Rebecca no parecía tener la menor idea de que Gabe pretendía fregar el suelo con su cabellera. Aquella maldita pelirroja estaba tan emocionada que se abalanzó sobre él y le rodeó el cuello con los brazos.
Capítulo 7
– Llegas tarde.
En realidad, Gabe pretendía gritar aquella amonestación, pero parecía haberle ocurrido algo a su voz. Por un instante, cuando le rodeó el cuello con los brazos, Rebecca estuvo imposiblemente cerca de él. Su pelo olía como las fresas frescas, tenía los labios entreabiertos y su piel era suave como la de un bebé. Y de pronto Gabe sintió que se le secaba la garganta.
El detective sabía que para Rebecca aquello solo era un gesto de afecto producto de su exuberante impulsividad. Algo típico de ella. Rebecca jamás dejaba de expresar sus sentimientos. Confiaba libremente en la vida, sin duda a causa de su privilegiado y seguro pasado, pero, de alguna manera, aquel abrazo lo afectó más que el más tórrido de los besos. Gabe no estaba acostumbrado a las demostraciones de afecto. Ni las esperaba de nadie ni las pedía. Y, maldita fuera, jamás habría pensado que alguna vez podría llegar a echar de menos algo tan tonto y ridículo como una muestra de afecto. Hasta que había aparecido Rebecca.
– Sé que llego tarde. Y lo siento, de verdad, pero no he podido evitarlo.
Sus ojos se encontraron durante una décima de segundo. Ni un instante más ni un instante menos. Rebecca apartó los brazos de su cuello, los dejó caer y de pronto comenzó a parlotear con más locuacidad que una cotorra.
– He estado en uno de esos cuartos reservados en los que se juega al póquer, Gabe. Allí se mueve mucho dinero negro, es un auténtico nido de delincuentes y no es nada fácil levantarse de allí y marcharse cuando uno quiere. Sabía lo tarde que se me estaba haciendo, pero se considera de muy mala educación abandonar la partida cuando se está ganando. Podía haber perdido intencionadamente varias manos. Pero la cuestión era que estaba aprendiendo tantas cosas…
– ¿Has participado en una de esas partidas de apuestas ilegales? -le preguntó Gabe.
Era posible que no la hubiera entendido bien. Esperaba, de hecho, no haber entendido bien.
– Sí, y esa es la razón por la que me he puesto esta camiseta de Mickey Mouse -señaló las enormes orejas del ratón que llevaba en el pecho con una sonrisa-. Imaginé que esos tipos me tomarían por una estúpida, ¿sabes? Y de esa manera no le darían ninguna importancia a lo que podían decir o dejar de decir delante de mí. En cualquier caso, ¿sabes una cosa? Tenía la esperanza de que Tammy hubiera estado moviéndose por esos ambientes, ¡y estaba en lo cierto, Gabe! Uno de esos tipos la conocía y me ha contado todo tipo de cosas sobre ella y su novio. Dios, creo que me está entrando un ataque de hipoglicemia. ¿Conoces algún sitio en esta ciudad en el que vendan helados de vainilla?
En realidad no quería un helado de vainilla. Lo que le apetecía era un helado mucho más saludable y refrescante de yogur con sabor a frambuesa. Les llevó algún tiempo localizarlo. Después, como estaba harta de permanecer sentada, decidió comérselo mientras daban un paseo. En la calle hacía un calor insoportable, el sol resplandecía con una fuerza cegadora y el helado goteaba y se derretía en todas direcciones. Rebecca zigzagueaba entre los transeúntes mientras lamía su cono de frambuesa y en sus ojos parecía danzar toda la información que había obtenido durante la mañana.
– Tammy ha estado frecuentando el Caesar Palace, y también un lugar llamado O'Henry, especialmente este último. En ambos hay mesas de apuestas legales, pero donde realmente se mueve dinero es en las habitaciones traseras. Y, Gabe, no te lo vas a creer, ese tipo a lo mejor solo lo decía por decir, pero insinuó que se había acostado con ella.
– Eh, pelirroja, la verdad es que en ningún momento se me ha ocurrido pensar que Tammy fuera un ejemplo de moralidad.
Gabe sacó otra servilleta del bolsillo. Rebecca alzó la barbilla para que pudiera limpiársela. Había sido una auténtica suerte que a Gabe se le hubiera ocurrido guardarse un puñado de servilletas.
– No lo comprendes. Tammy estaba con su novio… y también con ese tipo. Estuvo con los dos. O por lo menos estoy condenadamente segura de que era eso lo que estaba insinuando ese tipo.
Quizá, pensó Gabe, su fascinación por Tammy fuera perfectamente comprensible. Él nunca había conocido a una mujer que llevara diamantes y pidiera un vaso de leche en vez de una copa. O que hablara sobre tríos en la cama mientras daba lametazos a un helado de frambuesa.
– ¿Y cómo has conseguido que un hombre completamente desconocido te hablara de su vida sexual? -le preguntó con extremado cuidado.
– Por su puesto, no ha empezado hablando de sexo. Estábamos jugando al póquer, por el amor de Dios. Al cabo de un rato he empezado a comentar que estaba buscando a una antigua amiga del colegio que se llamaba Tammy Diller y, de pronto, a ese tipo se le ha iluminado la cara y ha comenzado a guiñar el ojo y hacerles gestos a los otros hombres que estaban en la mesa mientras contaba su historia. En realidad no lo ha explicado explícitamente, todo ha sido mediante insinuaciones, y bastante desagradables por cierto. Ese tipo era un auténtico canalla, Gabe. Como ya te he dicho, no termino de creerme todo lo que ha contado, pero el caso es que también la ha descrito: pelo oscuro, ojos castaños, altura media, delgada… He estado a punto de soltar una carcajada porque podía haber estado describiendo a la mitad de las mujeres de mi familia. Pero después ha incidido en ciertos rasgos físicos un poco más embarazosos. ¡Dios santo, pero si Tammy acababa de conocerlo! No puedo creer que una mujer sea capaz de…
Gabe tuvo el terrible presentimiento de que Rebecca estaba dispuesta a ahondar en la anécdota del trío indefinidamente. Peor aún, parecía dispuesta a compartir con él hasta el último detalle. Loco por hacerle cambiar de tema, la interrumpió con la excusa de transmitirle la información que había conseguido aquella mañana: desde el nombre del novio de Tammy, Dwayne, hasta la calle en la que tenían alquilada la casa o los lugares en los que la señorita Diller había empleado sus tarjetas de crédito.
Aquella información sirvió para hacerle abandonar a Rebecca la cuestión del sexo. Pero no impidió precisamente que se adentrara en un tema mucho más problemático.
– Maldita sea. Podría jurar que he oído antes ese nombre… Dwayne. Algo continúa martilleándome en el fondo de la mente. De alguna manera, tengo la sensación de que conozco a esa mujer…
– Ah, así que tu infame intuición femenina ha vuelto a ponerse en funcionamiento, ¿eh?
Rebecca se terminó el helado y se lamió los dedos con una enorme sonrisa.
– Puedes continuar burlándote todo lo que quieras de mi intuición, pobre escéptico, pero reconocerás que no ha sido tu lógica la que nos ha traído hasta aquí. ¿No te advertí que de esta forma todo saldría bien? Hemos conseguido el doble de información y desde dos ángulos completamente diferentes. Si quieres saber mi opinión, formamos un equipo invencible. Y dime, ¿qué te parece? ¿Crees que deberíamos echar un vistazo al O'Henry esta noche.
Gabe ya había escuchado la teoría de Rebecca sobre el equipo invencible la noche anterior. Y si Rebecca no se hubiera marchado antes de darle oportunidad de contestar, habría podido oír su propia filosofía, que se reducía a una contestación de una frase: «por encima de mi cadáver». Sin embargo, en aquel momento, vaciló.
Era bastante difícil negar, por mucho que lo irritara, que Rebecca había llevado hasta el momento el mayor peso de la investigación. Por supuesto, había sido solo cuestión de suerte el que encontrara la carta de Mónica. Y también había sido la suerte la que le había permitido coincidir con un hombre que conocía a Tammy. Rebecca era una mujer intuitiva y observadora, Gabe estaba dispuesto a reconocerlo. Pero la posibilidad de formar un equipo estaba completamente descartada. Él trabajaba solo. Siempre lo había hecho así. Era más rápido, más seguro y más eficiente. Y ni su sentido del honor ni sus valores morales justificaban que permitiera a Rebecca acercarse a una situación peligrosa.