– ¿Cómo lo sabes?
– Lo sé. Siempre averiguo lo que me interesa. He seguido de cerca a la familia O'Connor. Incluso sé que Michael Hetherington te está presionando para fijar la fecha de la boda.
– ¿Cómo demonios…?
– ¿Por qué no llevas un anillo de compromiso? -la interrumpió él.
– ¡Eso es asunto mío!
– Pues pienso hacerlo mío. Ahora mismo -eran estremecedores sus ojos en su rostro inmóvil-. Esta es mi proposición. Salvaré a tu padre de la bancarrota. A cambio quiero la Constructora O'Connor. Y te quiero a ti.
– Eso es una tontería -ella rió con nerviosismo-. Mi padre no está en bancarrota -él se quedó callado.
"¿Gil? Con profunda aprensión comprendió que había hablado en serio. Y Casey recordó lo distraído que últimamente había estado su padre, y que había logrado vender muy pocas casas en sus nuevas propiedades-. Creo que aceptaré el brandy, si no te importa -murmuró ella, y le pareció que en un segundo lo tuvo en la mano y se lo bebió.
– No quiero que te hagas ilusiones sobre la situación. Tu padre no tiene a quién recurrir. Sólo tú tienes el poder de salvarlo. Si lo convences de que te vas a casar conmigo porque me quieres, estará más contento. Eso quedará entre nosotros dos. Quizá no quieras ayudarlo. Ha sido muy tonto -miró por la ventana hacia el río.
– Pero, como ya lo has dicho, yo voy a casarme con Michael -declaró ella con desesperación y él la contempló.
– ¿Cuál de ellos? ¿Hetherington, Hetherington o Hetherington?
– Ninguno de ellos-replicó ella subiendo la voz.
– ¿Ni siquiera es socio? ¿Crees que podrá salvar a tu padre? Tendrá que vaciar su bolsillo. Tu padre tiene serios problemas -su rostro era inexpresivo-. Quizá piense que vales la pena. Me lleva ventaja.
Casey lo había escuchado con creciente sensación de pánico. Gil Blake estaba perfectamente enterado de lo que había sucedido.
– ¿Cómo sabes que mi padre tiene problemas?
– Porque siempre averiguo lo que me interesa. Siempre navegó con la corriente e hizo lo que quiso. Tarde o temprano tu padre tendría que estancarse; le pasa a gente como él. Yo no tuve más que esperar -sonrió y se recargó en el respaldo; por fin terminó el chocolate de menta.
– ¿Por qué tenemos que casarnos, Gil? ¿No te daría lo mismo sin la bendición de la iglesia? -él dejó de sonreír.
– ¿Para que regreses corriendo con Hetherington después de que este ogro haya terminado contigo? No, Casey. Todo o nada -ella se puso de pie y-él también; y ya no podía permanecer sentada escuchando esa pesadilla. Sintió un dolor en el corazón. Gil le entregó una tarjeta-Tú y yo Casey, tenemos negocios pendientes. Llama a este número cuando hayas tomado una decisión. Lo único que tienes que decir es "sí" o "no" -ella lo miró de frente con el rostro pálido.
– Te lo puedo decir de una vez, Gil Blake. La respuesta es no.
– Espero oírlo. No te tornes mucho tiempo. Podría cambiar de opinión -movió la cabeza indicando que estaba satisfecho con la proposición-. Ya puedes irte.
Ella abrió la boca. Luego La cerró. La habían despedido. Casey giró sobre sus altos tacones y con la cabeza erguida, abandonó el Bell, jurando para sí no volver a pisar el recinto.
A la mañana siguiente, cuando despertó, Casey abrió los ojos y durante un instante de pánico empujó el peso que la presionaba.
Luego Gil se movió y recordó con claridad dónde estaba. Estaba oprimida contra el pecho del hombre con quien había contraído matrimonio, el cuerpo desnudo de él acomodado a lo largo de su espalda; yacían juntos allí como tórtolos sumergidos en la mitad del viejo colchón.
El debió entrar al lecho en la madrugada, y ahora estaba acostado junto a ella respirando profundamente, por lo que dedujo que estaba bien dormido.
Casey se quedó rígida por un momento; luego, al notar que él no se movió más, sé relajó y disfrutó del placer de sentir su cuerpo, de aspirar su aroma masculino y cálido; recordó cuánto había deseado precisamente eso. Qué fácil sería estar en sus brazos, despertarlo con un beso y permitir que le hiciera el amor.
Demasiado fácil. El había decidido humillarla, pensó. Suspiró y se deslizó fuera del lecho. El se movió y se recostó sobre la espalda, dejando caer un brazo en el espacio que ella había desocupado.
Dormido parecía más joven; un mechón de cabello oscuro caía en su frente. Era casi el Gil Blake que había conocido seis años atrás y por quien había perdido la cabeza, locamente enamorada. Casi. Tomó con rapidez un montón de ropa y salió corriendo al retrete de la planta baja donde estaba más segura, porque podía cerrar la puerta con llave. Después de tomar un baño, vestirse y cepillar su cabello, sintió que tenía mayor control de sí misma. Mientras hervía el agua se puso a revisar el contenido de los anaqueles. Casi no había nada, pero encontró jabón de lavar. Estaba parada en la mesita desenganchando las cortinas cuando escuchó a Gil que bajaba por la escalera.
– Me alegro de que al menos tomes en serio tus obligaciones caseras -comentó, acercándose cuando ella desenganchaba el último gancho. Levantó las manos y las colocó en su cintura. Esbozó una sonrisa al notar como lo miraba. Muévete, así, muy bien. Me vendría bien un desayuno.
– Serías tan amable de descolgar las cortinas de arriba mientras yo lo preparo -le sugirió ella, en el tono más pedante que sabía emplear.
– No, gracias. Tengo que ir a recoger un documento. Eso te mantendrá ocupada mientras yo estoy en el trabajo.
– ¡Trabajo! Pero, si es domingo… -él levantó una ceja intrigado.
– ¿Puedes sugerirme una forma más divertida de pasar la mañana?
– No. Ninguna -replicó ella y dio un paso atrás -él se volvió y la miró antes de abrir la puerta principal,
– Tienes despeinado el cabello -ella lo alisó furiosa, tiró las cortinas y entró al anexo de la cocina. En el refrigerador encontró media docena de huevos y tocino.
Gil desayunó, concentrado en el periódico. Ella estaba furiosa. Al fin, empujó la silla y se puso de pie.
– Regresaré a almorzar -le advirtió.
– ¡Aquí no! ¡No hay comida!
– Entonces hice bien en reservar una mesa en el Watermill, ¿no crees? Sirven una exquisita comida.
– ¡Oh! -exclamó ella desalentada-. ¿A qué hora reservaste?
– Tarde, a las dos. Comprendí que íbamos a estar bastante ocupados esta mañana -contestó Gil.
– ¡Y tenías razón! Yo pienso estar muy ocupada. Me llevará toda la mañana cambiar el aspecto de esta habitación.
– De eso se trata. Mantente ocupada -mostró los dientes como si sonriera- También noté que las ventanas necesitan lavarse; por si te da tiempo.
– No tengo escalera-le gritó ella.
– ¿No hay escalera? -se burló él-. ¡Qué barbaridad! ¿Ya buscaste en el cobertizo? -movió la cabeza con tristeza-. ¿Qué clase de marido puede privara su mujer de necesidades tan sencillas?
– Un marido indeseado -replicó ella con frialdad y contuvo el aliento cuando él le apretó el brazo con la mano.
– No, Casey. Fue tu decisión. Caminaste por el pasillo de la iglesia sobre tus dos pies y prometiste amarme y adorarme… hasta la muerte. Yo haré que cumplas tu promesa -la soltó y ella se balanceó-. Ahora, te sugiero que empieces a trabajar porque no terminarás para la hora del almuerzo.
Molesta, empezó a limpiar la casa. Era todo tan diferente de lo que había planeado. Mientras lavaba las cortinas, dejó que su mente divagara en los diseños que tanto había soñado para la casa de la que sería dueña. La amplia sala desde donde podía admirar las colinas, la cocina de caoba, el baño cómodo y cálido.
Desde la ventana descubrió a un gatito que la observaba inmóvil desde el muro de enfrente y le sonrió. El gato dio un brinco hasta el suelo y cuando ella salió a colgar las cortinas, el animal se enroscó en sus piernas maullando patéticamente.