– ¡Gil! -ella lanzó un grito estridente cuando él estaba cerca de la puerta. Casey hizo una pausa tratando de calmarse y de controlar su tono de voz.
– Dime -musitó él con impaciencia, y algo en el interior de ella explotó.
– Si eres tan rico, ¿cómo es que vivimos en una casa que no tiene baño siquiera?
– Considéralo un capricho. Pensé que necesitabas probar lo que se siente vivir del otro lado de la valla.
El cerró la puerta con cuidado dejándola lastimada, furiosa y confusa al centro del pequeño mundo que empezó a considerar su hogar.
Con desgano regresó a la cocina y contempló la carta de su madre. Con pavor de leerla, estiró la mano y la recogió de la mesa. Durante el desayuno leyó sólo hasta donde confesaba su conducta con Gil, pero ahora, si quería comprender el motivo de la molestia en él, tendría que leerla toda.
Pasó rápidamente las dos primeras hojas, y descubrió que una vez terminada la explicación sobre el misterioso despido de Gil, se lanzó a un alegre reporte de la vida en el barco. Mientras leía la versión de su madre sobre una conversación con algunos australianos que conoció en el barco, se le congeló la sangre en las venas. Quedaron muy impresionados de que los señores O'Connor fueran tan afortunados en pescar un partido tan rico como Gil Blake para marido de su hija. De hecho, le decía indignada a su hija, estaba segura de que no le creían hasta que les enseñó el recorte del Melchester Post con la fotografía de la boda que alguien le envió.
"Querida, yo creo que sabías que estaba triste cuando decidiste casarte con Gil Blake tan de repente, pero ahora comprendo que debí confiar en tu buen juicio.
Nadie está más feliz que yo de que tu padre se haya retirado del negocio después que le empezó a ir tan mal, pero creí que Gil había tenido muchas dificultades para disponer del dinero. ¿Cómo pude estar tan equivocada? Dolly me contó que todo mundo en Australia sabe cómo apoyó a un amigo para que fuera a buscar petróleo en un lugar… no recuerdo dónde… y resultó que lo encontró. Ahora ambos son multimillonarios.
Qué lista eres. Viendo hacia atrás, es obvio que no hubieras dejado a Michael, a menos que encontraras algo mejor…"
La carta cayó de sus manos y con un sollozo estremecedor se derrumbó en el piso de la cocina.
Un largo baño en la tina y la cuidadosa aplicación de maquillaje escondió los rastros de su ataque de llanto. Cuando se estaba vistiendo escuchó que Gil regresaba y contuvo el aliento mientras él subía por la escalera. Para alivio suyo él se dirigió al baño, y ella se apresuró a terminar de peinarse para estar lista antes de que él apareciera. Pero sus dedos la traicionaron, los mechones se enredaban al querer amarrar su cabello en un moño y todavía estaba tratando de subir el cierre de su vestido negro de chiffon cuando se abrió la puerta y apareció Gil con una toalla amarrada en la cintura, haciendo que la habitación pareciera mucho más pequeña. Ella perdió el control de sus dedos y dejó caer sus brazos sin fuerzas.
– No tienes por qué esforzarte, Casey. Es la obligación del marido, el placer del marido, subir la cremallera del vestido de su esposa -la colocó de espaldas y se paró detrás de ella, contemplándola fijamente en el espejo del tocador-. Claro que es mayor placer bajarla -sus manos titubearon por un segundo, luego se encogió de hombros y subió la cremallera abrochando después el gancho en el cuello-. Lástima que no tengamos tiempo ahora -Casey se ruborizó, quitó la vista de sus ojos burlones e iba a salir de la habitación-. Siéntate, Casey. Hazme compañía mientras me visto.
Casey obedeció y tomó asiento en el banco del tocador donde se dedicó a contemplar sus uñas mientras Gil andaba por la recámara.
– Ya, ya puedes levantar la vista. Me puse el pantalón -ella alzó la cabeza y lo miró-. Pero necesito que me ayudes con la corbata. Y estoy seguro de que sabes muy bien hacer el nudo de una corbata de moño -le mostró la cinta de seda negra y ella se levantó de mala gana para tomarla.
Gil esbozó una sonrisa al ver que ella tenía que pararse de puntillas para colocar la cinta alrededor de su cuello. Mientras trataba de mantener el equilibrio, Gil colocó sus manos en la cintura de ella para sostenerla. En ese instante ella soltó la corbata.
– ¡Termina! -insistió él, y a pesar de que le temblaban las manos hizo lo que pudo y por lo pronto se liberó de aquellas manos con las que soñaba y que ya nunca le iban a proporcionar la dicha que había experimentado esa tarde. El se inclinó y examinó su trabajo en el espejo.
– Muy bien. Sabía que podías hacerlo. Esa es una de las ventajas de una esposa bien cultivada. Está entrenada en todos los detalles de la sociedad. Eso merece una recompensa.
– ¡Ya basta, Gil!
El ignoró su súplica y abrió el guardarropa. Cuando se acercó de nuevo, sostenía una pequeña cajita de terciopelo. La abrió y le mostró un par de zarcillos con brillantes en gota como complemento del anillo que lucía ella en la mano izquierda.
– No, no puedo aceptarlos -él no dejó de sonreír, pero la contempló con frialdad.
– No seas tonta. Darlene viajó especialmente a Londres para elegirlos -los puso en su mano-. Espera que los luzcas esta noche.
– Bueno, en ese caso, no vamos a ofender a Darlene, ¿verdad? La perfecta, eficiente, hermosa y convenientemente casada Darlene -Casey descubrió que a pesar del rompimiento, podían entablar una conversación. Se miró al espejo-. Tiene muy buen gusto.
– Es una excelente mujer, y su esposo es muy afortunado y lo sabe.
– ¿Y está enterado de sus citas en el Hotel Melchester? -al decirlo se arrepintió.
– ¿Citas? -repitió la palabra en tono amenazador, pero ella ya no podía arrepentirse.
– Los vi -susurró ella-. Le pasaste el brazo cuando entraron al elevador. Le confesaste que había sido un "infierno" sin ella.
– ¿Y qué demonios estabas haciendo en el Hotel Melchester un lunes en la mañana? -Gil la observaba con una extraña expresión que iluminaba sus ojos. No lo negó, sabía muy bien de qué estaba hablando.
– Iba a tomar una habitación. Quería darme un baño.
– ¿Y lo disfrutaste?
– Yo no me quedé -respondió ella negando con la cabeza.
El permaneció en silencio y ella lo miró a la cara, viendo sorprendida una expresión que no pudo descifrar, luego se puso serio.
– Es hora de irnos -se puso la chaqueta y unos minutos después iban por el periférico hacia las nuevas áreas habitacionales en las afueras del pueblo. Darlene y su esposo los estaban esperándola sonrió con calidez cuando vio a Casey.
– Qué gusto me da conocerte al fin, Casey. Gil me ha hablado tanto de ti. Te presento a mi esposo Peter.
Peter, un hombre delgado y rubio, mucho más alto que la pequeña figura morena de su esposa, sonrió y le estrechó la mano.
– Hola, Casey. ¿No gustan tomar una copa antes de irnos?
– Mejor no -dijo Gil-. Estamos un poco atrasados. ¿Están a gusto aquí?
– Por lo pronto sí -respondió Peter en tono amistoso-. Pero Darlene sueña con vivir en un verdadero chalet inglés…
– Fuimos a ver un par de casas que nos gustaron -lo interrumpió Darlene.
– ¿Ya están buscando casa si apenas se acaban de mudar? -intercaló Casey.
– Esta casa es rentada. Gil me instaló en el Melchester después que insistió sin parar, en que viniera antes que Pete. No aguanto estar viviendo con una maleta. Ahora que ya está aquí conmigo quiero que busquemos un sitio permanente.
– Ah, comprendo -dijo ella y se percató de que Gil la miraba divertido, y que sabía que no comprendía nada.,
– Peter se encargará de manejar como es debido a Construcciones O'Connor -le explicó Gil cuando iban a entrar al auto.