– No tendría motivo.
– No -él sonrió-. Yo debería saberlo. Toma. Ya lo anoté -le entregó un pedazo de papel, se inclinó y besó su mejilla-. Eres una joya.
– Esa soy yo. La señorita joya, la hija del constructor -dijo y se rió.
– Ya no, Casey. Ahora eres la señora Joya, la esposa del constructor.
– Sí, claro -asintió ella y bajó la vista-. Qué tonta.
– Bueno, será mejor que te lleve a tu casa. Antes de que el señor Joya venga a buscarte. Estás viviendo en Ladysmith Terrace mientras la casa está lista, ¿verdad?
– Sí -ella pasó saliva. No iba a revelarle que Aiinisgarth ya había sido vendida. Descubrió que incluso pudo sonreír. El teléfono indiscreto en Melchester estaba vivito y funcionando.
Cuando entró encontró a Gil en la cocina. Estaba golpeando un filete con todas sus fuerzas y no se movió cuando ella entró.
– Ya cambié tu llanta -había algo amenazador en su voz que indicaba tormenta y ella contempló su espalda tensa con angustia.
– Gracias. No me dio tiempo -trató de bromear-.La señora Hetherington me citó a una junta y tuve que llamar a un taxi. De todos modos llegué tarde. Imperdonable. La vi poner un cero junto a mi nombre.
– ¿De veras? -él la miró de una forma en que ella se percató de su furia-. ¿Entonces sólo te trajeron de regreso?
– ¿Perdón?
– Puedes empezar a hacer eso, Casey Blake. Puedes y deberías pedirme perdón. ¿Cuántas otras personas crees que los vieron acaramelados a ti y a tu novio a plena luz del día en el periférico?
Capítulo 8
– ¡Acaramelados! -se estremeció cuando Gil golpeó el filete de nuevo. El casto beso de Michael en su mejilla no podía describirse de esa manera. Luego, cuando se percató de lo que lo puso tan furioso, soltó una carcajada. Estaba celoso. En verdad, bastante celoso. Le dirigió una mirada de nuevo, contemplándola como si se hubiera vuelto loca.
– ¿De qué te ríes? -preguntó.
– De nada -respondió ella tomando aire-. Será mejor que me pases los hongos si quieres que sobrevivan.
– ¿Hongos? -rugió él sacudiéndola por los hombros-. ¡Qué me importan a mí los hongos! -la besó en la boca con ira y por un momento ella se quedó inmovilizada de asombro. Uiego entreabrió los labios y respondió a la caricia. Su bolso cayó al suelo cuando lo abrazó por la nuca y acarició los rizos de su cabello.
Pero él no hizo intentos de seducirla, ignoró todas sus señales de rendición, dejando que la ira se apoderara de todo su ser hasta que al final, sin poder respirar, lo golpeó en el pecho desesperada por tomar aire. Al fin la soltó y cuando ella retrocedió balanceándose, vio el triunfo reflejado en sus ojos.
– Eres mía, Casey. Te compré y pagué por ti. Nadie más podrá tenerte. ¿Me oyes? -la vena en su frente latía con fuerza cuando se acercó de nuevo a ella, que retrocedió, congelada hasta los huesos por el rechazo de su entrega voluntaria y en control de sí misma.
– Pídemelo, Gil -exigió, respirando con dificultad-. Pídemelo de buena manera -él se detuvo con la expresión ensombrecida por el esfuerzo que hizo por controlarse, y apretó los puños.
– Maldición, Casey. Creí que ya estábamos de acuerdo; ibas a ser tú la que deberías pedirlo.
– También yo -exclamó Casey-. Creí por un momento que lo olvidaste.
– Quizá verte en brazos de Michael me hizo olvidarlo -tenía la mirada fría y ella se estremeció.
– ¿Tu crees, Gil? -Casey quiso explicarle. Pero él no creyó necesario aclararle a ella por qué subió al ascensor en el Hotel Melchester con el brazo sobre el hombro de Darlene diciéndole que había sido "un infierno sin ella". Bueno, pues al "infierno" con las explicaciones- Quizá debiste mantener la vista en la carretera -le gritó, y sus ojos azules centellearon peligrosamente. El se acercó y clavó las manos en sus brazos hasta que ella gritó:
– ¡Gil! ¡Me estás lastimando! y por un momento se quedaron así, dominados por la ira. Luego. Gil se estremeció y aflojó las manos.
– ¿Mantener la vista en la carretera?
– Es más seguro. Para todos. ¿No crees?
– No cabe duda alguna -su tono de voz era hiriente-. Trataré de recordarlo en el futuro -miró el filete con disgusto y le preguntó-: ¿Cómo lo quieres?
Casey lanzó un profundo suspiro al notar que estaba disminuyendo la tensión entre ellos y frotó con cuidado sus brazos. Contempló un momento la carne y respondió:
– Casi crudo, creo. Sí, casi crudo -repitió consciente de que su voz temblaba.
– ¿Sangrante? -Gil esbozó una sonrisa irónica-. Pero definitivamente no subyugado.
– Pásame los hongos, Gil -dijo ella-. Ha sido un largo día y estoy exhausta.
– ¿Que tal está quedando la casa? -Gil levantó por fin la vista de la carta que hasta ese momento captó toda su atención en el desayuno. Casey, también distraída por una larga carta de su madre, levantó la vista.
– ¿Qué? Ah, ya escogí el papel tapiz para la recámara, pero no sé cuándo podré empezar. He aceptado otros dos contratos esta semana -comentó-. Mi mamá y mi papá parece que se divierten en grande. Mi padre está mucho mejor.
– Cuando menos, eso es una buena noticia. Pero no me refería a esa casa, Casey. Puedo ver lo que estás haciendo aquí. Es más, tengo que vivir con lo que le haces a esta casa. Por favor, ¿podrías dejar nuestra recámara como está? -ella lo miró y respondió:
– Como gustes.
– Así me gusta -declaró él con sentimiento-. Estaba hablando de Annisgarth. ¿Cuánto tiempo tomará terminarla.
– ¿Annisgarth?
– ¿Crees que podrías prestarme atención un minuto? -Gil suspiró-. ¿O es tu madre tan apasionante en sus cartas,
Casey se sonrojó. La primera era ciertamente más interesante de lo que Gil imaginaba y por el momento no estaba segura de cómo manejar lo que su madre le contó. Guardó la carta, dejando el resto para después, y prestó atención a Gil.
– Lo siento. En un par de semanas habremos terminado Annisgarth. ¿Por qué tanto interés de pronto?
– Siempre estoy interesado en todo lo que te concierne, Casey -declaró con ojos inexpresivos-. Y quiero decir todo. Tú has sido lo más importante para mí desde la primera vez que te besé -sacudió su cabeza como para aclarar sus pensamientos-. Quería saber cuándo terminas porque pienso que debemos salir de viaje por algunos días.
– ¿Una luna de miel pospuesta? -Casey abrió los ojos y levantó las cejas, cuidando de no revelar el acelerado ritmo de su corazón-. ¿Han mejorado tanto tus negocios que puedes darte el lujo de tomar vacaciones?
– No te sienta bien el sarcasmo, Casey -Gil bajó su carta y la miró de frente-. He contratado a las personas indicadas para que administren Construcciones O'Connor. Nunca tuve intenciones de dirigirla personalmente, pero nuestro matrimonio es otra cosa. Creo que ha llegado el momento en que ambos consideremos si tiene algún sentido seguir con nuestra situación actual.
Casey sintió que palidecía.
– La casa estará terminada en un par de semanas. Y luego tenemos el baile. Podrías… -tuvo que aclararse la garganta- ¿podrías esperar hasta entonces?
– Tendré que hacerlo, por lo visto -respondió él sin revelar emoción alguna; sin embargo, Casey estaba segura de que había aumentado la tensión en su rostro-. Pero no más. Todo hombre tiene sus límites y parece que yo sobrestimé mi capacidad de resistencia.
– ¿De resistencia, Gil? -preguntó ella en voz baja.
– Estoy seguro que no tengo que explicarte lo que es para mí pasar todas las noches a tu lado y esperar a que recapacites -Casey ahogó el sentimiento de compasión que surgió en su garganta.