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– Podrías pedir…

– De buena manera. Ya lo sé -la interrumpió él con tristeza-. No, gracias -hizo una pausa como esperando algo de ella. Luego se encogió de hombros-. Entonces, hasta el famoso baile.

– Sí. He aceptado otro trabajo, pero lo puedo posponer una semana -esperó, deseando que él continuara el tema, pero sólo asintió con la cabeza.

Ella lo observó mientras leía el resto de su correspondencia con la cabeza inclinada. Parecía tenso y fatigado y el espejo le revelaba que ella no se veía mejor. Gil tenía razón. Ya había llegado el momento de aclarar las cosas entre ellos.

Pasó demasiadas noches en veía por la cercanía de su cuerpo. Anhelaba acariciarlo, pero no encontraba el momento adecuado, las palabras correctas. Si tan sólo le dijera alguna frase de amor, se atrevería. El no era el único que estaba pasando una prueba de resistencia.

En vez de eso, él insistía en que ella era de su propiedad; que la compró junto con el negocio y su orgullo herido exigía que él fuera quien diera el primer paso que ofreciera algún símbolo de que la necesitaba.

Pero tenía miedo, mucho miedo de que, a menos que ella lo presionara hasta que perdiera el control, él no reaccionaría como ella quisiera. Y quizás era mucha ambición si esperaba que le dijera que la amaba. Después de todo, él nunca se lo había dicho cuando se conocieron, y ella estaba más que dispuesta a ser su amante. Quizá su amor sería suficiente para los dos.

Tuvo que pasar un mes antes de que pudieran irse de viaje, y la idea de pasar todo un mes como el anterior era insoportable. Después de la discusión que tuvieron cuando Gil vio como la besaba Michael, él se encerró en una concha. Ya no se burlaba de su debilidad, ni bromeaba cuando estaban solos. En público representaba el papel de marido devoto, pero en privado actuaba con intensa y dolo-rosa cortesía.

Acarició la hermosa rosa roja que estaba en la mesa del desayuno, testigo de que pasó una semana más desde la boda. Pero desde aquel primer sábado cuando subió el desayuno y lo tomaron mientras él estaba sentado en el borde de la cama, era más un signo de admiración que un símbolo de amor. Un recordatorio de que estaban viviendo con una bomba de tiempo a punto de explotar. Y ambos eran conscientes de que debían andar con cuidado, porque un paso en falso volaría en pedazos sus vidas separándolos para siempre. El levantó la vista y la sorprendió mirándolo.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó con curiosidad.

– En nada -respondió ella y sonrió-. Nada-él entrecerró los ojos.

– ¿De veras? -insistió él -como ella no respondió se puso de pie y miró el reloj-. ¿No vas a llegar tarde con las Brownies?

– ¿Brownies? -ella despertó de su ensueño y se puso de pie-. ¡Válgame Dios! La junta es hoy aquí. Lo siento, debí prevenirte, pero… como siempre te vas inmediatamente después de desayunar, no creí que estarías en casa y que te iban a molestar.

– ¿Quién dijo que molestan? -la retó él con enfado-. ¿O crees qué les estorbaría?

– No -ella movió la cabeza sorprendida por la vehemencia de su reacción. A menos que tú quieras irte. Las niñas vienen a conocer a los gatitos. Así podrán ganarse sus distintivos por querer a los animales -sonrió y añadió-: Y si de paso puedo encontrar hogar para algunos…

– ¡Oh, tramposa! -él respondió con otra sonrisa y ella se rió.

– Definitivamente. Pero primero lo discutiré con las mamas antes de aceptar ningún pedido -Casey se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta-. Debe ser Matty.

– Ve a abrirle -ella titubeó, anhelando poder abrazarlo y besarlo El le dio un ligero empujón en dirección a la puerta principal

"Anda. Creerá que no estás en casa -volvieron a llamar y ella salió de mala gana, consciente de que él la miraba con una pequeña y amarga sonrisa.

– ¿Llegué demasiado temprano? -preguntó Matty sin aliento, dejando caer una bolsa en la silla más cercana-. Te voy a ser sincera, creí que ya era tarde y vine corriendo.

– Llegaste en punto. Las niñas tardarán por lo menos otros quince minutos.

– Hola Matty -Gil la saludó con afecto-. Tenemos café, ¿gustas tomar una taza? -Matty levantó una ceja y bromeó;

– ¿Eso quiere decir que él lo preparó, Casey?

– ¡Ni Dios lo quiera! -exclamó Casey, con mayor entusiasmo del que hubiera querido y vio que Matty levantaba la ceja.

– Si no te importa, me encantaría tomar café, Gil.

– Claro que no importa, es un placer tratándose de ti Matty -respondió Gil con naturalidad y Matty soltó una carcajada.

– Guarda tus gentilezas para las secretarias en tu oficina, Gil. Son lo bastante jóvenes y quizá lo bastante tontas como para creerte.

– Me creen -dijo él-. Y lo son -lanzó una mirada a Casey-. Y Casey puede servirme otra a mí cuando te traiga la tuya.

Matty movió la cabeza y riendo aún acompañó a Casey a la cocina.

– A mí no me engaña -declaró-. Gil es definitivamente hombre de una sola mujer.

– ¿Existe tal animal?

– Cada vez menos, querida. Pero, sí existen -la miró de frente-. ¿Lo dudas?

– No, claro que no -y cuando Gil se asomó en la puerta para pedir su café, trató con ganas de que su sonrisa mostrara cariño. A Matty nadie podía engañarla. El la contempló sorprendido cuando tomó su taza.

– Gracias, cariño -murmuró, y luego sonrió con malicia-.Y cuando les estés preparando a tus pequeños monstruos chocolate con galletas, no te vas a olvidar de mí tampoco, ¿verdad?

– ¡Chocolate y galletas! -exclamó Casey.

– Oh, te van a adorar -declaró Matty riéndose mientras Gil y Casey se miraban.

– A mí me gustaría -comentó él y antes de que ella pudiera responder tocaron a la puerta para avisar que llegaban las niñas. De inmediato ocuparon toda la casa, agrupándose para escribir sobre sus propias mascotas antes de conocer de dos en dos a la gata y a sus gatitos.

Gil sacó su cámara Polaroid y se ganó el corazón de las niñas tomando muchas fotografías de ellas con los gatitos, y luego le hicieron prometerles que podían verlos.de nuevo cuando quisieran. Casey suspiró aliviada cuando la última niña se despidió con timidez.

– Adiós señor Blake. Muchas gracias, señor Blake.

– Ya te arrepentirás de todo esto -le advirtió Casey cuando cerraba la puerta.

– No, te lo aseguro -Gil sacudió la cabeza-. Gocé cada instante -y era cierto, pensó ella. Trató a las niñas con cortesía y respetuosa paciencia y ellas respondieron con adoración total. Podía ser un perfecto padre-. De todas maneras será a ti a quién molestarán. Estás más en casa que yo -Casey soltó una carcajada.

– No las conoces Gil, estás equivocado. Te estarán acechando.

– No estaría mal, para variar, ¿no crees? -se quedaron mudos por un instante.

– ¿No irás a trabajar hoy? -preguntó al fin Casey.

– No, no pienso ir hoy a trabajar. Quiero pasar el día tranquilo en casa con mi mujer, si no te molesta. ¿O estoy interfiriendo con tus planes? ¿Qué pensabas hacer, Casey? Ir a almorzar en algún tranquilo restaurante con Michael, y luego pasar la tarde en cama…

Ella lo abofeteó tan fuerte en plena cara, que resonó en toda la habitación. Se quedó inmóvil viendo las huellas de su mano aparecer en la mejilla donde lo había golpeado, ignorando con ira las lágrimas que amenazaban ahogarla.

– ¿Ya te sientes mejor después de esto? -le brillaban los ojos a Gil cuando la retó.

– ¡Sí! -levantó de nuevo la mano, pero esta vez él estaba preparado, y detuvo su brazo a medio camino. Furiosa, ella levantó el otro brazo, pero él lo tomó con su mano libre y lo dominó a pesar del esfuerzo que ella hacía por librarse.

– No, Casey-le dijo él en tono amenazante-. Con una vez basta -la acercó bruscamente apresándola contra su pecho e inclinó el rostro poniendo su boca muy cerca de sus labios- Ahora mi turno.