La besó con fuerza y ella suspiró estremecida, apoyada en él levantó los brazos y entrelazó los dedos sobre los cabellos en su nuca, lo acercó más y abrió los labios. Cayeron al suelo, tirando la mesita y su lámpara mientras empezaban a desvestirse, enviaron la sudadera azul marino1 de ella al otro extremo de la sala, mientras ella desabotonaba la camisa con dedos temblorosos por la necesidad de acariciarlo, de abrazarlo, de sentir su piel cálida sobre ella. -Casey -gimió él.
– No hables… -luego ella empezó a gemir más y más ante las caricias en sus pechos. El le besó el cuello y fue bajando lentamente hasta sus senos, haciéndola contener el aliento por la intensidad del impulso sexual que la invadía, y desesperadamente con las piernas, se libró del pantalón. Gil levantó la cabeza, despojó a Casey del resto de la ropa, y la contempló mientras acariciaba sus piernas que lentamente ella abrió para invitar a sus caricias.
Gil terminó de desvestirse sin mayor ceremonia y por un instante ella pudo gozar de la gloria de contemplar su vigoroso y bronceado cuerpo. Luego él la inmovilizó en el suelo y ya no tenía escape posible, aunque ella quisiera.
Pero escapar era lo último que ella tenía en mente; estaba exactamente como quería, con Gil, bajo su cuerpo pulsante y duro, escuchando los suspiros de amor que tanto había anhelado en su oído, y sintiendo el ardor de la pasión al inundarla cuando se entregaba a él. Se abrazó febrilmente a Gil abriendo las caderas cuando la necesidad era ya casi dolorosa. Y cuando pensó que ya no podía soportarlo más, él la poseyó haciéndola gritar de profundo dolor y placer.
Durante un instante, Gil titubeó y ella notó la sorpresa en sus ojos; luego, con un feroz y agudo gemido, continuó aumentando la llama de pasión que encendió en ella hasta que se consumió a medida que el deseo explotaba en oleadas interminables de placer. Luego, Gil lanzó una exclamación salvaje mientras ella sentía su propia descarga, y después rodó cuidadosamente hasta quedar exhausto a su lado. Durante un breve momento quedaron ahí, luego él suspiró profundamente y se incorporó.
– Cuánto lo siento, Casey -dijo él y pasó los dedos entre sus cabellos-. Debiste advertírmelo.
– ¿Que era virgen? -sin el cuerpo de Gil que la cubriera se sentía de pronto muy desnuda. Se incorporó y colocó el mentón en las rodillas-. Supuse que lo averiguarías tú mismo -trató de sonreír… Tarde o temprano.
– Tarde, más bien, ¿no crees? -le brillaban los ojos mientras besaba con ternura los dedos de su mano.
– Ahora ya qué importa.
– Hubiera sido más considerado… -él levantó la vista y contempló la mano de Casey. Ella se ruborizó de alegría.
– Podrías ser más considerado… ahora.
– ¿Te duele? -él despejó de su rostro los cabellos húmedos y le besó la frente.
– No. Sólo la espalda… -Gil arrugó la frente preocupado mientras ella reparaba en algo que hizo-. Estaba acostada en una galleta a medio comer -Gil estalló en carcajadas.
– En ese caso, cariño mío, será conveniente que tratemos de llegar a la recámara antes de volver a hacer el amor -y sin esperar respuesta la levantó en sus brazos, subió con ella por la escalera y la depositó en el lecho-. Ahora, nos vamos a ir muy despacio -le murmuró cuando se recostaba también, se recargó en un codo para después acariciar con la punta de los dedos su pecho
– Ya que me lo pediste de buena manera -ella aceptó la broma y lo abrazó.
– ¿Quieres que te lo pida por favor?
– Sólo si quieres, señora Blake -respondió con los ojos sombreados por el deseo.
– Por favor, Gil, hazme el amor -antes de que pudiera terminar él buscó sus labios, encendiendo de nuevo la llama de la pasión en su cuerpo, acariciándola con sus dedos sensitivos para encender la hoguera que estuvo apagada tanto tiempo.
Tentativamente, ella empezó a acariciarle el cuello y todo el pecho. Se maravilló de la sensación de sus músculos contrayéndose al tocarlos con los dedos. Tímida, tocó su piel con la punta de la lengua y cuando el gimió levantó la vista, asombrada.
– Continúa-le suplicó él y ella sonrió con más confianza.
– ¿Eso te gusta? -le preguntó ella.
– ¡Bruja! ¡Sabes muy bien que sí!
– ¿Y esto? -ella deslizó la mano por su vientre.
– Más -rogó él sin aliento y ella titubeó.
Entusiasmada por el efecto que surtían sus caricias, eliminó todo rastro de timidez y continuo acariciándolo más abajo El perdió todo control. La recostó de frente y se ubicó sobre su cuerpo que estaba listo para él. Con un feroz grito de placer la penetró y no se movió hasta que ella le suplicó:
– ¡Por favor, Gil! -y ambos llegaron al éxtasis para después quedar dormidos uno en brazos del otro. Casey despertó para descubrir que Gil la contemplaba.
– Hola, señora Blake. ¿Cómo te sientes?
– Casada -respondió ella con una amplia sonrisa de satisfacción.
– Ya lo creo -él arrugó la frente preocupado-. ¿Y crees que te gustaría ser una esposa "de verdad"?
– Por lo que he experimentado hasta ahora, te aseguro que es mucho mejor que ser una "de mentira".
– Sí, tuve la impresión de que lo estabas disfrutando -él sonrió con satisfacción.
– ¿Y tú? ¿Lo disfrutaste, Gil?
– No tenías ni que preguntar. Claro que sí -le brillaron los ojos-. Te puedo decir que lo disfruté enormemente -se incorporó y ella se quejó cuando se alejó-. No debes ser tan ambiciosa, querida. Voy a llenar la tina para ti.
– Me parece maravilloso -declaró ella desperezándose-. Y me muero de hambre.
– Claro. Ya son las tres de la tarde, nos perdimos la hora del almuerzo.
Media hora después Casey alejó su plato y se recargó en la silla.
– Preparas una omelette exquisita, Gil -apoyó la cara en sus manos y lo contempló-. Todo lo haces tan bien.
– ¿De veras? -él hizo un gesto-. Casi arruiné nuestro matrimonio. Llegué al extremo de pensar que tendría que dejarte ir.
– ¿Irme? -ella palideció.
– Parecías tan infeliz, que me estabas rompiendo el corazón. Yo creía que mantenerte alejada de Michael sería una forma de venganza por haberme tratado tan mal hace años.
– No, Gil… -él pareció no escucharla.
– Tonterías. Descubrí que te amaba demasiado. Cuando lo vi besarte comprendí que tenía que dejarte ir con él si eso era lo que querías. No tenía sentido que ambos fuéramos infelices.
Ella acarició la idea de que la amaba, en su interior, manteniéndola ahí para pensar y atesorarla cuando tuviera tiempo de disfrutarla. Ahora tenía asuntos más importantes.
– Gil, escúchame -él levantó la vista ante su tono ansioso de voz-. Le envié un telex a mi madre.
– ¿Para qué demonios? -él levantó las cejas azorado.
– Fue por aquella carta en la que te avisaban que estabas despedido. Tan pronto la leí supe que no la escribió mi papá -él trató de interrumpir, pero ella sacudió la cabeza con impaciencia-. Mi papá no estudió mucho. Jamás escribiría una carta si puede arreglarlo con una llamada telefónica o una junta.
– No entiendo, Casey. ¿Qué me quieres decir?
– Mi padre se hubiera parado frente a ti y te hubiera dicho lo que pensaba cara a cara. Y dudo que te hubiera despedido. Era más seguro que exigiera te casaras conmigo -se puso a pensar-. Si hubiera acudido a él nos hubiéramos ahorrado tantas desdichas -agitó la cabeza. Se habrían terminado los sinsabores. Mi madre lo sabía, por eso supongo que nunca le pidió que hablara contigo. Verás, cuando ella presenció mi precipitada huida del bosque, tuvo el ingenio de esperar a ver quién me seguía. Luego se sentó a escribir esa correcta misiva de despido. Reconocí el tipo de letra de su máquina portátil. El cheque era para aliviar su conciencia.
– Pero la carta me estaba esperando en la oficina -señaló Gil.
– Mi madre es una mujer de muchos recursos. Tenía las llaves de la oficina. Pero no tienes que creerme. De eso trata la carta que recibí de ella. Es su confesión.- Tomo la misiva que estaba sobre la chimenea y se la entregó a él-.Léela tú mismo.