– ¿Tenemos con qué? -Gil la miró divertido.
– En realidad no. Entonces sólo un colchón. Siempre me gustó esa cama.
– Es un estilo que ha vuelto a estar de moda. Creo que vale la pena conservarla. ¿Dónde está el baño?
– Hablas como decoradora de interiores. Tu padre me contó que tú amueblaste las casas de muestra para éclass="underline"
– Sí. Me dio un anticipo y… -de pronto se percató de que Gil habló en tiempo pasado-. ¿Hice?
– Yo no pienso darle a nadie extravagantes anticipos. Ese tipo de trabajo se pondrá en oferta -se encogió de hombros. Puedes competir si quieres. A menos -añadió con cortesía-, que tengas un contrato. No recuerdo haberlo visto.
Casey no daba crédito a sus oídos. Siempre había decorado las casas de muestra para su padre, y había recibido comisiones de las casas privadas. Estaba muy orgullosa de su trabajo.
– Claro que no tengo contrato. ¿Para qué habría de necesitarlo? -él colocó el dedo índice en su barbilla y la forzó a mirarlo a los ojos.
– Porque, así son los negocios, Catherine Mary Blake. Necesitas un contrato, y tienes que leer la letra pequeña. Recuérdalo; te ahorrará muchas desilusiones. Bueno, dijiste que querías ver el baño.
La tomó con firmeza de la mano y con creciente animosidad ella lo siguió para bajar por la escalera, a través de la cocina y su anexo hasta un pequeño patio dónde al fin le soltó la mano. Una regadera galvanizada colgaba de la pared.
– La metemos a la cocina durante el verano -explicó Gil sonriente-. Pero en invierno la colocamos frente a la chimenea. Es muy cómodo -Casey se ruborizó.
– Estás bromeando -exclamó al fin ella.
– ¿Por qué crees que es broma?
– Pues es positivamente… medieval.
– ¿Tan reciente? Bueno estoy seguro de que te encantará saber que hay un lavabo y un W.C. fuera del anexo de la cocina.
– ¿De veras? -preguntó ella en tono de desafío-. ¿Y funciona el W.C?
– Yo no apostaría -el rubor en sus mejillas denotaba disgusto. Casey dejó escapar un grito de susto cuando él la tomó por la muñeca y la forzó a seguirlo. Ella trató de liberarse, pero la sujetó con más fuerza, y al llegar a la escalera, la asió por la cintura y tiró de ella mientras la chica gritaba y le golpeaba las espinillas frenéticamente, con sus tacones. Ya arriba en la recámara principal, la empujó sobre el gran lecho de caoba.
– Ya he sido demasiado condescendiente con tu familia todo este día, Casey Blake. Tu padre piensa que me está haciendo un favor al permitirme que compre su deuda, y tu madre con esa cara de sepulcro… ¿tiene la más remota idea de lo cerca que estuvo de perderlo todo, incluyendo su casa? Eres mi mujer en la riqueza y en la pobreza. Si esto es lo más modesto que tenemos, puedes considerarte afortunada. Yo he conocido peores situaciones. Mucho peores -arrojó su elegante saco al suelo y se quitó la corbata.
– ¡Gil! -le suplicó ella-. No. No hay necesidad de esto -él la ignoró y ella reaccionó demasiado tarde. Rodó en la cama cuando el entró, pero éste logró detenerla del saco. Frenética, desabrochó los botones y trató de escapar, pero era demasiado tarde. E! la sujetó del brazo y la detuvo con facilidad a pesar de su lucha. Con la mano libre le desabrochó el único botón de la falda.
– ¡No quiero… Gil… Suéltame! -sin hacer caso de los puños que lo golpeaban y de sus desesperadas súplicas, la inmovilizó en la cama sujetándola con una mano mientras que con la otra terminaba de desnudarla.
– ¿Crees que no sé lo que habías planeado, Casey? ¿Creíste que podrías mantenerme alejado de ti? Lo lograste una vez, pero ahora eres mi esposa y esta vez, te lo juro, serás mía -su tono era duro y ronco por la excitación de la lucha.
Mientras contemplaba aquellos ojos ensombrecidos por el deseo, Casey se quedó inmóvil. Era una lucha sin sentido e indigna y había ' sido muy tonta al creer que podría controlarlo. Sintió el vello del pecho contra sus pezones, y una nueva y desconocida sensación recorrió todo su cuerpo, ni siquiera quería eso. Era orgullo lo que la mantenía reacia y rígida. Pasó un minuto hasta que él se dio cuenta de que ella había dejado de oponerse.
– ¿Casey? -murmuró él con ternura. Fue sólo orgullo lo que la hizo esconder su cara.
– Anda, Gil. Acaba de una vez -pálido, él retrocedió como si lo hubiera golpeado.
– Qué atractivo. ¿Acaba de una vez? -sonrió con desprecio-. Casi tan atractivo como hacerle el amor a un pescado muerto.
– No creo que el amor tenga algo que ver con esto, ¿y tú?
El gimió, deslizó las piernas y se sentó en el borde de la cama.
– ¡Oh, Dios mío! ¿Qué he hecho? -Casey se quedó mirando el techo segura de que no necesitaba respuesta.
El lecho rechinó cuando Gil se levantó y abrió la puerta del ropero, y cuando se acercó a verla, de nuevo, llevaba puestos unos jeans y una sudadera.
– Te pido mil disculpas, Casey -dijo con frialdad-. Perdí el control, no lo hice a propósito y te juro que no volverá a suceder. Cuando decidas que quieres ser mi esposa legítima quiero que me lo digas.
– ¡No antes del día del juicio! -juró ella y lo decía en serio.
– ¿Tan pronto? -colocó una mano en su corazón y fingió una caravana de burla-. Más de lo que me merezco, estoy seguro -abrió la puerta y ella escuchó sus pisadas por la escalera. Se estremeció cuando él azotó la puerta principal al salir.
Ella esperó lo que le pareció mucho tiempo, pero él no regresó. Al fin se cubrió con las colchas y se soltó a llorar en silencio.
Se preguntó cuántas mujeres habrían llorado en ese lugar. Con seguridad ninguna, porque ella tenía demasiado orgullo para admitir que amaba al hombre con quien se había casado. Era difícil cuando se trataba de un contrato comercial y el amor no estaba en la agenda.
Permaneció acostada en el enorme lecho mucho tiempo, antes de conciliar el sueño. A pesar de lo cansada que estaba, no dejaba de pensar en su situación. Una y otra vez repasaba los acontecimientos del último mes y el ultimátum a sangre fría de Gil.
Capítulo 2
Casey había salido temprano del trabajo y estaba escogiendo ropa para la venta de garaje de las Brownies cuando sonó el teléfono.
– Casey O'Connor-dijo ella, dejándose caer en un sillón. No hubo respuesta-. ¿Hola?
– Hola, Casey O'Connor, ¿cómo estás? -Casey se enderezó de golpe, rígida al reconocer la voz, pero no pudo, no quiso creerlo.
– ¿Quién llama?
– Creo que sabes muy bien quien soy, Casey -ahora fue su turno de quedarse callada. No podía ser él. Y sin embargo, la excitación que vibraba en sus venas le indicaba que así era.
– ¿Gil? -su corazón dio un vuelco y no sabía qué responder.
– No fue muy difícil, ¿verdad? Reservé una mesa en el Oíd Bell a la una -hizo una pausa. Espero que no tengas compromisos.
– Yo…
– Muy bien. Nos veremos entonces -colgó el auricular. Suspiró y pensó en que no era una invitación sino una orden. Se quedó inmóvil en el sillón, con los puños cerrados. No iría. De ninguna manera. Casey consultó su reloj, era un poco después de las doce. No le había dado mucho tiempo, y ni siquiera había esperado que contestara.
Claro que siempre había estado muy seguro de sí mismo, pensó y recordó la primera vez que la invitó a tomar una copa. Había esperado con paciencia mientras ella titubeaba, atraída irresistiblemente por su aspecto; tan musculoso, rudo, masculino, ella sabía que su, madre desaprobaría por completo que saliera con uno de los trabajadores de su padre, por más atractivo que fuera. Ésta ocasión lo dejaría sentado allí, junto a la chimenea en el Bell, mirando el reloj, esperándola. Pero, pensó furiosa, que no la esperaría. Ya una vez había tratado de hacerlo esperar, en una lucha desesperada para adquirir más poder en una relación que no pudo manejar con cuidado. En aquella ocasión se había ido cuando ella llegó.