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– Lo siento. ¿Debí entrar por la puerta de atrás? -le brillaron los ojos al contemplar la elegancia de sus invitados, y la mesa servida con cubiertos de plata, sobre un mantel blanco, impecable.

Ella contuvo un agrio comentario y esbozó una forzada sonrisa.

– No digas tonterías -caminó hacia él, planeando abrazarlo, pero una mirada a su camisa la hizo cambiar de opinión.

– Tuve un problema con una mezcladora de cemento -explicó él a sus alegres invitados-. Y no puede uno dejarlo. Si él concreto cae en el tambor es una pesadilla -con las botas en una mano, entró a la sala y, con una sonrisa que arrugaba sus ojos, se inclinó y besó a Casey en plena boca-. Olvida la cena, prefiero comerte a ti.

– Vestido así, ¡olvídalo!

– Aguafiestas. ¿Vinieron los del baño?

– ¡Estoy segura que Darlene te informó! -exclamó ella entre dientes, consciente de que él estaba haciendo un espectáculo de los dos frente a sus amigos.

– En seguida bajo -Gil sonrió y le besó la nariz antes de desaparecer por la escalera.

Ella ofreció más bebidas, mientras esperaban, y se ruborizó al percatarse de que todos tenían la vista puesta en ella.

– El amor de la juventud es algo extraordinario -comentó Alison con alegre tolerancia, al aceptar una copa de vino.

Gil reapareció en menos de quince minutos, inmaculado, con un pantalón gris que hacía juego con la camisa más oscura, con rayas color vino y una corbata lisa. Ella hizo las presentaciones formales, pero Gil se detuvo cuando llegaron frente a Charlotte.

– Ya nos conocemos, ¿no es cierto?

– Fui dama de honor de Casey. Charlotte Spearing.

– Ciertamente. ¿Charlotte? Ustedes dos compartían un apartamento, ¿verdad?

– Sí. Por favor llámame Charlie. Así me llaman todos.

– ¿Esta es Charlie? -Gil levantó la vista hacia Casey.

– ¿No te lo había dicho? -Casey sonrió con inocencia y siguió presentándolos. Gil estrechó las manos de los hombres y coqueteó descaradamente con las mujeres, besándoles la mano. Casey lo observaba impotente mientras él se ganaba la simpatía del grupo en unos minutos.

– ¿Oí decir que acaban de acondicionar un nuevo baño? -Casey escuchó que alguien hacía la pregunta.

– Sí -respondió Gil, mirándola desde lejos-. No le parecía bien la tina de hojalata frente a la chimenea, lástima -luego notando la expresión en blanco de su interlocutor, añadió-: La casa no tenía baño cuando nos mudamos..

– ¡Válgame Dios!

– ¿No los ha llevado Casey a recorrer la casa? -preguntó sorprendido.

– Todavía no -interrumpió Casey pasando un platón.

– Maravilloso. Espárragos -él pasó la salsa a Charlotte-. Claro que apenas comenzó a remodelar la casa. Es que sólo han pasado once días y hemos estado… muy ocupados -se inclinó para besarle la punta de los dedos de la mano. Ella la hubiera retirado, pero él la sostenía con firmeza-. ¿Verdad, amorcito? -preguntó haciendo énfasis en el piropo.

– Muy ocupados.

– ¿Tanto como para que no puedas cooperar para el baile de las rosas? -interrumpió Alison.

– ¿El baile de las rosas?-preguntó Gil, mirando a las dos.

– Un baile de caridad que organiza el club de junio. Casey y su madre siempre se encargan de las decoraciones.

– No estoy segura de que pueda hacerlo este año. Mi madre está de viaje…

– Ah sí -interrumpió Gil-. Ya recuerdo. Mi madre siempre cooperaba también -sonrió ante los rostros intrigados y cordiales-. En la cocina.

– Y lo preside la señora Hetherington -se apresuró a señalar Casey en medio del súbito silencio, con el propósito decidido de acabar con el asunto.

– No pueden evitarlo para siempre, Casey -declaró Alison al recuperar la voz-. Menos ahora que Gil es miembro. Será mejor que resuelvan el asunto de una vez por todas.

– Creo que Casey está sugiriendo que la señora Hetherington no va a aceptar su intervención -intercaló Charlotte, al notar que Casey estaba muda y boquiabierta ante la inusitada noticia. La lista de espera para ingresar como miembro al Golf y Country Club de Melchester era de años. La conversación continuó alrededor.

– ¿Crees que cuenta con tantas personas talentosas que puedan cooperar con ella como para darse el lujo de rechazar a quien quiera? Deseará que sus años como presidenta sean los mejores, y para eso necesita a Casey. Lo quiera o no.

– Di que aceptarás-insistió Alison.

– Creo que deberías hacerlo, querida -murmuró Gil al volverse ella a verlo-. Debes seguir con las tradiciones familiares.

– Si la señora Hetherington me lo pide, aceptaré con mucho gusto -declaró ella pasando saliva. Charlotte la ayudo a recoger los platos y entró a la cocina.

– ¡Casey! -Casey entró para encontrarla mirando arriba hacia el conducto de luz por donde un goteo constante estaba haciendo un charco de agua en el suelo.

– ¡Maldición!

– ¿Qué hacemos? -susurró Charlotte.

– ¿Qué tal si desaparecemos de puntillas por la puerta de atrás? -sugirió Casey.

– ¡No es momento para bromas! -Charlotte rió suavemente escuchando una carcajada que venía de la sala.

– ¿Quién está bromeando? -dijo Casey amargada-. No podemos hacer nada. Vamos a sacar la comida de aquí mientras tengamos luz -apenas acababa de decirlo cuando se fundió el fusible y la cocina quedó a oscuras.

Gil apareció en la puerta, con una de las velas de la mesa, que apenas iluminaba la cocina. La levantó para revisar la instalación eléctrica.

– ¿Puede esperar la cena hasta que repare el fusible, o seguimos a la luz de las velas? -preguntó incidentalmente.

– Deja la vela y nos las arreglaremos -respondió Casey de inmediato, dándose cuenta de que su tono de voz era engañoso. Gil sabía muy bien qué había pasado y se lo iba a reclamar en cuanto estuvieran solos-. Al menos, la estufa es de gas -añadió.

– Puede ser -fue su único comentario, pero dejó la vela y regresó con los invitados.

Era ya muy tarde cuando cerraron la puerta detrás de los últimos invitados y Casey se recargó en ella, revisando el desorden de la fiesta a la luz de las velas.

– Voy a reparar el fusible -dijo Gil.

– No hace falta. Tenemos suficientes velas. Yo lo haré en la mañana.

– ¿Y el congelador?

– Está funcionando. Es diferente circuito. Sólo se apagaron las luces.

– Entonces puede esperar -hizo una pausa-. ¿No te avisó Darlene que no deberías usar el baño?

– Cuando telefoneó ya era demasiado tarde -lo miró y descubrió que se reía de ella-. Lo siento.

– No importa. Necesitamos revisar toda la instalación eléctrica. Aprovecharemos la ocasión. ¿Qué te parece un brandy antes de dormir?

– ¿Piensas quedarte aquí? -preguntó ella sorprendida.

– ¿Quedarme? Claro que pienso quedarme. ¿Adonde quieres que vaya a estas horas?

– ¿Por qué no me lo dices? ¿Quizás al mismo sitio donde dormiste ayer por la noche?

– Tuve que asistir a varias citas en Londres y sabía que acabarían tarde, de modo que me quedé en la ciudad -sirvió dos copas de brandy y le ofreció una-. Pudiste haber llamado a la oficina si me necesitabas. Darlene Forster siempre sabe dónde estoy.

– ¡No tengo la menor duda! -a él le causó gracia su irritación.

– Yo mismo te lo hubiera dicho, pero estabas dormida cuando subí al desván y no quise despertarte -la contempló-. Tuviste una noche bastante agitada entre una cosa y otra. ¿Y, cómo están los gatitos?

– Muy bien.

– Tengo nuestra sábana en el auto. Darlene la llevó a la tintorería.

– Es un tesoro esa mujer. Trabaja tantas horas; debe valer su peso en oro -comentó ella con ironía.

– Definitivamente. Es guapa además, morena y curvilínea. Ya sabes, del tipo que me gustan -Casey sintió sus dedos transformarse en garras cuando recordó a Gil entrando al ascensor en el Hotel Melchester. De modo que esa era Darlene. Gil le sonrió-. Salud -dijo y se desperezó frente a las llamas de la chimenea-. Fue todo un éxito la cena, ¿no te parece?