– ¿Eres constructor, Peter? -preguntó Casey, por encima de su hombro.
– Soy contador -respondió él, sonriendo ante su sorprendida expresión-. Pero O'Connor está a salvo. Ya Gil me advirtió que no debo arriesgar los cubiertos de plata de la familia.
Ella tornó a mirar el rígido perfil de Gil cuando entraba por las rejas de hierro forjado del Club y se estacionaba en la entrada principal para que se bajaran; luego fue a buscar un lugar donde dejar el auto.
– Algunos empleados ahí trabajaron muchos años para mi padre -le comentó ella a Peter.
– Gil dijo que es muy importante para ti.
– Ya veo que no quiso esperar para darte los zarcillos -Darlene se rió, mientras entregaban sus abrigos en el guardarropa. Casey los tocó consciente de sí misma.
– Me dijo que tengo que agradecerte a ti la elección.
– ¿A mí? -ella negó con la cabeza-. Yo los recogí cuando fui a traer a Peter al aeropuerto, pero Gil los ordenó cuando tuvo que ira Londres hace dos semanas.
– ¿Dos semanas?
– Sí. Por poco me come por estropear su fin de semana, pero cuando la bolsa de valores comenzó a vacilar tuve que llamarlo. Para eso me trajo, después de todo, para tenerlo al tanto…
– ¿La bolsa de valores? ¿En domingo? -Casey sintió frío.
– Era lunes en Oz -la corrigió Darlene.
– ¿Lunes? -Casey trató de comprender. Empezaba a sonar como retrasada mental, repitiendo cada palabra que Darlene decía-. Ah. Sí, no lo había pensado.
De alguna manera pasó la cena, y si Darlene y Peter sintieron que sus anfitriones estaban algo distraídos, ellos estaban demasiado ensimismados uno en el otro como para que les molestara. Casey los observó bailar juntos, abrazados estrechamente.
– Podríamos bailar también, si quieres -le sugirió Gil irrumpiendo en sus pensamientos.
– Claro -era su esposa comprada y pagada, y ahora comprendía que tendría que dar todo lo que podía para que valiera la pena el precio que pagó por ella.
Gil bailaba con facilidad y gracia, tenía la mano puesta en su cintura y la mantenía cerca de él. En otra ocasión, en algún otro lugar, hubiera sido el paraíso. Ahora, el contacto de su mano en su cuerpo, de sus muslos contra los suyos cuando se movían juntos, era un tormento.
– ¿Te estás divirtiendo, querida? -le susurró él al oído.
Ella se esmeró toda la noche en sonreír de modo que sentía que sus labios estaban fijos en un gesto permanente.
– Es absolutamente perfecto -respondió entre dientes-. Querido -reclinó la cabeza para mirarlo a la cara-. Y no tuve ocasión de agradecerte por los preciosos zarcillos como es debido.
– Podrás hacerlo más tarde -susurró él en su oído. Ella tomó aire, reforzó su sonrisa y murmuró:
– No puedo esperar -él se tropezó y le sugirió que se sentaran, con rudeza. Casey frunció el ceño cuando él detuvo a un camarero para ordenar un brandy. El lo notó y levantó la copa.
– Brindo por camas suaves y batallas duras -y lo bebió de un trago. Darlene y Peter retornaron a la mesa, pero sólo para disculparse.
– Peter está cansado del viaje -se disculpó Darlene-. Tuve que llamar un taxi.
– Pero si nosotros los podemos llevar a casa -protestó Casey.
– No. Ustedes quédense y disfruten. Gracias por tan adorable velada.
– Te llamaré durante la semana -le prometió Casey-. Podemos almorzar y te presentaré a Charlotte. Si existe algún chalet en venta ella de seguro lo sabrá.
– ¡Qué cansado del viaje ni que nada! -musitó Gil cuando desaparecían del salón-. Están ansiosos de meterse en la cama juntos -Casey levantó la vista y se percató de repente de que su marido bebió demasiado.
– Creo que seguiremos su ejemplo -dijo ella con firmeza y se puso de pie.
– Oh, Casey. ¡No puedo creerlo! -replicó y sonrió con ironía.
Como respuesta ella deslizó el brazo por su cintura y metió la mano dentro del bolsillo del pantalón. El abrió los ojos, impresionado, mientras la chica encontraba las llaves del auto y las sacaba antes de que se diera cuenta de lo que hacía.
– ¡Casey!-él se balanceó junto a ella.
– Vámonos, Gil -Casey le mostró las llaves-. Considero que es mi deber como esposa, sacarte de aquí antes de que hagas el papel de tonto.
Encontró el auto y Gil obedeció sin protestar y tomó asiento junto a ella. Casey examinó el volante y los controles nerviosa, pero no quería pedirle ayuda. Una vez que estuvo segura de cuál era la reversa, avanzó hacia atrás con extremo cuidado, consciente de que le temblaba el pie en el clutch.
Sacó despacio el auto y entró a la carretera. Complacida, cambió de velocidad, disfrutando la agradable sensación y adquiriendo confianza a medida que se familiarizaba con los controles.
– Podríamos ir más rápido, Casey -sugirió Gil cuando entraron al periférico-. Te he visto manejar tu pequeña camioneta dos veces más rápido.
– ¿Te pasas la vida espiándome? -preguntó Casey. Como él no le contestó, clavó el pie en el acelerador y Gil maldijo al ver que el auto se disparaba, haciéndolos recargarse en los asientos.
– ¡Dios mío! Olvida lo que dije. ¡Ibas manejando muy bien! -pero Casey lo ignoró, y sólo disminuyó la velocidad cuando llegaron a la salida. Se estacionó frente a su camioneta y salió del auto. Gil abrió la puerta y encendió las luces.
– Creo que necesito otra copa -declaró él-. Fue una experiencia muy dura…
– No -él se detuvo antes de llenar la copa y la observó, brillaban los ojos de ella y tenía las mejillas encendidas
– ¿No?
– No quisiera pensar que tienes que emborracharte para hacerme el amor.
Casey trató de borrar de su mente la pasión de aquella tarde. Respondió a sus caricias, no podía evitarlo y gritó de placer cuando él la llevó de nuevo al éxtasis. Pero después, él se recostó dándole la espalda, y ya no pudo contener las lágrimas, aunque tuvo cuidado de no despertarlo con sus sollozos.
– ¿Estas bien, Casey? -le preguntó Jennie temerosa-. Te ves muy pálida.
Casey controló su irritación con la chica. No tenía excusa para su mal humor. Quiso ayudar con gusto a Michael en su romance secreto, y, aunque Jennie al principio se mostró un poco tímida con ella, una vez que comprendió que Casey no era una amenaza, resultó ser una gran ayuda. Pasó los dedos por su frente. Si tan sólo se le quitara el dolor de cabeza, podría tolerarlo. Sintiéndose culpable, forzó una sonrisa.
– Estoy bien, Jennie. De veras. ¿Cómo van los floristas con los adornos para las columnas en la recepción?
– Casi han terminado. Se ve fabuloso. Creo que nunca he visto tantas flores juntas.
– Sí, son muchas. A decir verdad el tema de "rosas y luz de luna" es un poco cursi para mi gusto, pero sí se ve muy bonito -se le hundió el corazón al ver a la señora Hetherington acercarse.
– Parece que todo va a estar listo a tiempo, Casey -dijo la señora y miró a Jennie-. ¿Quién es ésta?
– Jennie Stanford. Es mi mano derecha. No sé que hubiera hecho sin su ayuda.
La señora hizo un gesto cordial moviendo la cabeza, posesionada ya de su papel principal del gran baile.
– Bueno, espero que te diviertas mucho esta noche.
– Michael ha tenido la amabilidad de ofrecerse en acompañar a Jennie esta noche -se apresuró a decir Casey.
La mujer observó con mayor interés a la chica, luego, como no notara nada que la perturbara en su delgada figura, vestida en jeans y con el cabello recogido, sonrió y siguió su camino. Casey y la joven intercambiaron miradas y soltaron una carcajada.
– Encárgate de disfrutar y divertirte mucho esta noche, Jennie -Casey imitó a la señora mientras recogía una caja de alfileres.
– Pondré todo de mi parte -respondió la chica con seriedad-. Sólo tendré una noche de bodas -Casey tornó a verla asombrada.
– ¿Noche de bodas? -preguntó casi sin aliento.
– Michael y yo nos casamos esta mañana en el registro civil de Penborough. Ahí vivo yo. Vivía -se corrigió la joven.