Le pareció una estupidez desperdiciar el baño. Se sumergió en la tina hasta calentar sus huesos, luego la vació en el patio de atrás. Después paseó por la casa, sin lograr descansar.
Intentó llamar a Charlotte. ¿Qué podía decirle? ¿Que llevaba una semana de casada y se quedó sola en domingo por la tarde? No. Su orgullo le exigía que sufriera sus heridas en privado.
Finalmente, sin saber en qué ocupar su tiempo, puso a hervir el agua. Furiosa consigo misma, agarró su bolso y abandonó la casa. Encendió el motor de la camioneta y manejó sin rumbo, con la única idea de huir de la poderosa presencia de Gil que, aunque no estaba ahí, parecía estar por todos los rincones.
Por fin se estacionó a un lado de la carretera desde donde podía admirar las colinas que llegaban a Oxford, pero cerró los ojos al panorama. Estuvo a punto de sucumbir. Y tan confiado estaba él de que finalmente así era, que se fue corriendo a los brazos de otra mujer en el momento del triunfo. Parpadeó iracunda, evitando llorar. Ya había llorado demasiado por Gil Blake. No tenía más alternativa que compartir su casa y el lecho con la espada del orgullo entre los dos. Pero orgullo era lo único que le quedaba hasta que él cediera y la dejara ir.
Llamó su atención un puesto de plantas en el otro extremo del recodo y ella se acercó, atraída por los brillantes colores. Había macetas de pensamientos amarillo brillante y blanco. Impulsivamente los compró y los colocó donde los pudiera ver desde la ventana de la cocina.
La tristeza la condujo al fin hacia la cama. No se molestó en encender la luz del dormitorio y cuando iba a encender la de la mesita de noche quedó congelada por un ruido que venía de la cama. Un movimiento de algo blanco la paralizó totalmente. Luego, con gran alivio reconoció el ruido. Encendió la luz y la gatita maulló suavemente.
– Mira nada mas, que muchachita tan ingeniosa -dijo Casey y contó los gatitos-. Cinco. Y por el tono amarillo de ese chiquito no tengo que preguntarte quién es el papá, ¿verdad? -la gatita lamió a los recién nacidos, maullando de orgullo-. Bueno, eso termina con mis posibilidades de dormir en cama esta noche -la gata la miró con ansiedad-. No. No te quitaré de allí ahora -sacó su pijama y algunas sábanas del armario y apagó la luz.
Abajo, apagó el fuego y le escribió un recado a Gil para advertirle que no entrara al dormitorio. Se cobijó y trató de dormir, pero no dejaban de estacionarse coches afuera. Cada vez que escuchaba una puerta cerrarse, reaccionaba segura de que sería Gil. Finalmente arrojó la sábana y fue a calentar leche. Pensó que la gatita querría beber y vació algo en un plato. Subió, encendió la luz y le ofreció al animal que la bebió con ansias mientras ella sostenía el plato.
Escuchó la puerta de un auto cerrarse y brincó derramando la leche, cuando escuchó a Gil meter la llave en la cerradura. La gatita todavía estaba bebiendo no podía moverse hasta que terminara. Pero no tuvo que apurarse a bajar. Gil irrumpió en el dormitorio con el rostro negro de ira y la nota en la mano.
– ¿Qué demonios significa esto? -exclamó furioso, agitando el papel. Luego se detuvo contemplando la escena. Casey se incorporó.
– Temo que esta noche nuestro lecho está ocupado -se disculpó-. La quitaré de ahí mañana.
– Yo pensé… -él pasó la mano entre sus cabellos.
– ¿Qué?
– Que era una reacción a lo que sucedió… antes de irme -ella le quitó la nota y leyó en voz alta:
"POR FAVOR NO ENTRES A LA RECAMARA ". ¿Qué tiene eso de malo? Creí que iba a estar dormida cuando llegaras y no quería que vinieras a molestar a la gatita.
– Y es justo lo que hice, porque tú estabas aquí -ella notó las ojeras-. Creí que era por eso que no querías que subiera -Casey entendió apenas.
– No es bueno llegar a conclusiones precipitadas, Gil. Vamos a dejarla en paz -apagó la luz y él la siguió por la escalera. Se había cambiado la ropa mojada, llevaba un traje oscuro y una camisa rayada limpia. Notó que ella lo observaba y bajó la vista.
– Siempre tengo un cambio de ropa en la oficina.
– ¿En la oficina? -señaló ella con sequedad-. Que conveniente. ¿Y una rasuradora? -él ignoró la pregunta.
– ¿No acabas de decir que no hay que llegar a conclusiones precipitadas?
– No me estoy precipitando, Gil. Voy paso a paso. Pero llego a las mismas conclusiones. Te casaste conmigo por una especie de venganza perversa de algo que piensas que yo te hice. Créeme, me arrepentí, todavía me arrepiento, a pesar de que tenía razón. Eso debería ser suficiente venganza para ti -abrió más los ojos para implorarle-. ¿Sería tan difícil ponerle fin a esta farsa? Ahora mismo.
– No debiste hacer que me despidieran, Casey -señaló él y le brillaron los ojos-. Fue un abuso de poder.
– Yo no hice nada para que te despidieran-respondió ella frunciendo el ceño y confundida-. Nunca dije a nadie ni una palabra del juego que te permitiste conmigo.
– ¿Juego? -hizo un ademán de desesperación con la mano-. No me mientas, Casey. Todavía tengo esa carta. No que pensara yo en quedarme. Fui a la oficina aquel lunes en la mañana para decirles que renunciaba, y me estaban esperando junto con mis tarjetas y el cheque. Un cheque personal de tu padre. Por mucho dinero para que no hubiera problemas.
– ¿Un cheque? -ella sintió que se ruborizaba-. Comprendo. Así fue como empezaste tus negocios. Quizá deberías estar agradecido con mi padre, en vez de…
– ¡Comprendes!-la interrumpió él furioso-. ¡No comprendes nada, Casey! Yo rompí el maldito cheque. No quería su asqueroso dinero. Pero conservé la carta. Y cada vez que sentía que se había aplacado mi ira, la agudizaba leyendo cada palabra. ¡Eso fue lo que me hizo empezar mis negocios, no el dinero de tu padre! -ella se puso de pie reflejando en su rostro la vergüenza de lo que ella y su padre le habían hecho.
– Cómo debes odiarme… -susurró la chica.
– Yo…-él dio un paso hacia ella.
– Si tienes hambre hay pollo frío en el refrigerador -le dijo ella para interrumpirlo. Cualquier cosa con tal de que no le dijera más. El suspiró y se dirigió a la puerta.
– Ya cené.
– No lo dudo -con la hermosa trigueña-. Buenas noches, Gil.
– ¡Casey! -protestó él y de nuevo caminó hacia ella, pero Casey apretó su camisón, levantó la sábana y la sostuvo como una armadura entre ellos.
– Yo dormiré en el desván-declaró ella, sorprendida con el tono calmado en su voz que parecía no ser la suya.
– ¿Y dónde se supone que dormiré yo? -preguntó él.
– ¿Qué tal en tu oficina? -le sugirió ella con frialdad-. Parece tener todas las comodidades.
Luego salió de prisa para que él no pudiera ver las lágrimas que corrían por sus mejillas y subió pesadamente los dos pisos hasta el desván. Escuchó que él venía tras ella, y contuvo el aliento, pero no la siguió hasta arriba. Recostada y sin dormir, escuchó cómo él se paseaba durante un rato. Luego debió quedarse dormida. Una luz gris se filtraba por la ventana cuando las pisadas de Gil en la escalera la despertaron.
– ¿Casey? -murmuró él.
Ella mantuvo los ojos cerrados y no se movió. El la llamó una vez más y, después de una pausa, volvió a bajar. Unos minutos más tarde ella escuchó cómo cerraba la puerta principal con cuidado y luego al auto que avanzaba por el camino. Sólo entonces se incorporó.
Encontró la sábana de Gil en la sala, bien doblada, la chimenea encendida y en la pequeña mesa, una nota. La tomó con manos temblorosas.
"No se te olvide que tenemos invitados a cenar mañana. Trataré de estar en casa antes de que lleguen. Gil".
Y había una carta. Era vieja y amarillenta, los dobleces gastados y rotos. Casey la abrió con cuidado. Estaba membreteada con el nombre de la compañía O'Connor, y el contenido le avisaba cortésmente a Gil que ya no requerían más de sus servicios. Nada extraordinario. Nada que mostrara algo más de lo que parecía. Un despido normal. Excepto que Gil le había dicho que la acompañó un cheque personal, por una cantidad exagerada. Observó de nuevo la carta y entrecerró los ojos.