Выбрать главу

– ¿Pero, por qué, Casey? -preguntó él tomando la carta, sin intención de leerla.

– Mamá proviene de una familia "aristocrática de provincia", Gil. El Pony Club, el Colegio de Cheltenham para mujeres y todo eso. Conoció a papá, y su familia no lo aprobó -ella rió-. No podía hacer otra cosa, ¿comprendes? Lo único que tenía como recomendación eran unas anchas espaldas, una sonrisa que podía conquistar al mundo y una inclinación por los negocios. De modo que huyó con él.

– ¿Quieres decirme que se arrepintió? -preguntó Gil entrecerrando los ojos.

– No. No es eso. Adora a mi papá tanto como entonces, creo. Sin embargo, sabia cuanto se perdió.

– ¿Y no iba a permitir que tú cometieras el mismo sacrificio'?

– Lee la carta, Gil -ella se puso de pie-. Es una mescolanza extraña. Mitad disculpa y mitad justificación. Después de todo, no te hubieras ido a Australia a ganar una fortuna que nos salvó, si ella no te hubiera corrido -se limpió una lágrima que resbalaba por su mejilla.

Gil puso atención a la carta, mientras Casey le dio de comer a la gata; luego subió a arreglarse. La casa estaba tranquila, como esperando que Gil pasara lentamente hoja por hoja de la carta de su suegra. Ella preparó el té y después de servir dos tazas, las colocó en la mesa; se sentó frente a él, sintiendo una extraña sensación ante su callada y quieta concentración en la lectura.

Finalmente levantó la vista. Casey sintió un impacto al mirarlo a los ojos. No había ahí ninguna ternura; por el contrario, el hombre que acababa de hacerle el amor como si se acercara el fin del mundo, la miraba con inmenso y total desagrado.

– Muy interesante, Casey. Tú y tu padre merecen todas mis disculpas por haberlos juzgado, al menos entonces. Es una lástima que se te olvidara decirme que leyera el resto de la misiva.

– No sé de qué estás hablando -angustiada, la joven miraba a Gil y a la carta repetidamente.

– ¿No?

– Gil. Por favor. Sólo leí las primeras hojas. ¿Qué dice que te ha disgustado tanto?

– No te culpo por hacer la lucha, Casey -esbozó una mueca de burla-. Y tengo que admitir que me habías convencido -una vena brincaba en su frente-. De verdad, fui como arcilla en tus manos también, ¿no es cierto? Admitiendo lo mucho que te deseaba.

– ¡Gil! ¡Esto es una locura!

– ¿De veras? -él se puso de pie y pareció llenar la cocina-. ¿No te costó mucho trabajo representar esa escenita, ¿eh, Casey? Estaba yo preparado, listo para reaccionar en el momento en que me tocaras. Y no perdiste ni un instante. ¡Una palabra de tu madre avisándote que Gil Blake tiene una fortuna y te entregaste tan rápido como pudiste!

Capítulo 9

– ¡BASTA! -el grito de Casey interrumpió el discurso violento de Gil.

– ¿Qué pasa, cariño? ¿No puedes aceptar que te digan la verdad a secas? -y furioso, le impidió hacer el intento de negar sus acusaciones, cualesquiera que esas fueran-. Te quería, Casey. Y mucho. Parecías tan vulnerable, tan inocente. Y fui tan estúpido que pensé que correspondías a mis sentimientos. Risible, a decir verdad. Porque te esmeraste en dejar bien claro que sólo pretendías divertirte conmigo hasta que consiguieras el marido "adecuado"; pobre imbécil.

– ¡No, Gil…!

– ¡Oh, sí, Gil! -se burló él-. Y perdí la cabeza por completo. No era suficientemente bueno para que te casaras conmigo. ¡Pero con un demonio, me aseguré de que te daría algo para recordar! -soltó una carcajada-. Mal chiste. Tú supiste muy bien ponerle fin a eso.

Casey no pudo ya contener el llanto. No sabía por qué estaba llo¬rando. Sólo, que todo lo que había soñado en la vida estaba siendo destrozado en su cara.

– Estás equivocado -protestó ella, pero él no quiso escucharla.

– Durante años, lo único que me motivó fue la necesidad de borrar el recuerdo de cómo me humillaste. Fue esa imagen tuya la que me estimulo hasta que gané lo suficiente para comprarte. Claro que no esperaba que me amaras -sacudió la cabeza-. Ya el amor no formaba parte de la ecuación. Pero no tenía que ser un genio para saber que el dinero bastaría… -ella le dio la espalda tratando de huir, pero él la tomó de la muñeca y la obligó a mirarlo de frente-. Y descubrí que sabía hacer dinero, porque no tenía miedo de tomar riesgos. Soy igual que tu padre, Casey. Sólo que yo tomaba mayores riesgos porque no tenía nada que perder.

Casey estaba inmóvil, estupefacta por la amargura con que Gil le abría su alma. Un suspiro estremecedor escapó de sus labios. El soltó su muñeca y le dio la espalda, luego sus hombros cayeron.

– Yo resulté ser la víctima, Casey. El día que nos casamos aprendí que poseer tu cuerpo jamás sería suficiente, no si tu corazón estaba ausente. Descubrí que necesitaba poseerte completa -paso distraídamente los dedos entre sus cabellos-. Y por algún tiempo tenía la esperanza de que así sería. No inmediatamente. Pero estaba dispuesto a esperar -se enderezó-. Pero tú no tienes corazón, ¿verdad, Casey? ¿Sólo una pequeña bóveda de banco que únicamente abre para depósitos?

Confundida y anonadada por la impresión, incapaz de entender o sentir nada, aunque sabía que sufriría, miró en blanco su rígida espalda.

– Subiré mis cosas al desván -declaró ella sin expresión.

– ¡Eso si que no, Casey! -la miró con los ojos encendidos de ira-. No llevarás tus cosas a ningún lado. Ya he sido célibe por tu culpa demasiado tiempo -miró su reloj y maldijo en voz baja-. Tendremos que continuar esta interesantísima conversación en otro momento. Olvidé decirte… -la miró-, que llevaremos a cenar a Darlene y su esposo esta noche al Club. Les dije que pasaríamos a recogerlos a las siete y media -Casey salió de la parálisis mental que amenazaba dominarla.

– ¿Su esposo?

– Llegó de Sydney hace dos días -Casey supuso que la señora Forster era divorciada, aunque ya no le importaba.

– ¿Esperas que salga contigo esta noche y me muestre sociable como si nada hubiera sucedido? -escuchó como levantaba la voz histéricamente.

– ¿Por qué no? Para una actriz como tú no debe ser difícil. Y cuando uno se casa por dinero, la distracción es parte del paquete. La distracción en todo el sentido de la palabra.

– ¡No me casé contigo por tu dinero!

– No fue eso lo que dijiste cuando almorzamos en el Watermill.

– No lo dije en serio, Gil -ella palideció al recordar aquella conversación.

– Quizá entonces, no. Pero es que entonces creías que no tenía dinero más que para salvar tu pellejo. Aparentemente cambiaste de opinión desde que recibiste la carta de tu madre.

– ¡Eso es mentira!

– ¿Sí? ¿Entonces cómo es que no estás planeando tu boda con Michael Hetherington ahora mismo? Te estaba presionando bastante en el comedor del Bell hace unas semanas.

– ¡Me espiaste antes de que nos casáramos! -un rubor de ira coloreó sus mejillas.

– No. Fue por casualidad, te lo aseguro. Esos pequeños compartimentos son tan discretos; eso me animó más para echar a perder la boda del año; le daba una dimensión extra a la venganza que tenía en mente. El toque final, digamos.

– Dime, Gil -preguntó ella furiosa-, ¿qué hubieras hecho si ya hubiera estado casada?

– Arruinaba a tu padre y después te lo hubiera informado, además de explicarte las razones -contestó él sin titubear.

Ella estaba demasiado pasmada como para responder. Satisfecho, en apariencia, por la impresión que dio, la contempló con frialdad.

– Ahora, con tu permiso, iré por el Jaguar. ¡Al menos ya no tendré que conducir tu maldita carcacha nunca más!

El caminó hacia ella y Casey se encogió deseando escapar lo más rápido que pudiera. Incluso si tuviera adonde huir, sentía las piernas como de hule y no hizo ningún esfuerzo de resistirse cuando él le estampó un beso en los labios con la misma ternura con que un gambusino marca su terreno.