lo siento, señora Blake -la saludó y le sonrió la recepcionista-. Aquí tengo su correspondencia.
– Gracias Jane. Podías haberla dejado en mi oficina.
– No. Ya… -pero Casey ya iba camino a la escalera revisando los sobres del correo. No había ninguno importante y abrió la puerta de su oficina para dejarlo en su escritorio. Sólo que no había lugar allí; estaba escondido bajo los montones de expedientes recién desempacados de las cajas de cartón que cubrían el suelo. Su mesa de dibujo estaba doblada y recargada contra la pared, y el armario para los planos había desaparecido. La recepcionista llegó corriendo tras ella-. Traté de advertírselo, señora Blake.
– ¿Advertirme? -vio alrededor-. Sí. Será mejor que alguien me explique todo esto. ¿Qué demonios está pasando aquí?
– La asistente personal del señor Blake ocupará esta suite de oficinas desde ahora en adelante. Quiero decir, usted ya no va a trabajar, ¿verdad? -¡La asistente personal!-exclamó.
– ¿Tienes alguna objeción? -era Gil quien preguntaba con frescura-. El timbre del teléfono sonó; será mejor que vaya a contestar -le ordenó a la recepcionista. La chica desapareció con rapidez, dejándolos frente a frente.
– Está es mi oficina, Gil -dijo Casey, tratando de mantener controlado el tono de su voz.
– Esta era tu oficina, Casey. Tu padre podía dejar que utilizaras una de las oficinas más caras de todo Melchester gratis, pero claro, ya ambos sabemos lo que fue. Yo, por el contrario, no intento actuar como sociedad de beneficencia. Soy un hombre de negocios.
Ella se enfureció. Era verdad que no pagaba renta por su oficina pero lo recompensaba trabajando en la de dibujo cuando no estaba ocupada en decoración. Sin embargo, se contuvo de emitir la furiosa respuesta que pensó. Necesitaba su oficina y un enfrentamiento con Gil no era la mejor manera de conseguirla.
– Me acaban de ofrecer un trabajo a comisión muy bien pagado y necesito donde laborar ahora mismo -añadió con toda la calma que pudo. Una desganada aprobación arrugó los ojos de Gil en una sonrisa.
– Estás aprendiendo rápido, Casey. La primera regla en los negocios… jamás permitir que el otro adivine lo que estás pensando -luego se encogió de hombros-. De todas maneras, no puedo ayudarte. A menos que estés dispuesta a pagar el espacio a su precio en el mercado -ella abrió la boca y la volvió a cerrar-. ¿No? Bueno, tan pronto como encuentres algo que te acomode avísame para enviarte los muebles de tu oficina -la sonrisa se amplió en un gesto-. No te cobraré por ese servicio.
– ¡Qué generoso! -los ojos de Casey parecían lanzar chispas-. ¿Estás absolutamente seguro de que te puedes dar el lujo? ¡Me apenaría que dispusieras de un escritorio de veinte años de viejo que tu asistente personal pudiera necesitar!
– No estaban los objetos dentro de la oficina incluidos en el inventario cuando lo adquirí. Supuse que serían propiedades tuyas -se recargó en el marco de la puerta-. Además, pienso remodelar toda la suite de oficinas. La señora Foster está acostumbrada a mejores instalaciones.
– ¡Qué suerte de la señora Foster! ¡Obviamente eres mejor patrón que marido! -él dejó de sonreír y se marcaron las líneas blancas en sus mejillas cuando se acercó a ella.
– Quizá la señora Foster es mejor asistente personal que tú como esposa -en ese momento un empleado de dibujo pasó por la oficina y se asomó.
– ¡Hola, Casey! Qué gusto que ya estés aquí de nuevo -se detuvo como para charlar; pero una mirada al rostro de Gil lo desanimó y siguió su camino.
Casey estaba en un dilema. Ansiaba con toda su alma decirle a Gil que se podía ir al diablo con su oficina, los muebles y todo lo demás.
Pero necesitaba un sitio donde trabajar, de modo que se contuvo y cambió de táctica. Trató de sonreír.
– Gil, necesito dónde trabajar ahora mismo. No será por mucho tiempo -él le devolvió la sonrisa, interesado, y casi con la misma sinceridad.
– ¿Por qué no transformas la buhardilla en un despacho? Tienes suficiente lugar allá arriba.
– Es que yo…
– ¿Dime? -tenía un brillo amenazador en los ojos.
– Nada -de pronto tuvo la fuerte impresión de que él ya había adivinado cuáles eran sus planes para la buhardilla. Acondicionar su habitación privada con su propia cama.
– Me alegro. Te enviaré los muebles, ¿de acuerdo?
– Gracias -la joven hizo una media caravana-. Pero espera un poco, porque no sé con qué frecuencia pasan los camiones a estas horas del día -si esperaba avergonzarlo, se desilusionó.
– Recoge un horario en la estación de camiones. Te aseguro que te servirá -el miró su reloj-.Ahora, si me permites, tengo una cita en cinco minutos.
– Con mucho gusto -exclamó ella, cuando se volvió. El se detuvo y luego siguió hasta que ella escuchó que cerraba la puerta de su oficina de un portazo.
– ¿Todo en orden? -preguntó y sonrió la recepcionista cuando Casey se iba.
– Sí, todo en orden -respondió la chica forzando una sonrisa-. Adiós.
Regresó caminando al pueblo y dos horas más tarde llegó a Lady-Smith Terrace cargada de pinturas, brochas y bolsas llenas de comida. Abrió la puerta, jurándose que, a como diera lugar, le iba a quitar el Metro a Gil. Aunque sabía, se dijo mientras preparaba la taza de té que tanto ansiaba, que no le iba a servir de gran cosa su auto para cargar todas las cosas que iba a necesitar, tanto para Annisgarth como para Ladysmith Terrace.
Desempacó las compras y pensó en lo que prepararía para la cena. Un asado sería lo más indicado, ya que no sabía a qué hora llegaría Gil, si es que llegaba. Mondo, enardecida, una zanahoria, casi cortándose el pulgar, contó hasta diez, y siguió mondando las verduras un poco más calmada.
En vez de concederse el indudable placer de imaginar que la zanahoria era Gil, caviló sobre el escabroso problema del transporte. Estaba segura de qué necesitaría algún medio para trabajar y decidió que quizás una camioneta sería más práctica que el Metro. Gil podía quedarse con el auto si ella encontraba algo barato; le pediría un consejo a Philip, pues tenía la impresión de que Gil no la iba a ayudar.
Ya había aventajado bastante pintando el techo de la buhardilla cuando tocaron a la puerta y recordó que estaba esperando una entrega- El chofer y su ayudante cargaron el escritorio y la mesa de dibujo por la estrecha escalera, pero el armario de planos no pasó. Vació los cajones y lo envió de regreso a la oficina.