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– ¡Caramba! Muchas felicidades. Pero… -calló. No tenía sentido estropearle el día comentando la obvia reacción de la señora Hetherington cuando se enterara. Además, por la manera en que se casaron, parecía que ya lo sabían.

– Nos iremos temprano del baile -comentó la chica sonriendo-. Michael me llevará a Francia de luna de miel -contempló la expresión de duda en el rostro de Casey-. Nos enfrentaremos a la familia cuando regresemos.

– Espero que ambos sean muy felices. Y si puedo ayudar en algo para su fuga, pídemelo.

– Todo está arreglado. Conseguimos una recámara aquí para cambiarnos esta noche, será muy fácil -frunció el ceño-. Oye Casey, ¿por qué no subes a recostarte un rato? Ya no queda mucho qué hacer. Yo puedo terminar de poner los alfileres.

– Es que…

– Vamos. No te necesito.

– Sí, de eso estoy convencida -declaró Casey.

– Te subiré una taza de té cuando termine.

Casey se estiró en la cama y trató de descansar. Al menos ahí estaba lejos de la constante tensión en su relación con Gil.

La pesadilla de despertar cada mañana, sabiendo que su matrimonio era una farsa, una tortura planeada por el hombre a quien amaba para castigarla por imaginarios crímenes, le estaba haciendo mella. Estaba más delgada que nunca, la semana anterior Charlotte le recomendó ir con el médico.

No existía ningún médico en el mundo que pudiera curarla de su mal. Sólo Gil podía hacerlo. Y él había dejado muy claro que sería su esposa hasta que él decidiera lo contrario. Por el momento, había decidido que siguiera con él.

Ya no se atrevió a sugerir que se mudara al desván, ni le negó sus derechos como marido. Noche tras noche despertaba en ella la apasionada respuesta que desencadenó desde la primera vez que hicieron el amor, pero sin calor y sin ternura. Y después le daba la espalda sin decir palabra y se quedaba profundamente dormido. La única esperanza era que con el tiempo él se cansaría de esa relación de ira y la abandonaría para que rehiciera su vida sola.

Se movió inquieta en la cama, no podía descansar. Al fin, se levantó y caminó hasta la ventana. Abajo, los trabajadores instalaban luces en la entrada. Había arreglos florales cerca de la piscina y un ejército de gentes contratadas para la ocasión colocaban pequeñas mesas. Hacía muy buen clima, y ella estaba segura de que los invitados abandonarían el salón de baile después de cenar, para disfrutar de la brisa fresca junto a la piscina.

Oyó que alguien abría la puerta tras ella y descubrió que era Jennie que llevaba una charola con el té, que colocó en una mesa.

– Creí que subiste a descansar-la regañó.

– No pude. Estoy nerviosa.

– Tranquilízate. Todo estará bien.

– Has sido una gran ayuda. Sobre todo, considerando que tienes problemas.

– Me ayudó estar ocupada -sirvió el té-. Ven a sentarte. Pareces una sombra de lo cansada que estás.

– Ten cuidado. Esos halagos se me pueden subir a la cabeza.

– Dios mío -exclamó Jennie-. No debí decirte eso. Lo siento.

– No importa. Es que tengo un fuerte dolor de cabeza. Me sentará de maravilla el té. ¿Cuánto tiempo tenemos?

– Una hora -respondió Jennie consultando su reloj-. La señora Hetherington dio órdenes estrictas de que deberíamos estar en el salón de baile a las siete y media.

– Para que nos dé las merecidas gracias por todas las horas que nos hemos esforzado para que ella quede bien.

– Imagínate su cara mañana, cuando lea la nota de Michael -Jennie sonrió con malicia.

– ¡Jennie! Si es tu suegra. ¡Siempre estuve convencida de que nadie merecía ese castigo, ¡y también lo estoy de que no te merece a ti!

– ¿Por eso decidiste rechazar a Michael? -preguntó riendo la joven.

– Durante un tiempo pensé que Michael y yo estábamos hecho el uno para el otro -declaró Casey en tono serio-. Pero al final m convencí de que estaba equivocada. No puede uno casarse sin amor -y a menudo ni eso es suficiente, añadió para sí.

Jennie ganó el volado para usar primero el baño y para cuando Casey salió, llevaba puesto un sencillo vestido negro largo que la hacía ver más peligrosa que con sus jeans.

– ¡Te ves muy guapa! -exclamó Casey y la abrazó. Tocaron en la puerta y entró Michael para llevarse a su "compañera" a pasear a los jardines.

Casey se maquilló con cuidado para esconder las grandes y negras ojeras que lucía. Estaba poniéndose los zarcillos de brillantes cuando volvieron a tocar.

– Pase -dijo nerviosa.

– ¿Ya estás…? -Gil calló cuando Casey se puso de pie y lo miró.

– Lista -respondió en un tono helado que parecía no ser su voz-. De hecho ya me retrasé. De nuevo va a ponerme una mala calificación la señora Hetherington -recogió el pequeño bolso que hacía juego con el vestido largo de tafetán azul. No era nuevo. No tenía dinero propio para comprar un vestido nuevo, y no quiso darle la satisfacción a Gil de pedírselo-. ¿Nos vamos?

– Espera un momento -él- se acercó y Casey sintió que vibraba de ansiedad por abrazarlo y confesarle cuánto lo amaba. El sacó una caja larga del bolsillo de su chaqueta-. Siéntate, Casey.

Ella volvió a sentarse en el banco frente al tocador y Gil le abrochó un collar de brillantes en el cuello dejando las manos sobre sus hombros; la contempló en el espejo.

– Es precioso -murmuró ella.

– Sí. Es precioso. Se complementan a la perfección. Y ambos son muy caros. Puedo darme el lujo del collar; sólo cuesta dinero. Pero empiezo a preguntarme si el costo de tenerte es superior a lo que cuerpo y alma pueden soportar.

Capítulo 10

Por un momento se cruzaron sus miradas en el espejo.

– Me estás despedazando, Casey. No sé cuánto más podré continuar con esta farsa.

Casey notó los círculos negros bajo sus ojos y en sus mejillas. Era claro que él estaba sufriendo tanto como ella e impulsivamente giró en el asiento para tomarle la mano.

– Gil -en ese momento llamaron a la puerta y empezó a abrirse-. No podemos hablar ahora.

– ¿Casey? -era Jennie-. Falta un cuarto para… Oh, lo siento, señor Blake.

– Gil, por favor -él bajó las manos de los hombros de Casey-. Tú debes de ser Jennie -se acercó a estrecharle la mano-. Perdón. Temo que he impedido que Casey cumpla con sus obligaciones. Ya estamos listos.

Bajaron por la escalera y luego Casey presentó a Jennie con Michael, y ella le agradeció con tanta gracia que fuera su acompañante esa noche que Casey sintió que iba a explotar en carcajadas histéricas, aunque las reprimió.

Michael se volvió hacia Gil y ambos se miraron con cautela, como dos gallos de pelea evaluando al rival, y luego estrecharon sus manos. Después todos se dirigieron al salón de baile donde los esperaban Charlotte con su novio y Darlene con Peter.

Gil y Michael parecieron olvidar que debían odiarse y las risas de su mesa pronto captaron las miradas de los demás asistentes, más tranquilos. Gil titubeó un instante cuando Michael invitó a Casey a bailar con él.

– Muchas felicidades, muchacho travieso -le murmuró ella mientras bailaba-. ¿A qué hora piensan escaparse?

– Ahora mismo. Jennie ya me está esperando afuera en el coche, pero yo no quería irme sin darte las gracias. Sólo tengo que recoger sus cosas allá arriba -tenía el rostro serio-. Quería pedirte un último favor.

– Cualquier cosa, Michael. ¡Excepto que informe a tu madre!

– Eso no será necesario. Ya le dejé una nota que encontrará mañana. ¿No quieres acompañarme para disimular? No quisiera encontrarme a mi madre con el equipaje de Jennie cuando baje por la escalera.

– Entonces sí que tendrías que explicarle -ella se rió-. Iremos tan pronto acabe esta pieza.

– Gracias, Casey.

– Me da gusto poder ayudarte. Y deseo que sean muy felices -lo abrazó impulsivamente.