Estaba oscureciendo y ella ya estaba agotada, cuando escuchó que cerraban la puerta principal. El aroma de la comida se esparcía, recordándole que casi no había comido en todo el día.
– ¿Casey? -Gil subió por la escalera y se detuvo asombrado ante el cambio que ya había hecho en la buhardilla-. ¿Muy ocupada, eh?
– Extremadamente -respondió ella bajando el aplicador con cuidado y sin despegar la vista de su trabajo-. No necesito preguntarte lo mismo. Tú si que tuviste un día agitado, ¿no es cierto, Gil?
– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él entrecerrando los ojos.
– Nada. ¿Qué habría de querer decir? Es verdad, ¿o no?
– Es cierto -señaló los rollos de planos amontonados en un rincón-. ¿Por qué mandaste de regreso el armario?
– Pensé que lo necesitarías más que yo. Considéralo una donación al "negocio" -declaró ella concentrándose en una esquina. Lo miró con disimulo-. En realidad, no pasa por la escalera, y pensé que no le haría ningún favor a la decoración de la sala.
– Tienes razón. ¡Mmm! La cena huele bien.
– Ten cuidado con lo que dices, Gil Blake.
– ¿Es una amenaza? -preguntó él bromeando y acercándose a ella.
– No. Una promesa -ella se puso de pie. Había terminado al fin el segundo muro y dio unos pasos hacia atrás para examinar su trabajo-. Déjame lavar el aplicador y luego comemos.
Sostuvo el objeto con el brazo extendido frente a ella, y su mirada sugería que, si le importaba a él su traje, la discreción era la conducta indicada. El levantó las manos pretendiendo rendirse y bajó por la escalera antes que ella, mientras la joven se metía en la habitación.
Casey se lavó y envolvió en una toalla. Se detuvo en la puerta sorprendida al ver que Gil aún estaba allí.
– Encenderé la chimenea. Hace frío -sugirió él mirando la toalla con interés-. Te faltó un poco -le dijo.
– ¿Me faltó un poco? -le tocó él el cuello con las puntas de los dedos, desrizándolos hacia sus senos, sonriendo al ver que ella retrocedía nerviosa.
– Una gota de pintura -murmuró él y la siguió. Ella estaba de espaldas contra el lecho y sin poder escapar; se mantuvo rígida ante su decidido avance.
– Dijiste que ibas a encender la chimenea -logró recordarle con voz ronca, su corazón latía agriadamente, inmóvil por la atracción magnética de sus profundos ojos grises.
– Una gota de pintura -replicó él y se inclinó rápidamente a besar su pecho justo encima de la toalla. Irguió la cabeza y le sonrió-. Justo allí -ella abrió la boca para protestar, pero no supo qué decir-. ¿Ya sientes más calor? -bromeó él. Ella pasó saliva, consciente de que se estaba ruborizando-. Qué bueno. Voy a encender la chimenea. ¿O a lo mejor ya encendí el fuego?-no esperó su respuesta y ella se dejó caer en el lecho, sintiendo que no la sostenían las piernas.
¿Por qué no podía hacerlo? Dejar caer la toalla simplemente y permitir que Gil la tomara en sus brazos para satisfacer ese impulso pasional que despertaba en ella. Recordó la sensación de su cuerpo presionándola y reconoció que quería que la abrazara, que le dijera cuánto la deseaba.
¡Basta!, se regañó, y suspirando se forzó a recordar la escena en el hotel Melchester. No, por Dios. La había obligado a casarse con él y le rogaría que lo dejara en libertad. Quizá entonces ella cedería.
Los leños ardían echando chispas en la chimenea cuando ella bajó y Gil estaba recostado frente al fuego.
– ¿Un día muy pesado? -le preguntó ella con cargada ironía mientras él la seguía a la cocina; la chica sentía que le dolían todos los músculos.
– Demasiado-asintió él-. Tuve juntas toda la mañana. Un almuerzo de trabajo con el director del banco esta tarde.
Ella sirvió dos cucharones del asado de carnero con verduras en dos platos, y estuvo a punto de derramarlos recordando que ella había presenciado su almuerzo de trabajo.
– ¿Estás seguro de que podrás cenar? -preguntó ella con agresiva cal"13-• ^sos a,muerzos de trabajo pueden ser muy… copiosos.
– Este no. Sólo tomé una taza de café y un emparedado -ella lo miró por debajo de sus largas pestañas.
– Me imagino que no tuviste tiempo para más.
– Así es -replicó él elevando el tono de voz. Por un momento ella soportó su insistente escrutinio, consciente de que las mariposas habían invadido su abdomen. Luego él sonrió.
– Cuéntame acerca de ese trabajo que tanto te entusiasmó esta tarde -y la escuchó con atención mientras ella le explicó con poco detalle.
– ¿Así que conseguiste que te lo encargaran, ¿eh? Nosotros hemos estado haciendo las modificaciones en tus planos. Casi hemos terminado.
– ¿Usaron mis planos? -eso la había estado mortificando toda la tarde; sabía que algo andaba mal. Philip también tuvo sus planos. Miro a Gil-. Pero yo… -y mejor calló.
– ¿Dime?-la animó él.
– No, nada -ella movió la cabeza.
– No pudimos encontrar las copias fotostáticas -señaló él encogiéndose de hombros-. Fue un trastorno, pero las tenían en microfilm. Todo está copiado, ya lo sabes.
– Sí, claro. No lo había pensado.
– Debe ser herencia de familia. ¿Qué les hiciste a los planos?
– Yo… encendí una pequeña hoguera.
– ¿Una hoguera? -exclamó él con incredulidad. ¿Para qué?
– Fue algo simbólico. Un final. Eso es todo -y se concentró en la comida, rehusándose a mirarlo a los ojos. Gil bajó el tenedor al plato y se recargó en la silla mostrando amplia satisfacción.
– Será pesado trabajar en la casa que ibas a compartir con Hetherington. Tener que decorarla para que otras personas la habiten.
Capítulo 4
– Si no te hubieras precipitado tanto todavía sería tuya. No con él, claro. El no hubiera podido adquirirla, a menos que su madre estuviera dispuesta a poner el dinero -se inclinó adelante-. ¿Cómo te vas a sentir?, ¿lo has pensado?, decorando esa casa y teniendo que regresar a ésta. Regresar a mí -añadió con dureza.
Casey lo miró atónita ante la amargura en su voz. Michael nunca había estado en Annisgarth. Jamás había visto los planos. Cuando se dio cuenta de qué Gil era el único hombre con quien deseaba compartirla, se convenció de que no podía casarse con Michael.
Lo miró resuelta. Por algún motivo estaba disgustado y trataba de alterarla, con éxito, pero no se lo iba a demostrar.
– Soy una mujer de negocios, Gil. Ya sabes que en ello no hay lugar a sentimentalismos -Casey se puso de pie y colocó los platos en el fregadero, aferrándose luego al borde y mordiéndose los labios para controlar la oleada de emociones que habían encendido sus palabras. Trataba de pensar en ello como un albur de negocios, pero la realidad le iba a exigir todo el autocontrol de que era capaz. "De postre hay queso y fruta -logró decir con calma.
– ¿No hay pudín?
– Si quieres pudines tendrás que traer el horno de microondas.
– Eso no suena muy prometedor -murmuró él haciendo un gesto.
– No desaires lo que no has probado, joven – bromeó ella fingiendo una alegría que estaba muy lejos de sentir-. Soy muy buena para los pudines si tengo el horno. ¿Cuál es tu favorito? ¿Créme caramel? ¿Mousse de chocolate? ¿Mousse de limón? -se volvió y sonrió decidida a fingir que no estaba alterada. El se había acercado y estaba parado detrás de ella. Estiró la mano y le acarició la mejilla.
– Si fueras una buena esposa ya sabrías qué es lo que me gusta, ¿o no?, señora Blake.
– No te preocupes. Preguntaré. Te aseguro que no tendré que buscar mucho para encontrar quien me lo diga -se hizo a un lado, ocupada con las tazas, evitando darle la satisfacción de notar las lágrimas de ira que brotaban de sus ojos, a pesar de los esfuerzos por contenerlas-. Lo siento y tendrá que ser café instantáneo hasta que tenga el filtro.