– Y por lo que dijiste… por la forma en que actuaste… me convencí de que estaba equivocada. Para ti era yo una diversión, algo con que presumir con tus amigos.
– Oh, Casey. Catherine. Amor mío. ¿Podrás algún día perdonarme por ser tan tonto? -ella rió al escuchar su nombre en sus labios.
– ¿No lo sabes, Gil? ¿No lo sabes amor mío, cuántas veces me repetí que fui una tonta, y cómo esperé a que regresaras?
– ¿Pero, Michael?
– Michael era un buen amigo. Un amigo cariñoso, si quieres. Pero nunca un amante. Jamás pudo hacer que te olvidara Gil. Le dije a Michael que no podía casarme con él un día después de que tú nos oíste en el Bell.
– Y entonces aparecí yo con mi estúpido ultimátum, cuando lo único que tenía que hacer era decirte que te quiero.
– Por eso dejé que mi papá vendiera la casa. Pensé que si cambiaba todo eso, podíamos empezar de nuevo. Cuando vi que no, tuve la esperanza de que mi amor fuese suficiente para los dos.
– ¿Me estás diciendo la verdad, Casey? ¿Fue por amor? ¿No por dinero?
– Si lo que quería era casarme por dinero, Gil Blake, pude ser la señora de Michael Hetherington hace dos años -bajó la vista-. ¿O quieres que te lo demuestre?
– ¡Dios mío, Casey, te quiero tanto! -él recargó su rostro en la nuca de ella, y la hizo suspirar a medida que la besaba hasta la hendidura de sus senos cubiertos por la tafetán. Ella se arqueó cuando él buscó la cremallera y deslizó el vestido hasta su cintura. Por un momento la contempló admirado, bañada por la luz de la luna que se filtraba entre los árboles. Luego, le besó los senos.
Hicieron el amor lentamente, dándose tiempo para gozar uno del otro y recibir un placer con tal intensidad como ella nunca había conocido, ni imaginado.
Estaba amaneciendo cuando caminaron somnolientos de regreso a Annisgarth.
– ¿Podemos empezar de nuevo, señora Blake? -le dijo Gil cuando abrió la puerta-. ¿Una nueva casa? ¿Un nuevo principio?
– ¿Podríamos? ¿Sería posible? -el beso de Gil le aseguró que lo era. Y luego ella dejó escapar un grito cuando la levantó en brazos y la llevó hasta la cocina.
– ¿Me estás sugiriendo algo? -preguntó ella riendo.
– Nada sutil, mujer. Me muero de hambre -él abrió el refrigerador, sacó huevos, tocino, hongos, algunas salchichas y las pasó a Casey.
– ¡Está completamente surtido! -exclamó ella, luego levantó una mano. No me digas. La supereficiente Darlene.
– Claro que no -replicó él insultado-. Yo fui personalmente al supermercado. Y de paso, toma esto, te pertenece -le entregó un sobre de manila largo que ella abrió con curiosidad. Era un acartonado documento legal, la escritura de la casa-. Tienes que llevarlo con un notario y será sólo tuya.
– Michael nunca entró a esta casa -murmuró ella conmovida hasta las lágrimas-. Nunca compartí Annisgarth con nadie más que contigo -se rió temblorosa entre lágrimas-. Y aunque no lo creas, extrañaré Ladysmith Terrace.
– ¿De veras? -él besó sus húmedas mejillas-. No entiendo por qué. Pero si quieres vivir allí…
– No creo. No porque está…
– ¿En un callejón?
– No -dijo ella ruborizándose-. Es sólo que es, bueno, muy pequeña, y… vamos a necesitar otro baño.
– ¿Un bebé? -preguntó él abriendo los ojos de asombro. Y cuando ella asintió con la cabeza lanzó un grito de alegría y la estrechó en sus brazos-. ¿Vamos a tener un hijo? -ella asintió, llorando de felicidad y abrumada por la emoción-. Ven, siéntate -le acercó una silla de la cocina-. No. Mejor acuéstate. Santo Dios. No debiste permitirme… no sobre el pasto húmedo.
– ¡Gil! -protestó ella, riéndose-. Estoy embarazada, no enferma. Y también estoy muy hambrienta. Por favor, vamos a cocinar algo para desayunar.
– Yo me encargo… tú descansa. ¿No preferirías recostarte?
– No. No lo preferiría -se sonrojó-. Al menos, no hasta que tú lo hagas conmigo. Ya hemos desperdiciado tanto tiempo.
No perdieron más tiempo durante su primer año de matrimonio, decidió Casey, parada junto a su marido al frente, con los dedos entrelazados mientras su hija recibía las aguas bautismales.
Sostenida firmemente en los brazos de su madrina, Rose Mary Blake emitió una pequeña protesta cuando el vicario mojó su cabecita con el agua bendita. Charlotte sonrió tranquilizándola, contemplando a la pequeña con expresión extasiada… Cuando salieron al sol de la tarde Gil se inclinó y murmuró en el oído de su esposa:
– Pronto tendremos boda, si no me equivoco. Está muy conmovida.
– Bueno, dicen que está de moda tener hijos -respondió viendo que Jennie se acercaba a ver al bebé.
– ¿Crees que llegará a casa antes del parto? -preguntó Gil dudando.
– No te preocupes. Le tocará a Michael correr al hospital. Y la llegada inminente de un nieto ha hecho milagros con su madre que es ahora muy dulce.
– "El trayecto del verdadero amor"-murmuró Gil.
– ¡Casey! -Charlotte interrumpió su charla-. Es hora de irnos. Una Rosa de cualquier especie no huele así.
– Dámela a mí -ordenó la señora O'Connor-. Las abuelas no tenemos nariz -y tomó el control con firmeza, llevándose al bebé a su recámara tan pronto llegaron a la casa, y reapareciendo sonrojada y con su elegante sombrero fuera de lugar, pero satisfecha de su primera aventura con un bebé en más de veinte años-. Se quedó dormida como un angelito-dijo con orgullo y Gil le entregó con solemnidad una copa dé champaña a su suegra.
– Me parece que le vendrá bien tomársela -le dijo y se inclinó a besarla en la mejilla, lo que la hizo sonrojarse aún más.
– Pronto recuperaré toda mi habilidad -dijo ella- Es un como montar en bicicleta. Si uno ya sabe, nunca lo olvida.
– Nunca aprendiste a montar en bicicleta -señaló James O'Connor con sequedad, y levantó su copa para que se la llenaran de nuevo mientras todos se reían-. Pero casi todo lo demás lo haces a la perfección.
– ¿Casi? -inquirió su esposa indignada.
– Nunca te pude enseñar a cazar faisán.
Gil y Casey cruzaron miradas y decidieron sin decir más que era el momento apropiado para conducir a sus invitados al comedor donde estaba servido el té.
– Michael, ¿podrías encargarte de servir el champaña? -le pidió Gil-. Estoy seguro de que escuché a Rosie llorar-agarró a Casey de la mano y salió casi corriendo de la habitación.
– ¡Cazar faisán! ¡Ilegalmente! ¿Con qué clase de familia me he casado? -le preguntó a Casey cuando cerró la puerta del dormitorio de la niña y la estrechó en sus brazos sacudiéndose de risa.
– ¿Quieres tu libertad? -preguntó Casey, feliz.
– Nunca -replicó él de pronto muy serio-. Ni siquiera en broma -la besó con total dedicación hasta que un hipo en la cuna lo distrajo.
Estaban inclinados ante la pequeña cuando se abrió la puerta y Charlotte se asomó.
– Pensé que querrían saber que Michael acaba de llevar a Jennie al hospital.
– Te dije que no llegaría al final del día -comentó Gil con presunción.
El teléfono despertó a Casey en la madrugada. La voz de Michael estaba llena de júbilo cuando le anunció que acababa de nacer su hijo.
– Muchas felicidades. Y mis mejores deseos a Jennie. Iré a verla hoy mismo -colgó el auricular. Un ruido detrás la hizo volverse y sonrió al ver a Gil caminar hacia ella, con su hija dormida en los brazos.
– Se despertó cuando sonó el teléfono -le murmuró, con una expresión de indescifrable ternura en el rostro, mientras contemplaba a su bebé.
– Jennie tuvo un niño -le anunció Casey y luego añadió-: vas a echar a perder a tu hija, Gil Blake, si la cargas cada vez que murmura, pero no resistió acariciar los deditos que la asieron, a pesar de estar dormida.
– Gracias, Casey -ella levantó la vista, sorprendida por la intensidad en su voz-. Jamás fui tan feliz.