Sobre el papel, era Jake Fortune el que estaba asumiendo los costes del trabajo de investigación, y mientras Jake continuara en la cárcel y sin posibilidad de salir bajo fianza, los cheques los firmaba Sterling Foster, el abogado de la familia. Se esperaba que Gabe diera los informes y los resultados de la investigación a Jake y a Sterling, y así lo hacía. Pero trabajar con los Fortune no resultaba sencillo, y Gabe siempre había comprendido quién era la que movía los hilos en la familia.
Y Kate esperaba estar al corriente de cualquier acontecimiento que pudiera afectar a su clan. Ella prefería el contacto regular cara a cara, a las llamadas telefónicas y estaba dispuesta a pagar generosamente las molestias que eso podía suponer con tal de hacer las cosas a su modo. Pero hubiera o no dinero de por medio, Gabe habría estado dispuesto a ponerse a su servicio.
Aquella mujer le gustaba. Su primer contacto con la familia Fortune lo había hecho para investigar la supuesta muerte de Kate. Su avión se había estrellado en la selva cuando un secuestrador había intentado matarla. Se había encontrado un cadáver y todo el mundo había dado por sentado que era el de Kate. Pero, en realidad, Kate Fortune había conseguido saltar del avión antes de que se incendiara y había sido rescatada por una tribu de la zona. Una vez recuperada de sus heridas, había planificado cuidadosamente su vuelta a Minneapolis y había llegado justo a tiempo para la lectura de su testamento. Temiendo que sus enemigos intentaran matarla otra vez o utilizar a su familia en contra de ella si se descubría que no había muerto, había decidido permanecer oculta. Solo se había puesto en contacto con Sterling Foster, que además de ser el abogado de la familia, era también un buen amigo. Kate había pasado los dos años siguientes observando a su familia en la distancia y ejerciendo de vez en cuando el papel de casamentera. Pero a pesar de todas sus maniobras, no había podido evitar que su hijo mayor fuera acusado de asesinato.
Durante su primera reunión, Kate se había ganado el respeto y la admiración de Gabe. A pesar de que había rasgos de su personalidad que su hija compartía con ella, Kate Fortune era una mujer muy racional y fácil de tratar. Un hombre siempre sabía a qué atenerse con ella.
Kate, cosa que a Gabe no lo sorprendió en absoluto, estaba en pleno funcionamiento a las siete de la mañana. Antes de que Gabe hubiera tomado asiento ya había hecho llevar el café a su mesa. Teniendo en cuenta que era ella la propietaria de aquel imperio cosmético, su nuevo despacho era indiscutiblemente funcional, en él no había prácticamente nada superfluo. Las paredes eran de madera de teca y el suelo estaba cubierto por una lujosa alfombra oriental, pero el escritorio y los muebles eran muy sobrios y Kate llevaba puesta una aséptica bata de laboratorio.
– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando? -le preguntó Gabe.
Kate se echó a reír al oír la pregunta.
– Lo que yo hago es jugar, no trabajar, Gabe. Y llevo aquí desde las cinco de la mañana. Me encantan las primeras horas del día, sin llamadas de teléfono, sin interrupciones… Durante las horas de trabajo normales, no se puede hacer prácticamente nada -se puso unas gafas de montura dorada. Típico de ella, no estaba dispuesta a perder el tiempo-. Y dime, Gabe, ¿qué tienes para mí?
Gabe le puso al corriente de todo lo que había encontrado, desde los callejones sin salida hasta las pistas con alguna posibilidad de éxito. Cuando le entregó la copia de la carta que le había escrito Mónica a Tammy Diller, vio que Kate fruncía el ceño con expresión de perplejidad. No tardó mucho en leer aquellas pocas líneas, pero sí lo suficiente como para que Gabe pudiera estudiarla con atención.
Rebecca se parecía de una forma asombrosa a su madre. Hasta cierto punto. Kate debía estar a punto de cumplir los setenta años. Pero tanto su hija como ella eran de constitución flexible y delgada. Ambas tenían unos ojos inolvidables y una exuberante melena castaño rojiza, pero Kate tenía ya algunas hebras del color del acero que parecían hacer juego con la dureza de su personalidad y llevaba el pelo pulcramente recogido, tal y como correspondía a la juiciosa mujer de negocios que era.
Seguramente Kate utilizaba algunos de los cosméticos que habían hecho famosa a su empresa, pero no iba pintada en absoluto. Ni siquiera enfrentado al sol de la mañana, su rostro mostraba apenas arrugas. Arrugas que, por cierto, no se molestaba en esconder. Kate era una mujer fuerte, poco sentimental, y tenía un aire autoritario que era precisamente la razón por la que Gabe había conectado con ella desde el primer momento. Era una mujer astuta, dura y de principios. No se doblegaba ante nadie. Y, si Gabe tenía algo que decir al respecto, se había ganado el derecho a ser la directora de la empresa y además tenía un seco e irónico sentido del humor muy similar al suyo.
Pero Gabe no podía mirar a Kate, su constitución, su elegancia, su descarado sentido del humor y su implacable carácter, sin pensar en Rebecca. Sin embargo, para cualquier hombre era fácil hablar con Kate. Kate era una mujer realista, fría. Y Gabe no estaba seguro de que su hija pudiera reconocer el significado de la palabra realismo aunque estuviera leyéndola en un diccionario de letras gigantes.
Kate terminó de leer la carta y se la devolvió.
– Me temo que esto no demuestra la inocencia de mi hijo. Esperaba algo más, Gabe.
– Yo también esperaba poder traer algo más, pero todavía hay que remover mucha porquería hasta encontrarlo -jamás había intentado adular a Kate.
Y sabía que no tenía por qué hacerlo.
– Lo sé -lo miró a los ojos-. No puedo jurar que mi hijo sea inocente, te lo dije desde el primer momento. Pero quiero saber la verdad, quiero encontrar todas y cada una de las pruebas que nos lleven a encontrarla, sea esta la que sea. Y como el juicio es ya algo inminente, nuestro principal problema es la falta de tiempo. Necesitamos respuestas, las necesitamos ya. Cada día que pasa, coloca el caso de mi hijo en una situación más peligrosa -vaciló un instante, desvió la mirada hacia la ventana y la sostuvo allí durante un largo minuto antes de volverse de nuevo hacia él-. El nombre de esa Tammy Diller me inquieta, no sé por qué.
– Sí, te he visto fruncir el ceño mientras leías la carta. Por un momento, he pensado que habías reconocido el nombre.
– En realidad nunca he oído hablar de ninguna Tammy Diller. Pero me resulta curioso que las iniciales sean las mismas que las de Tracey Ducet -Kate levantó la mano, haciendo un gesto de impotencia-. Seguramente la coincidencia es solo casual. Solo el cielo lo sabe. Estoy tan preocupada por mi hijo que soy capaz de agarrarme a un clavo ardiendo. Pero el nombre de la señorita Ducet me ha venido a la cabeza porque esa mujer causó numerosos problemas a mi familia y desapareció justo antes de que pudiéramos acusarla de algo en concreto. ¿Conoces esa historia?
– Sí. Yo mismo estuve investigando el pasado de Tracey Ducet cuando llegó y dijo ser la heredera perdida de los Fortune. Pero como Tracey no se quedó durante todo el tiempo que hubiera sido necesario y no teníamos pruebas contra ella, no tuve ningún motivo para prestarle demasiada atención a la historia. ¿Por qué no me lo cuentas todo?
Kate, que era tan inquieta como su hija, se levantó y comenzó a caminar por el despacho como si el exceso de energía le impidiera permanecer sentada.
– Como ya sabes, yo levanté este imperio económico y siempre ha habido sanguijuelas y parásitos dispuestos a ganar dinero a nuestras expensas. Cualquiera que esté en un lugar como el nuestro debe esperarse esa clase de problemas. Tracey Ducet solo fue una caza fortunas más. Era una estafadora, una artista del engaño -se interrumpió de nuevo-. No me gusta hacerte perder el tiempo con esto. En realidad no tengo ninguna razón para pensar que pueda haber alguna relación entre Tammy Diller y Tracey…
– Y quizá no la haya. Pero si me cuentas toda la historia quizá podamos decidir si puede ser relevante o no.