– Pensaba de una vez escoger algo para la cocina -protestó débilmente cuando él arrancó el motor.
– Olvídalo, Casey. Ya tuviste mucha suerte para un día -declaró él con rostro inexpresivo-. Además, es hora de almorzar.
– Sí, mi amo. Claro, mi amo -bromeó ella-. ¿Y qué desearía su señoría para el almuerzo el día de hoy? ¿Lomo de venado… liebre en salsa… un asado de cisne?
– Un emparedado será suficiente, Casey. Saldremos a cenar esta noche.
– ¿Sí? ¿Adonde?
– Primero pensé en el Oíd Bell. Después de todo, allí fue donde te propuse matrimonio; me pareció lo más lógico.
– ¡No! -exclamó ella con tal énfasis que él se volvió para mirarla y luego sonrió con ironía.
– ¿No?; ¿no lo disfrutaste?
– No tengo la menor intención de recordar esa ocasión.
– Precisamente por eso pensé en algo muy diferente. Y mucho más divertido -con eso ella sintió un gran alivio.
Después del almuerzo, Gil sugirió que terminaran de limpiar la pequeña habitación. Casey estuvo de acuerdo.
– ¿No tienes otra cosa que hacer? ¿Ninguna cita? -le preguntó y él la contempló divertido.
– No es lo que más me gusta hacer, Catherine Mary Blake, puedes estar segura. Pero hasta que no descubras para qué están hechos los sábados en la tarde, ayudará mantenerme ocupado-Casey sonrió.
– No sabía que querías ir al fútbol, Gil. ¿Está el equipo de Manchester jugando aquí esta semana? -preguntó ella fingiendo inocencia-. Si quieres te acompaño con mucho gusto -él observó su reloj.
– Ya no llegaríamos a tiempo. Lo siento. Quizá la semana entrante…
– Me encantaría -replicó ella y miró sus manos-. Bueno, de nuevo a trabajar en el papel tapiz. Qué lástima -levantó la vista a tiempo para ver que él se acercaba de un modo que le indicó que lo mejor era salir de ahí. Subió corriendo por la escalera y cuando él la alcanzó ya estaba raspando el tapiz de la pared con tal determinación que no pudo interrumpirla.
– Si no piensas decirme adonde me vas a llevar -declaró Casey parada con solo medias y fondo, y las manos en las caderas-, al menos deberías sugerirme cómo debo ir vestida.
– No muy elegante -respondió él encogiéndose de hombros.
– Oh, gracias. Eres una gran ayuda -exclamó ella abriendo la puerta del closet. El, todavía en bata, se recostó en la cama. Ella le dio la espalda tratando de concentrarse en escoger un vestido, consciente del deseo de entrelazar sus dedos entre los rizos en la nuca de él, quitar el cinturón de su bata y acostarse encima.
– ¿Qué tal ese pequeño numerito que usaste en el Bell? -le preguntó Gil-. Quedaría bien.
– Eso quiere decir que voy a ser parte de la función -señaló ella sin despegar la vista de la ropa-.Cada vez me gusta menos tu invitación.
– No me contestaste.
– Lo regalé para una subasta -respondió ella levantando la voz.
– Qué lástima -él se incorporó y repasó el guardarropa, luego sacó un fino vestido de jersey de lana rojo, de corte sencillo, pero favorecedor- Este te quedará muy bien.
– Si querías que usara éste, ¿por qué no me lo dijiste y ya? -preguntó ella quitándole el gancho.
– Es más divertido así. Me gusta verte enfadada. Aparece el rubor en tus mejillas. Aquí. Y aquí -le rozó con cuidado las mejillas con el pulgar.
– Harán juego con el vestido, ¿no crees? -dijo ella poniéndoselo y luego dándole la espalda para que él subiera el cierre. El lo hizo muy despacio, cosquilleándole la espina dorsal con los dedos. Luego hizo a un lado los mechones de cabello que cayeron en su nuca al hacerse un moño.
– ¿Todavía no acabaste? -preguntó la joven con impaciencia.
– No -murmuró él con las manos en el cierre, manteniéndola cautiva; lentamente se inclinó y le besó la nuca. Antes de que ella intentara moverse la tomó por la cintura y la apretó contra él, haciéndole sentir la pasión que le brotaba en ese momento.
– ¿Qué se siente, Casey, saber que me haces esto? -le susurró con voz ronca.
La atemorizaba. Estaba atemorizada por la urgente necesidad que sentía en él. Y atemorizada por la falta de decisión para responder, dejando que su cuerpo reaccionara con naturalidad. Gil deslizó sus manos hasta encontrar, tras la fina tela del vestido, sus pechos sensitivos, orgullosos y deseosos de la caricia. El acercó los labios a su oído y le susurró:
– ¿Por qué no me pides que te haga el amor, Casey? Sabes que eso es lo que quieres.
– ¡ No! -ella se liberó y se volvió hacia él, viendo el reflejo del deseo en la sombra de sus ojos grises y el rubor en sus mejillas. Durante un largo momento se miraron,-luego Gil se encogió de hombros.
– Será mejor que me esperes abajo. No me tardo -la empujó y le dio la espalda. Ella se quedó parada, sin saber si quería huir o quedarse y entregarse a él, como lo pedía. Luego salió y bajó por la es-calende prisa.
Unos minutos después él la siguió, pero al alcanzarla, ella ya tenía puesto un chal negro sobre los hombros y estaba lista para salir.
– ¿No vas a tener frío? -le preguntó Gil con voz dura mientras se acercaba a la puerta-. Vamos a caminar.
– ¿Lejos? -preguntó ella preocupada más por sus tacones altos que por la temperatura.
– No. No es lejos.
– Estoy bien -era una hermosa tarde de primavera. En casa de sus padres, Casey sabía que los árboles estaban cargados de flores. Incluso en el apartamento que había compartido con Charlotte, el aire estaría preñado del aroma de las flores en las enredaderas. Mas ahora, en el estrecho callejón en el que se encontraba, no había árboles, ni flores, sólo el duro pavimento y autos estacionados.
Escucharon el ruido que provenía del Carpenter's Arms en la siguiente acera. Gil la tomó del brazo en la puerta y le dijo:
– Es aquí -parecía esperar a que ella protestara, pero Casey no tenía intenciones de darle esa satisfacción.
– Encantador -murmuró y no esperó que él le abriera la puerta, sino que la empujó y entró delante de él.
Estaba lleno de gente y de humo, sabía que lo iba a odiar, pero por nada del mundo se lo iba a revelar. Se abrieron camino hasta la barra y Gil ordenó dos bebidas diciéndole a la camarera que los anotara para cenar.
– ¿Qué platillos tienen hoy? -preguntó él.
– Asado de res y zanahorias con bolas de masa hervidas, Gil -respondió ella tomando su dinero-. ¿Está bien?
El sonrió con aprobación y guió a Casey hasta un grupo de personas que estaban de pie junto al piano; Gil saludó cordialmente.
– ¿Dónde está Dolly? -preguntó él señalando el silencioso instrumento. Uno de los hombres dejó de mirar a Casey sólo un instante para responder:
– De vacaciones. Esta noche no tendremos música. ¿No vas a presentarnos?
– Claro. Casey, quiero presentarte a unos viejos amigos -y mencionó una lista de nombres que ella jamás podría recordar. Titubeó al llegar a la última del grupo. Era morena y baja de estatura y llevaba un vestido que Casey y Gil reconocieron al instante. Gil terminó de presentarlos, cuidándose de no mirarla a los ojos.
– Lástima del piano. Esta es la primera vez que viene Casey al Carpenter's.
– Estará aquí la semana entrante -Casey estaba consciente de un incómodo silencio como si no comprendieran qué hacía ella allí.
– Quizá yo podría tocar algo -ofreció Casey aclarándose la garganta-. ¿Qué tipo de música… toca Dolly?
– No, Casey. No creo…
Pero ya le habían acercado el banquito, abierto la tapa del piano y Casey miró el teclado sin música. Pensó en la posibilidad de interpretar algo de Chopin, pero rechazó la idea y mejor decidió por una elección de éxitos de los Beatles.